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La Obesidad como Comportamiento Adictivo

Dr. Félix E. F. Larocca

La obesidad es un trastorno que afecta un segmento creciente de la población en los países civilizados del mundo, el nuestro incluido.

 

Como problema de salubridad pública se ha constituido en una epidemia desproporcionada y progresiva, por los datos suministrados por la Organización Mundial de la Salud.

 

Actualmente afecta a niños que, en los Estados Unidos e Inglaterra han decidido optar por el bisturí de las cirugías de reducción del estómago, ya que las dietas, como método, han demostrado ser totalmente inefectivas, como ha sucedido con los spas y las visitas al gimnasio.

 

Las complicaciones de la obesidad envuelven casi todo órgano y sistema en el cuerpo, incluyendo el cerebro, al que puede afectar de manera peligrosa. (Véanse mis artículos al respecto).

 

En esta ponencia mi propósito es explicar los mecanismos comunes que ciertas formas de la gordura y del comer-por-comer poseen con las adicciones a las drogas.

 

Causas

 

La obesidad, hasta ahora, no ha sido explicada satisfactoria o conclusivamente por ninguna de las teorías propuestas; lo que hace que, tampoco pueda ser considerada como una condición cuyos mecanismos causantes son idénticos en todos quienes la presentan.

 

Para el propósito del tratamiento, hay tantas formas de obesidades, como existen gordos.

 

Hay obesidades genéticas. Otras como síntomas de enfermedades específicas. Las hay consecuencias de trastornos homeostáticos en el sistema psicosomático. Algunas son derivadas de alteraciones en las estrategias alimenticias de nuestra especie. También existen las que son producto de trastornos endocrinológicos y muchas más.

 

Siendo tantas y tan variadas, la solución nunca puede ser, la que todos ofrecen discriminada y fallidamente: la dieta restrictiva para reducir.

 

Por la misma razón, el paciente que solicita ayuda, debe de ser invariablemente el foco total del tratamiento, y no proporcionar solamente el enfoque acostumbrado, que se concentra en el síntoma de la gordura, con que aparece en la consulta.

 

La ventaja que ofrece la adopción del método de individualización clínica, que nosotros favorecemos, es que prescinde, sensatamente, del ejercicio fútil del uso de las estereotípicas dietas restrictivas, de los gimnasios y de los spas para tratarla --- porque éstos no han logrado resultados conclusivos.

 

Para proporcionar al lector un entendimiento de nuestro propósito en esta tesis examinaremos primero el acto de comer.

 

Comer: Acto I del Drama de la Existencia --- La pérdida del Jardín del Edén

 

Comer y alimentarnos, aunque parezcan actividades idénticas, no lo son: Comemos cuando nos servimos de las fuentes prístinas que la Naturaleza para medrar y para alimentarnos, nos brinda.  No comemos cuando mascamos chicle, cuando consumimos comidas dañinas que nos engordan, cuando comemos Lite foods abarrotadas de sustancias incompatibles con nuestra salud y cuando comemos-por-comer…

 

Eva comió, no porque tuviera hambre. Eva comió por curiosidad y por aburrimiento, como comen tantos que comen-por-comer.

 

Adán comió, como tantos obesos hacen, porque otro comía… (Génesis I & II).

Adán y Eva recibiendo el fruto ofrecido por Lilith. Pórtico de la Catedral de Notre Dame, París.

 

Comer, para alimentarnos y sobrevivir, forma parte del repertorio de programas instintivos o módulos natos con los que fuéramos provistos para garantizar nuestra supervivencia.

 

Comer es un acto sacro, como lo es el de la reproducción.

 

El pan nuestro de cada día. Dánoslo hoy…

 

Como módulo nato, comer, posee mecanismos fisiológicos establecidos que garantizan su ejecución de manera programada y rigurosa.

 

Pero, como es un acto que será parte de nosotros de por vida, es una acción que se conformará a los cambios que experimentamos durante las fases de nuestro desarrollo.

 

Cuando nace, el bebé es alimentado por la leche proveniente del seno materno cuya composición es rica en el azúcar lactosa, digerida por una enzima estomacal llamada la lactasa. De inmediato, y a medida que el bebé crece y se acostumbra a otras fuentes de alimentación, la producción estomacal de lactasa cesa y con ésta la habilidad del ser humano de digerir este azúcar termina.

