Adelante viajeros

Cuento de Ana Larravide

Se puso los auriculares del walkman. Queen: “Love of my life”. No quería pensar en nada. No quería pensar en que se iba de Buenos Aires. Le tocaba el lado de la ventanilla. No miraba. Prefería no darse cuenta de que el micro se ponía en marcha, se desprendía del andén de Retiro, se iba. Se iba. No era tan grave. Volvería. Nada es definitivo. Pero ¿para qué mentirse? Si volvía no iba a ser igual. Se acordaba de cuando llegó, un año atrás; de aquella alegría loca en el corazón al sentir que llegaba, no sabía bien a qué pero –seguro- a vivir de una manera distinta, suelta, inventando cada día lo que podía llegar a ser. Iba a bailar, a probar que bailaba como cualquiera de los chicos de Fama. Lo probó. Sólo le sirvió para conseguir un trabajo en Moonlight. No era Broadway. Pero le gustaba. Cuando bailaba se olvidaba del lugar, sentía la música mandando en su cuerpo, la música dejándola ser la que era y, mientras pasaba eso, era feliz. También era feliz cuando veía a Carlos. Había sido feliz. Se acabó. Carlos no era más. ¿O era dos Carlos? Y a ella sólo le gustaba uno: el que le había hablado de aquel modo algunas veces y abrazado de aquel modo, también, algunas veces. No quería al otro, aunque tuviera la misma cara y la misma voz. Cuando volvía el que ella amaba, el recuerdo del que le hacía mal no se iba del todo entre los dos. ¿Qué hacer? ¿Partirlo al medio? Sólo podía alejarse de él, así fuera dos o quince con todas sus maneras de ser posibles. Demasiados Carlos. Quería al que había conocido primero, el que había tomado café con ella en aquel boliche de San Telmo, aquel boliche donde también se bailaba y habían bailado. Habían bailado “Desde el alma”. Habían bailado mucho. Ya no bailarían más. Chau Buenos Aires. Chau Carlos. Cuando se dice chau tranquilamente, sin bronca y sin llorar, es que se dice para siempre. Y en algún lugar de la ciudad, esa ciudad que no quería mirar, él se quedaba. Cerró los ojos. Pensaría cosas lindas. Nada que le diera pena. ¿En qué pensar al dejar la ciudad donde se fue feliz? ¿Cuál es el momento de la felicidad? ¿Ayer? ¿Mañana? Uno se apura a vivir, soñando el futuro. El imperceptible presente se transforma en pasado. Amable o detestado, pasado simple o perfecto o complicado. Antes... antes el pasado maduraba y se desgajaba del presente fácilmente: la escuela, las amigas, su madre en el jardín, su padre inclinándose para darle un beso al llegar a casa. Pergamino. Volver. Ahora podía volver, después de haberse ido. Si no, siempre es la infancia. Siempre hay que irse alguna vez de alguna parte, para tener pasado. La distancia le hace lugar a los recuerdos. Es todo lo contrario del olvido. Ayuda a entender lo que no está. Después, el futuro vuelve a empezar desde el presente.

Cuento de Ana Larravide

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