La mancha hielo y el subi-baja
Elizabeth Lencina 

Calles de tierra. Gente de pueblo. Los señores trabajan, las señoras cocinan. 

Es verano. Los niños juegan en todos lados. Muchos juegan a la mancha "hielo": ¡plim! Si los tocan, se congelan. Hasta que llegan otros y los liberan. Más movimiento. 

Corren, transpiran, caen y lloran si el pedregullo lastima sus rodillas, otros ríen. 

Otros, no pueden liberarse. Así quedan un buen rato. 

Los que juegan y gritan se olvidan de un congelado (ya estaba duro como un icberg). Corren, están en la suya: "Ché, ¡aguantá un poco más! Así el juego no tiene gracia."

Y sí, algo de razón tienen. Para ellos no pasó mucho tiempo. ¡Qué vivos! 

¡Si estaban corriendo! Pero ¡hay que estar como un congelado, eh! Misma pose que cuando lo mancharon. Inmóvil. Sino, pierde. Su posición es incómoda: en puntas de pie, piernas flexionadas, ojos cerrados, boca abierta y brazos extendidos hacia delante como queriendo alcanzar algo o tocar a alguien. 

¿Cómo será estar en esa posición mucho tiempo? ¿Cómo se sentirá un congelado? 

Creo que cansado e incómodo. Es que no puede moverse. ¡Qué dolor físico se siente! Las puntas de los pies duelen, el equilibrio se va perdiendo, la oscuridad ya no le gusta y sus brazos se acalambran. 

Y otro dolor emerge: "¿Se olvidaron de mí? Nadie me mancha ni me toca. Estoy llorando... ¡me duele todo! Y ahora ¿qué hago?" De pronto, recuerda a su maestra de gimnasia: "concentración, niños, con-cen-tra-ción! La mente todo lo puede, solo hay que ponerla a trabajar."

Y también a la maestra de coro. Al tocar el piano, siempre decía: "chicos: la música se siente no solo con los oídos. Es lindo volar..., viajar." 

¿Y la de dibujo? "En esta hoja expresen todo lo que se imaginen." 

Había niños que hacían lo que las maestras pedían. Y los más inquietos hacían todo al revés ("los chicos díscolos", diría la directora). 

¿No es divertido hacer aviones de papel, vaciar el sacapuntas lleno de viruta al compañero de banco, jugar y hacer rezongar un poco a las maestras? 

Y ellas decían, enojadas: "¡Atiendan! A no quejarse si olvidan lo que hoy les enseñamos." Hay maestras que creen que los niños sólo recuerdan las grandes obras. 

Y sí... algunos recordarán "Platero y yo", los poemas de Delmira Agustini o los cuentos de Juana de Ibarbourou.

Los más inquietos ¿recordarán esas o las que parecían menos importantes? 

Hay frases que al ser escuchadas por primera vez, confunden: "Maestra... ¿qué quiere decir eso?" Y tanta explicación a veces marea más.

¿Sabían que muchos grandes aún están congelados? Es por cosas raras de la vida.

Y un día: ¡plim! ¡Libre! Ahí sí entendieron: "¡Vuelen, viajen con la música!" "Imaginen..." "La mente todo lo puede."

¿Qué pasó con aquel que estaba más duro que un icberg? Mientras estuvo congelado escuchó música, imaginó los dibujos más lindos, se concentró y ¡jugó al subi-baja como cuando estaba en el recreo! Su imaginación nunca se congeló. Por eso pudo viajar, cantar, jugar, observar maravillado los colores del arco iris y... ¡sonreír!

Claro que no le resultó nada fácil hacerlo. Sólo él supo lo incómodo que es estar durante tantos años congelado y encima, sabiendo que la palabra díscolo significa más o menos lo mismo que molesto ó distraído.

Por suerte las grandes obras maestras no son las únicas que quedan registradas en el imaginario colectivo. Las otras, las de todos los días muchos las recordamos cuando somos grandes y las comprendemos después de mucho tiempo de "congelamiento." 

¡Qué alucinante es estar descongelado!! Se vino el movimiento y se sienten ganas de hacer muchas cosas: los gritos ya no están contenidos y hay un deseo enorme de jugar. Con un poco de miedo al principio (¡es que pasaron muchos años!). No importa. 

Si el cuerpo está medio reacio, hay que ayudarlo. Siempre hay alguien que nos da una mano. Y así nos movemos: vamos despacio pero seguros. Bien convencidos de que aún se puede volar y seguir creciendo con imaginación. 

¿Y si empezamos ahora? Vamos... ¡hay que animarse! ¿Qué por dónde empezamos? 

Shh... les cuento un secreto: cuando yo me cansé y me aburrí de estar jugando a lo mismo de siempre, dije bien fuerte "¡pido!" Entonces... cuando se hizo un alto en el juego, ¡me fui corriendo a jugar a otra cosa distinta!

Elizabeth Lencina 

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