The end
Elizabeth Lencina 

El mundo está hecho de historias.

Algunas son una mierda y otras son aburridísimas. Han existido (y seguirán existiendo) historias muy locuaces. Y también aquellas que a la gente muy, pero muy educadita les causa cierto escozor escuchar: historias de pasión y de sexo desenfrenado. Hay otras son de guerra y de paz.

Y ahora mismo yo me estoy acordando del viejo Heráclito de Éfeso, quien ya en el siglo V A.C. sentenciaba que el principio de todas las cosas se relacionaba con el devenir y que el cambio es el resultado de la lucha de contrarios y su síntesis. Nada más ni nada menos que algo similar a la dialéctica del amigo Engels.

Para mí, está bueno quedarse con la idea de que las historias colectivas e individuales deberían estar íntimamente relacionadas con el cambio continuo y perpetuo y con aquello de que la armonía es producto de la tensión existente entre los opuestos.

Pasaron un montón de siglos, mucha agua corrió bajo el puente, la ciencia y la tecnología avanzaron a pasos agigantados y aún hoy mucha gente sigue sin comprender que la estabilidad no tiene que ver con el quedarse estático. Hay personas que logran interiorizar esta idea rápidamente y hay otras, como yo, que demoran un montón de años en desprenderse de la tan maldita estaticidad. Personas a las que el movimiento y el cambio le cuestan mucho.

Como el Hombre es un animal de costumbres, una de sus tendencias es quedarse quietito en un lugar. Aprisionado por sentimientos entremezclados como el miedo, el clásico (pero siempre efectivo) “más vale mal conocido que bueno por conocer”, la frustración y yo que sé cuántas sensaciones más...

Yo sostengo que existe un sentimiento que es uno de los más peligrosos de todos: la quietud, la rutina, el decir “y bué... ya está. Si el destino lo quiso así...” Esos sentimientos provocan que muchas veces nosotros, los Hombres permanezcamos en el mismo lugar y situación “in eternum”. Porque claro, de una forma u otra hemos internalizado aquella idea de “¿y si me sale mal? ¿y si me va peor de lo que estoy?”

Pero si el Hombre queda aprisionado en el estaticismo, probablemente sea tildado por otros de vago o de cómodo. A estos cuestionadores, yo les preguntaría: “¿y por casa... cómo andamos? ¿Nunca experimentaron la sensación de tener miedo al cambio?”

Si por el contrario, el Hombre decide incorporar actitudes y vivencias bien distintas a las que ha tenido hasta el momento, también es candidato a ser cuestionado y seguramente será considerado como un adulto inmaduro: “pero che... a esta edad se te ocurre cada cosa!”

A estos últimos yo los invitaría a tener en cuenta la siguiente cita de un autor llamado Keith Johnstone: “Muchos adultos ‘bien adaptados’ son amargados, no creativos, temerosos, no imaginativos y más bien hostiles. En lugar de asumir que nacieron así o que eso es lo que para ellos significa ser adultos, podríamos considerarlos como personas dañadas por su educación y transformación.” (1)

Ahora me viene a la mente otra vivencia: había una vez un niño de unos 7 u 8 años de edad que recibió como regalo de Navidad una hermosa bicicleta BMX. Grande, de color amarillo y con ruedas auxiliares que servían para evitar que las primeras caídas fueran muy estrepitosas.

Durante los primeros tiempos, el niño rebosaba de felicidad intentando dar sus primeros pedaleos. Todo iba bien hasta que empezó a sentir las risitas burlonas de los otros, de los más grandes, de aquellos que a la bici ya la hacían de goma. Acto seguido, vino la desazón del pequeño dueño de la bicicleta amarilla.

Al poco tiempo, ese sentimiento se transformó en resignación y luego devino en una decisión firme: “Listo... la bici se va para el cuarto. No pedaleo más. No me sale, no quiero, no puedo y chau...”

La bicicleta amarilla y las ganas de enfrentar un nuevo desafío permanecieron durante un largo tiempo estáticas, sin movimiento. Una bici y un deseo de largarse que estaban flamantes, pero tirados en un rincón del dormitorio.

Un día, después de mil intentos y un invento, el niño tomó otra decisión importante: “No quiero que se venda la bici, estoy  re-podrido y quiero aprender a andar de una vez.”

Obviamente, necesitó ayuda de otro y bastante coraje de su parte. Y por cierto que tuvo las dos cosas. Se llevó a cabo una especie de trabajo en equipo y todas las tardecitas el niño y su ayudante iban a un lugar apartado a practicar y a trabajar en aquello que parecía casi imposible. Fueron dos semanas ininterrumpidas de adiestramiento, de ayudarlo a levantarse, de animarlo y de acompañarlo. Y la disposición del pibe fue increíble: ¡flor de constancia a pesar de su corta edad!

Una mañana se produjo el suceso largamente esperado tanto por el niño como por su “coach”: ¡al carajo con las rueditas! Con una sonrisa de oreja a oreja, el muchachito logró mantener el famoso equilibrio. Ya pedaleaba solo, con terrible cara de susto pero feliz y decidido a seguir andando.

El resto de la historia debe de ser archi-conocida por casi todo el mundo: vinieron las picaditas con los otros pibes del barrio y las noches de verano que nunca alcanzaban para dar por terminada la demostración de las nuevas destrezas adquiridas.

En síntesis: el pibe anduvo en bici hasta el hartazgo. No se sabe si ahora tendrá ganas de seguir andando (entre otras cosas porque el bi-rodado ya le debe quedar chico) pero por lo menos, ya sabe que puede hacerlo cuando quiera.

Y la enseñanza de su ayudante, colaborador o “coach” de que el permanecer quieto, estático y con temor al cambio no eran opciones muy saludable para su futuro, también dio resultado. Porque después llegaron más cambios todavía. Pero eso ya es otra historia...

¿Quién iba a decir que muchos años después le iba a tocar al propio ayudante vivir una historia similar? Y se cae de maduro que también necesitó ayuda, contención y una fuerza de voluntad importante porque ¿cómo hacer para mudarse después de estar 22 años en el mismo lugar?

El ayudante del niño anda en eso: en plena mudanza. Algunas personas, de esas que no son muy fáciles de encontrar, le dijeron: “¡al fin te mudaste, che... ya era hora!!”

Todavía no tiene domicilio nuevo, pero el contrato con la vivienda anterior ya cesó. Fue.

¡Albricias! “The end” sólo para esta historia de quietud, de aburrimiento y hastío que le produjo el vivir tantos años anclado en el mismo lugar. Ahora sí está pronto para iniciar una nueva búsqueda. ¡Se abre el telón para protagonizar otra obra! Claro que garantías totales no existen: ¿quién sabe si la historia que viene será más linda o más fea que la anterior? Pero seguramente será distinta. Es que este ayudante se adhiere cada vez más a otra sentencia del amigo Heráclito: “Todo fluye”.

Olvidé comentarles algo: el pibe la tiene clarísima manejando la bici con las dos manos sueltas; al viejo Heráclito le decían “el enigmático” ó “el oscuro” y cuenta la historia que tenía grandes conflictos con sus conciudadanos griegos por no dedicarse a lo mismo que hacían todos los demás: la política. Y con respecto al ayudante del pibe, si bien no tiene ni punto de comparación con semejante filósofo, lo que sí se sabe certeramente es que él también es criticado por su carácter medio indisciplinado, protestón y muchas veces soberbio.

Moraleja: hacé de tu vida lo que se te antoje sin joder al otro. Total... las críticas siempre te van a seguir llegando.

Elizabeth Lencina 

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