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El picaflor y la abeja
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Llegó a un jardín ameno un picaflor arrogante, con más brillos que un diamante de oro y de zafiros lleno.
De rubí tenía el pico, brillaban en sus espaldas las más finas esmeraldas; y todo él era muy rico.
Los tablones recorría como un dardo disparado, y a veces enajenado en el aíre parecía.
Aquí una abeja encontró que en un nardo se posaba y a volar se preparaba después que el néctar chupó.
Del ave el furor se aumenta viendo ser la última flor que escapada del calor
sola a sus hijos sustenta. la muy inquieta, la ruidosa, la negruzca y enfadosa no entristezca esta morada.
“Váyase, pues, a ocultar en su oscuro laberinto; deje ese hermoso recinto y delicioso lugar.
“Reino aquí por mí hermosura mí brillo debe imponer; trate, pues, de obedecer, que mí paciencia se apura.”
Nuestra abejita industriosa, que por su amo se afanaba y con paciencia escuchaba, le dice: “ — ¡Qué fuerte cosa!
“Mí miel a mí amo regalo; él se alumbra de mí cera; nadie como yo se esmera, — tú, sólo por golosina.”
“Pretendes la preferencia, y no siendo sino plumas, exigir de mí presumas que te rinda la obediencia!
“Tú, huesos ni carnes tienes
para el diente de un ratón, no se cuáles son tus bienes.
“Eres linda, eres graciosa, tienes un rico vestido, muy brillante, muy lucido; pero eres vana y ociosa.”
Es por nuestra ley premiado quien trabaja, no quien brilla, y el zángano que se pilla es con rigor castigado.
todo voraz figurón, que por sólo el relumbrón desprecia al buen maestral. |
Dámaso A. Larrañaga
Fábulas americanas (Montevideo,1826)
Imprenta de Dornaleche Hnos.1919
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