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El síndrome de Wendy: 
Un trastorno personal basado en la necesidad de satisfacer al prójimo 

Dr. Félix E. F. Larocca

En esta lección cubriremos dos aspectos del tema de cargar el embalaje emocional de satisfacer los demás y cómo esta actitud nos disminuye la autoestima.

Miedo al rechazo, al abandono, deseo de complacer a los demás y sobre todo a la propia pareja… Estas son algunas de las causas que se encuentran tras el llamado ‘Síndrome de Wendy’. Una compleja conducta que a simple vista no tiene patología alguna y guarda una estrecha relación con el más conocido ‘Síndrome de Peter Pan’, descrito por Dan Kiley en 1983 y que hace referencia a todos aquellos hombres y/o mujeres que no quieren, o que no pueden, crecer.

¿Quién es Wendy?

Wendy es aquella mujer u hombre que se encuentra detrás de un Peter Pan. Y es que, tras un Peter Pan siempre tiene que haber una persona, hombre o mujer, dependiendo del caso, que se encargue de hacer todo aquello que no hace él. Peter Pan no existe si no hay una Wendy que le aguante.

El Síndrome de Wendy se puede definir como el conjunto de conductas que realiza una persona por miedo al rechazo, por necesidad de sentirse aceptada y respaldada, y por temor a que nadie la codicie. En definitiva, por una necesidad imperiosa de seguridad. Cuando el sujeto actúa como padre o madre en su pareja o con la gente más próxima, liberándoles de responsabilidades, podemos hablar de Wendy, estas conductas pueden darse tanto dentro del núcleo familiar, en los roles de padre/madre sobre-protectores, como en las relaciones interpersonales, con aquellas personas muy cercanas. La madre que despierta todos los días a su hijo para que no llegue tarde a la universidad, aquella que le haga los deberes, le resume las lecciones o subraya los apuntes, la esposa que asume todas las responsabilidades domésticas… es una Wendy en el núcleo familiar. Lo mismo ocurre en la relación de pareja si es ella y no él quien toma todas las decisiones y asume las responsabilidades, actúa como madre o padre y como esposa/esposo o justifica la informalidad de su pareja ante los demás.

Las conductas más significativas que acompañan una persona que padece este síndrome los las siguientes:

  • Sentirse imprescindible

  • Malinterpretar que el amor sólo es sacrificio y resignación

  • Evitar a toda costa que su pareja se enoje

  • Intentar continuamente hacer feliz a la pareja

  • Insistir en hacer las cosas por la otra persona

  • Pedir perdón por todo aquello que, por el otro, no ha hecho o que no ha cómo sabido hacer

  • Necesidad imperiosa de cuidar del amante como si fuera un niño

  • Convertirse en un padre o madre en la relación de pareja

Para hablar de un verdadero Síndrome de Wendy es preciso tener en cuenta que todas estas acciones se basan en un terror al abandono, que son inmutables y que persisten como tales, con en el transcurso del tiempo.

Actualmente no existen estudios epidemiológicos que arrojen unos datos fiables sobre el porcentaje de la población que puede sufrir este síndrome, porque el síndrome como entidad establecida aun no existe. No obstante, sí se han establecido las diferentes variables que pueden desencadenar su aparición. Lo primero que hay que tener en cuenta es que puede afectar tanto a hombres como a mujeres, aunque es cierto que es más frecuente entre ellas.

Esta diferencia entre los sexos puede ser debida, entre otras cosas, a la cultura en la que estamos inmersos. Queramos o no, todavía sigue siendo la figura de la mujer quien tiene más peso en el cuidado de los miembros de la familia y esas ideas que se nos inculcaran en el proceso educativo tienen su expresión en la vida adulta.

Y es que el Síndrome de Wendy no depende de un solo factor, sino de un conjunto de variables, entre las que destacan el cuidado, de niñas, recibidos, la educación absorbida, la personalidad propia y las circunstancias que rodean a la persona. No obstante, que ninguna de estas variables por separado sería la responsable de su aparición. Por ejemplo, la educación recibida no determina necesariamente este tipo de conductas. En ocasiones, tener una madre o un padre sobre protector puede crear en sus hijos o hijas un gran deseo de independencia. Aunque es cierto que también hay ocasiones en las que se perpetúan los patrones de conducta adquiridos y vistos durante la infancia y adolescencia, continuando el ejemplo de los superiores.