 

El resultado de la ausencia de esta enzima digestiva es una condición desagradable que se conoce como la intolerancia a la lactosa.                             

 

Nuestra pasión irreprimible para procurar el sabor dulce viene programada en nuestro cerebro desde antes del nacimiento. Mientras que algo distinto sucede con otros sabores, como el amargo --- también programado ---  que nos presagia que comidas que se distinguen por esta característica gustativa pueden resultar venenosas, como sucede con la quinina, y que debemos evitarlos.

Como proceso evolutivo, nuestros hábitos de comer experimentaron mutaciones progresivas a medida que nuestro adelanto como especie transformó nuestros hábitos de nómada tribal a morador de aldeas y finalmente a ciudadano de metrópolis enormes.

 

Al principio cazábamos y recolectábamos frutas pequeñas y bayas. Luego, descubrimos el fuego, domesticamos los animales y comenzamos la siembra y el cultivo, lo que transformó nuestras vidas drástica y permanentemente.

 

Esta lección, asimismo, es acerca de la comida como adicción

 

Hablemos, entonces de los comportamientos adictivos que, para todos son conocidos, sino familiares.

 

La comida como drogas y las drogas como comida

 

En nuestro cerebro existen estructuras localizadas en el sistema límbico, conocidas como “centros de la recompensa”. Éstos, así se designan, porque, cuando ciertas sustancias entran en nuestros cuerpos o cuando nos envolvemos en actividades de naturalezas excitantes, los centros de la recompensa nos “premian” por medio de la descarga estimulada por neurotransmisores en nuestra sangre --- resultado de lo que ingerimos --- que nos producen placeres enormes de naturaleza gustativa y sensual. Lo que hace que procuremos las materias estimuladoras asiduamente.

 

Tomemos el caso de una comida cuyo sabor produce una descarga en el cerebro de índole positiva. El resultado será que, a medida que esta comida se reintroduce en nuestros cuerpos, el cerebro desarrollará un “arco reflejo” que involucra la presencia de la comida, la anticipación de comerla, y el deseo de ingerirla, culminando en la urgencia de procurarla y la necesidad de consumirla.

 

En sus clásicos experimentos, el científico ruso Iván Pavlov, ganador del Premio Nobel, describió este fenómeno en perros a quienes condicionara en su laboratorio.

 

La figura siguiente representa de manera esquemática el mecanismo del condicionamiento en un perro.

Como podemos apreciar, el perro responde a todos los estímulos relacionados con la comida y no a la comida de modo exclusivo.

 

El mecanismo neuroquímico de este arco reflejo era desconocido en tiempos de Pavlov, por lo que él no pudo asociarlo a este fenómeno --- Pero, lo que Pavlov desconociera, hoy comprendemos.

 

Las drogas actúan asimismo estimulando de manera más vigorosa los mismos centros del placer y de la recompensa que ciertas comidas excitan. Pero, por la rapidez con que las drogas entran el cuerpo y por la intensidad de su acción, su potencial de adicción es mucho más potente.

 

Comidas adictivas

 

La noción de las llamadas “comidas adictivas” es una de aplicación reciente; ya que comidas tan disponibles, de texturas tan delicadas, con sabores resaltados por la adicción de sustancias químicas y con potencial adictivo --- ni existían en nuestro estado primordial, ni fueron programadas por la Naturaleza para la supervivencia.

 

En la selva primordial, era un lujo extraordinario encontrar comida. Encontrarla con regularidad o en abundancia era un asunto improbable.

 

A ese ritmo nos adaptaríamos entonces, y no hemos cambiado.

 

Comidas “normales” para nosotros, en el pleistoceno, eran las cosas que pudiéramos encontrar en nuestro camino en la búsqueda de qué comer para vivir.

 

Para comer, nuestro organismo fue dispuesto para adoptar la estrategia de alimentación omnívora, que significa: para comer de todo. En tiempos remotos, esto nos hacía más eficientes, más móviles y más adaptables --- aunque al precio de poder envenenarnos si lo que comíamos poseía sustancias dañinas para nosotros --- por ello la precaución en comer, para evitar percances inesperados, regiría suprema.

 

Los problemas que nos hicieran evadir ciertas comidas que nos hicieron daño, no nos impediría explorar y seguir experimentando, porque estas dos últimas, son asimismo, tendencias con las que vinimos programadas.

