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Rompecabeza
José Washington Legaspi
  jowalech@gmail.com   

 
 
 
 

Siempre me gustó filmar, ver el mundo y las cosas a través de ese ojo mágico. Acercarme, alejarme, moverme rápido o lento, meterme. Elegir lo peor o mejor y fijarlo en la película.

Como ahora, que enfoco la borrosa imagen hasta ver el rostro de un hombre. Gesticula, llora, pero no lo oigo. Imagino sus gritos, sus súplicas. Tomo distancia, paso a un plano general. Está desnudo y sentado, atado a una silla.

Coloco la cámara en el trípode, frente a él. La ajusto, aproximo el cuadro, mitad del pecho hacia arriba. Así está perfecto.

Con esta filmadora y demás accesorios desarrollo un arte, que realizo aquí, en este sótano acondicionado con todo lo necesario y, por supuesto, completamente aislado. Un vidrio blindado lo divide. La cámara y yo estamos de un lado, del otro, mi obra. Esta mira aterrada, primero la filmadora, después a mí, sin entender su situación. Comienzo a grabar.

Vuelvo a su lado. No deja de llorar, gemir y retorcerse en la ataduras. -¡Por favor, suélteme!- implora. No le contesto. Sigo con lo mío, dar los últimos retoques al dispositivo que completará mi trabajo. Grita, pide compasión. Me fastidia su cobardía. Terminado el complejo sistema, se lo coloco en la cabeza sobre sus orejas, cuidando que los finos cables queden ocultos y no estropeen la grabación. Regulo el temporizador. Cinco minutos... más que suficiente. No deja de moverse, de suplicar. Acciono el mecanismo, y antes de irme, sin mirarlo le digo: - Le quedan menos de cinco minutos- seguro de que sus ojos aterrados se abrieron aún más.

-¡No lo haga, tengo hijos,... le pagaré lo que sea!-, agregó. Antes de cerrar la pesada puerta sonreí. -Ya está todo pago, gracias-

Del otro lado, verifico la marcha del video. Todo bien. Debe salir perfecto. La precisión asegura mi éxito, y este, mi reputación frente a los clientes. Por razones obvias, no hay repetición posible, por lo tanto, no hay lugar a errores.

El lente capta de la mitad del pecho hacia arriba. La boca abierta en lo que adiviné un grito interminable. En seguida, la cabeza pareció deformarse levemente y una explosión roja nubló la imagen. Fijé esta en el líquido escurriéndose por el vidrio...

Apagué la grabadora, extraje la película y, sin mirar al otro lado, salí y me deslicé en lo que para amigos y familiares no era más que una sala de juego y bar.

Me serví un bourbon, y sentado en el bar busqué en la caja de cerámica mi definitivo pasaporte a la realidad. Mientras pico tres líneas del polvo blanco, termino la bebida y me sirvo otra. Inhalo las rayas y siento mi cabeza explotar... explotar... sonrío, recuerdo al desdichado. Tomo el disco y en la carátula rotulo con caracteres gruesos “ROMPECABEZA”. Río abiertamente. “ROMPECABEZA”. Bebo. Pico más de la magia blanca.

¿Qué habrá sentido en ese preciso instante? Tengo que verlo, descubrir en sus ojos qué sintió...

Todo se repite, la imagen borrosa, el tipo desnudo gesticulando, llorando. Me veo actuar con firmeza, sin dudar, sin mirarlo siquiera.... ¡qué profesional! Se retuerce, ruega. Coloco los explosivos... ¡qué bien! No se ven los cables... Acá viene lo mejor, los ojos bien abiertos, ¡si hasta parecen saltar!... Sintió pánico... ¡qué buena imagen! Voy a parar...ahí... ¡qué brutal!... sabe que se muere y no puede hacer nada...Pico más cocaína... aspiro una línea tras otra. Siento que mi cabeza se abre, mis pensamientos se aceleran, chocan entre sí... Los ojos del desgraciado parecen más grandes, enormes...

Veo el pánico, niños jugando, siento miedo, pavor... De repente todo se pone rojo...

Despierto desnudo, atado en una silla. Frente a mí un hombre manipula una cámara. Me filma... frío... calor... frío... no sé, algo está mal. El de la filmadora me mira... ¡soy yo mismo! ... trato de desatarme... no puedo... grito. Del otro lado del vidrio sonrío....

Ahora estoy parado a mi lado... ruego... imploro. No atiendo. Coloco los explosivos sobre mi cabeza... -¡no lo hagas!- me digo -¡tengo hijos!-... Sonrío. -Te quedan cinco minutos- ... Los ojos me duelen, grito con todas mis fuerzas, siento la presión en mi cabeza, aprieta pero no duele...

Me miro... Sonrío cruelmente.

 

José Washington Legaspi
jowalech@gmail.com

 

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