¿Se trata de un síndrome de la nueva sociedad? Rotundamente, no. Lo que ocurre es que hace años no se planteaban estos asuntos. Las cosas eran así, y así estaban bien. Ahora la mujer sale de casa a trabajar y es consciente de que existen más cosas, además del hogar. Se carga con nuevos roles, sin abandonar los antiguos, se satura de responsabilidades y ni se plantea que podría negociar con su pareja su nueva situación, y al final acaba sintiéndose mal, sin identificar exactamente qué le ocurre. Algunas mujeres, en este punto, piden ayuda profesional, pero muchas sufren en silencio sin saber qué hacer. Se trata, según los expertos, de un cambio en los roles que cuesta asumir tanto al hombre como a la mujer.

Come, mi angelito querido… come…

Lo que tampoco resulta sencillo es su detección. La mayoría de las mujeres y de los hombres acuden a la consulta del especialista porque se sienten ‘quemadas’ y ‘quemados’, no están felices con su vida y siente una insatisfacción total en sus relaciones de pareja. Solo a través de las sesiones de terapia van descubriendo la razón del malestar. Una sensación que también afecta a aquellas madres que ven que sus hijos no quieren crecer y evitan tomar responsabilidades acordes con su edad. Es por ello que este síndrome de Wendy se relaciona con el de Peter Pan, pues es frecuente que madres ‘Wendy’ generen hijos ‘Peter’.  (Véanse mis artículos al respecto, especialmente el de la Ergofobia).

Sin embargo, no existe una edad definida a la que pueda aparecer, aunque es en los últimos años de la adolescencia, cuando están ya formadas las características de la personalidad, cuando se pueden observar los primeros signos que delatan que la persona pueda sufrir este síndrome en algún momento de su desarrollo evolutivo.

Cómo superarlo

En muchas ocasiones son los propios afectados los que acuden por su propia voluntad a la consulta del profesional capacitado, aunque no son conscientes de lo que les sucede. No están preparados para comprender qué les pasa. Para quienes sufren este trastorno su forma de actuar es una necesidad y no consideran que lo estén haciendo mal, sino que simplemente con su actitud cubren unas necesidades de afecto, pertenencia y seguridad.

Su superación depende en un alto porcentaje de la capacidad de quien lo sufre y de reconocer que sus conductas son equivocadas. Deben reconocer sus propios miedos y a partir de ahí aprender a procurar su propio sitio en la relación. Transigir pero con cautela, ser flexible, tolerar al prójimo, pero sin aceptar por ello todo lo que se le diga.

Siempre necesitarán terapia, pero en manos expertas…

Se trata, en definitiva, de:

  • Establecer relaciones equitativas con las personas: escuchar activamente los problemas de los demás, pero sin sentirse obligado por ello a resolverlos.

  • Incrementar la autoestima personal.

  • Acostumbrarse a decir NO.

  • Aprender a madurar, a pensar que cada uno es responsable de su vida.

  • No asumir los deberes y responsabilidades del otro.

  • No soportar la indolencia de quienes prefieren el soporte que otros les suministran.

  • Ser consciente de que los cambios de hábitos son lentos, no se producen de la noche a la mañana.

Estas pautas sirven como prevención y superación de este trastorno. La conducta de cualquier ‘Wendy’ está basada en el miedo al rechazo personal, en el complejo de inferioridad y el impulso por agradar a todos. Por tanto, si en el proceso educativo se enseña a la personas conductas asertivas ---aquellas que defienden los propios derechos, sin agredir a los demás ni dejarse avasallar--- se enseña a desarrollar una sana autoestima, a aprehender unas adecuadas habilidades sociales que hagan de las relaciones interpersonales un foco de satisfacción y gratificación, las personas estarán más cualificadas para evitar el sufrimiento que a la larga supone este síndrome.

En otras palabras, el cautiverio emocional que nos destruye las vidas, como síndrome, puede asistirnos a vivirlas mejor, si lo sabemos manejar… ¿Quién sabe?

El pasado emocional y de cómo afecta las relaciones

Dr. Félix E. F. Larocca

Para nadie es un secreto que las experiencias amorosas anteriores nos pueden marcar indefinidamente para el resto de nuestras vidas tanto negativa como positivamente.

Cada persona con la que hemos compartido nos generó un sentimiento determinado. Amor, aprendizaje, desilusión, crecimiento. Todos recuerdos inolvidables, por buenos o por malos que fueran.

“Es mejor haber amado y fracasado, que nunca haberlo hecho”; cada persona con la que hemos mantenido una relación --- duradera o efímera --- nos formó en nuestra personalidad y de alguna manera nos hizo ser lo que hoy ofrecemos a los demás. Por lo que, entre más personas hayan estado a nuestro lado, más pesado y fuerte será ese pasado amoroso del que hablamos.