 

Tomar riesgos exploratorios es parte ingénita de la naturaleza humana.

 

Experimentando aquí y experimentando allí; y, después de muchas diarreas y dolores de barriga, si sobrevivíamos nuestros experimentos, desarrollábamos una gama muy amplia de posibilidades para alimentarnos. Mientras que otros vertebrados superiores gozaban de las ventajas y desventajas que les imponía una dieta especializada.

 

A menudo, la sequía o el fuego, que arrasaban las llanuras fértiles, mataban casi todo el ganado, haciendo la caza difícil para los carnívoros grandes y el pacer para los herbívoros.

 

Para nuestra especie era diferente, nosotros nos las arreglábamos con menos problemas, desenterrando tubérculos, buscando semillas, explorando el sabor de lo que encontráramos en los ríos, comiendo insectos consumiendo carroña; cocinándolos, si podíamos, y comiéndolos de toda manera.

 

Recordemos que éramos omnívoros.

 

Ocupados en nuestras ávidas pesquisas alimenticias encontramos la miel, los insectos, las aves, los peces de los ríos y también descubrimos el uso de los alcaloides que alteran el estado mental y, por accidente, descubrimos la fermentación del alcohol --- lo que no duda, literalmente, nos embriagaría, llenándonos de gozos indecibles --- indecibles, porque aún no hablábamos bien.

 

Y, si hablar pudiéramos, luego de consumir el alcaloide estupefaciente, lo haríamos con el habla incoherente de la borrachera --- lo que nos hiciera procurarlos más.

 

Aún en la Biblia encontramos la embriaguez de Noé. (Génesis: 20-23).

 

Antes de proseguir, es necesario recalcar que todo lo que comemos contiene sustancias que, antes y después, de ser asimiladas, actúan como mensajeros químicos que desencadenan reacciones muy complejas en nuestro cerebro, que abarcan múltiples regiones en el mismo, y que no son limitadas a los centros del placer. (Véase mi artículo: Comprendiendo el cerebro: Una Guía Concisa para el Usuario y para el Aficionado).

Pintura prehistórica de una persona robando miel. Cueva de la Araña, España. Observen la presencia de las abejas.

 

Por las razones citadas, todas las comidas que hoy consumimos son potencialmente adictivas; resultado de la añadidura de sustancias que las hacen más suculentas y que para muchos son estimulantes de todos los sistemas que participan en el acto de comer y en el de la recompensa cerebral.

 

El chocoholismo y la adicción al azúcar, situación especial

 

Estos dos tipos de comestibles merecen una mención especial. Porque debido a su gran popularidad permanecen al centro de toda actividad de comer por placer y porque ambas son adictivas por su actividad biológica.

 

El chocolate contiene en su composición una molécula llamada la anandamida, relacionada a la marihuana, y que actúa en el cerebro, como lo hace esta misma droga.  El azúcar, por su parte, se ha demostrado, que sigue un proceso de metabolismo idéntico al de la cocaína lo que resulta en que estos dos ingredientes, ubicuos en nuestras mesas, logren ser clasificados como adictivos.

 

La comida como droga --- la droga como comida…

 

La evidencia demuestra que el comer, en exceso y por placer, y el consumo de ciertas sustancias controladas involucran los mismos circuitos cerebrales actuando de manera idéntica. Lo que nos ofrece una oportunidad de apreciar la semejanza que existe entre ciertos comestibles y los estupefacientes.

 

La pregunta importante aquí sería, ¿cómo comidas y drogas afectan el cerebro de la misma manera?

 

Veamos

 

El sistema en el cerebro que ambas, las drogas y las comidas sabrosas, activan; es el de los circuitos que evolucionaron para recompensar comportamientos esenciales para nuestra supervivencia. Una razón por la cual los seres humanos se sienten atraídos por ciertos sabores es por sus propiedades placenteras, y estimulantes del centro de la recompensa del placer.

 

La experiencia del placer                                      

 

Cuando se registra el placer, nuestros cerebros, por medio de reacciones químicas, “aprenden” a asociar la experiencia deleitable con las señales y condiciones que la anticipan y la producen. En otras palabras, que el cerebro “recuerda” no sólo el sabor de lo que lo estimulara sino que asimismo retiene engramas de las acciones y los comportamientos que se asociaran a la experiencia deleitable. Esas mismas “memorias” se tornan más y más arraigadas a medida que el ciclo que las despierta, las incita y las sacia, se repite --- al final, convirtiéndose en algo permanente --- estableciendo la presencia de un patrón reflejo de conducta o círculo vicioso.