Somos, por naturaleza, criaturas fogosas y apasionadas                                        

Las personas somos dominadas por las emociones, por lo que siempre tratamos de buscar el equilibrio que nos permita funcionar dentro de una sociedad, una relación amorosa, un trabajo; de otra forma seríamos como animales llevados por la corriente instintivamente y sin medida provocando el caos a nuestro alrededor.

Ese equilibrio que todos anhelamos, se ve constantemente perturbado por personas, momentos, situaciones de tensión que nos hacen “perder el rumbo”; aunque las experiencias varían unas de otras, en su mayoría provienen del hogar y lo que aprendimos desde que éramos muy pequeños; --- pero para nuestra inconveniencia --- afloran cuando somos adultos y sobre todo cuando nos enfrentamos a una pareja; de ahí que la carga emocional que llevamos todos dentro sea imposible de negar o ignorar. (Véase el artículo: Lo que de niños nuestra mamá decía).

Percepciones distintas

“Nunca más me vuelvo a enamorar”. “Soltero para siempre”. “Casarse es un mal negocio, se pierde más de lo que se gana” --- opiniones como éstas nos verifican el sentir de muchas personas que fracasaron en sus intentos por encontrar esa otra persona que los complemente y simplemente no pueden manejar ese bagaje emocional que cargan por una persona que ya no está a su lado.

La diferencia entre una persona y otra que ha sufrido de amor, será la manera con la que percibe la pérdida. Todos sabemos lo doloroso que es la infidelidad, la traición, la mentira en una relación; pero una vez que pasamos el duelo necesario e importante para neutralizar nuestra pérdida, no podemos dejar que ese pasado nos nuble la vista y nos impida ver el camino hacia adelante. (Véanse las lecciones acerca de la infidelidad).

El proceso es complejo y muchas veces difícil, sentimos que nos desgastamos en el intento; pero no es así. Lo irónico del caso es que entre más desapegados estemos de ese pasado y logremos ver las cosas desde fuera, más oportunidades vamos a tener de encontrar felicidad en otro sitio; porque las reflejamos en actitudes, prioridades y emociones que las personas ajenas a nuestra historia anterior perciben.

Cada relación amorosa es un aprendizaje; ya sea de lo que “no hay que volver a hacer”, “de lo que definitivamente hay que repetir” y de lo que “nos sirvió para crecer”. La reflexión negativa o positiva nos la damos nosotros mismos y dependerá únicamente de nuestro esfuerzo para darle un giro al sentimiento.

Amantes, que somos, ¿del dolor?

La misma esencia del ser humano, a veces tornada autodestructiva, nos impide avanzar porque “el dolor (a algunos) gusta” de alguna manera. Nos victimizamos y a menudo fantaseamos con una persona que NO ERA para nosotros, por la costumbre o soledad que sentimos al ver a esa persona salir de nuestras vidas y no tener a nadie en perspectiva por un tiempo determinado. Pero por suerte no es un estado de ánimo permanente. La ansiedad, la melancolía y el cansancio de demostrar amor de nuevo se van.                                        

De ahí que tenemos que procurar buscar personas que no sean “amantes del dolor”, es decir con una carga emocional ya superada o en el mejor de los casos con un pasado ligero que no afecte el desempeño de la nueva relación.

Muchos se equivocan al pensar que a menor edad menor carga; pero no tiene nada que ver con ello, más bien se trata del tipo de persona, de su valentía y autoestima.

Ubicar personas sintonizadas en ese sentido, es la mejor manera de superar traumas pasados y es ahí donde tenemos que poner nuestro interés; porque de lo contrario seguiremos tropezando con el mismo patrón de conducta que no conviene y obteniendo los mismos resultados que hasta ahora hemos tolerado.

Olvidemos el miedo a sentir

Es probable que sintamos miedo de querer, de sentir por alguien de nuevo luego de un pasado amoroso conflictivo. Pero los rencores y remordimientos sólo nos afectan a nosotros, pues la persona a la que van dirigidos no se está enterando, con lo cual lo mejor que podemos hacer es eliminarlos lo antes posible, si no queremos fracasar en todas nuestras relaciones. Cada persona es distinta y no tiene porqué repetirse el mismo episodio dos veces.
 
Aprendamos a reforzar la seguridad dañada y decidamos: Si lo que nos provoca es ir de flor en flor, hacerlo sin perjuicios, si más bien queremos quedarnos solos y disfrutar de la libertad, que así sea, o si lo que nos hace felices es tener una pareja de nuevo, ponerse a trabajar en ello.

Pero nunca olvidemos, que quien se aprecia mucho y se quiere mucho más será quien gozará de las mejores relaciones, sean éstas amorosas o no.

Un asunto final, nunca nos dejemos caer en la posición torturante de ser una Wendy…

Bibliografía

Suministrada por solicitud.

Dr. Félix E. F. Larocca

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