Cuando se piensa en esa comida, automáticamente, se anticipa el goce que de ella deriva. Resultando en que si a alguien le agrada algo de manera acentuada, el acto mismo de ser re-expuesto a lo que agrada --- aunque estuviera fuera del alcance, como viendo un anuncio en la TV --- provocará el deseo de consumirlo.

En círculos científicos, esto se conoce como condicionamiento.

Drogas, como el tabaco, el alcohol o el azúcar son especialmente eficientes en su función de estímulos condicionantes, esencialmente por virtud de sus propiedades químicas. Todas pueden incitar de modo directo las áreas del cerebro involucradas en el placer de manera más eficiente que lo reforzadores naturales, como son la comida común, o la actividad sexual.  Siendo así, porque con las drogas se puede lograr una respuesta exagerada (supra-fisiológica) de placer --- debida en parte, a que la droga suele llegar al cerebro muy rápidamente --- logrando la recompensa procurada de manera inmediata.

Con reforzadores naturales, como la comida “natural” el proceso de activación de los circuitos del placer es más lento. Lo que explica la razón porque evitar el entorno donde el ciclo se estimula --- para los adictos --- es una buena idea, ya que la activación en este caso, es inmediata.  

Ahora veamos cuáles son, los mecanismos activados cuando se despiertan las ansiedades para el consumo de drogas

 

La respuesta inmediata y anticipada a la espera de una recompensa es un aumento de los niveles de dopamina cerebral, tanto en los perros de Pavlov, como en los seres humanos. La dopamina acarrea la información necesaria para la supervivencia, como son las alertas acerca de la posibilidad del sexo reproductivo, de la cercanía de comida para alimentarnos, y como igualmente lo hace cuando confrontamos peligros o sentimos dolor.

 

El cerebro humano, por razones de adaptación, es un órgano muy sensitivo a los estímulos provenientes de lo que nos proporciona seguridad y de la comida, en especial. Existen pruebas de que cuando se presentan a ciertas personas sus manjares favoritos, a los que hayan sido previamente condicionados, se registra un aumento de dopamina en el cuerpo estriado que es una región cerebral envuelta en la recompensa y la motivación de comportamientos. Este incremento es simplemente resultado de ver y de oler la comida, porque durante los experimentos, a los participantes se les informa, que no podrán probar los comestibles que tienen por delante. Esta es la respuesta idéntica que se obtiene de adictos presentados con la misma situación. Se anhela aunque no se pueda obtener.

 

La presencia del estímulo basta para desencadenar la reacción fisiológica.

Sistema de recompensa cerebral

Igualmente en los cerebros de adictos a las drogas y en los de algunas personas obesas se encuentra una reducción del número de los receptores de dopamina D2 en el cuerpo estriado, si éstos se comparan con los de quienes no abusan las drogas o con otras personas de peso normal.

Quizás lo que estos hallazgos sugieren es que el cerebro está, de alguna manera, tratando de compensar por las oleadas repetidas de dopamina que recibe, resultado de la estimulación constante provenientes de drogas o de comida, actuando como droga.

 

Algunos experimentos demuestran que en personas adictas a la cocaína, al alcohol, a los opiatos, al azúcar y a otras sustancias similares los receptores D2 están igualmente disminuidos.

 

Con el uso crónico de las drogas, por la estimulación repetitiva de los sistemas de dopamina y otros confederados, eventualmente se llega a una disrupción de la función frontal cortical en áreas que se involucran en la regulación inhibitoria de emociones y comportamientos. (Véanse mis trabajos al respecto).

 

En los obesos se ha demostrado que la pujanza por la comida es tan poderosa que impide toda habilidad para ejercer control, desencadenando los interminables empaches, tan amargos en su conclusión final.

Comidas reforzadoras

Son comidas de composición calórica densa --- particularmente las que contienen azúcar y grasas en grandes proporciones --- Éstas son las más proclives a desencadenar el comer compulsivo. Lo que tiene sentido, desde la perspectiva de la Naturaleza.

Como cazadores-recogedores que fuéramos, casi nunca tendríamos éxito en la obtención de comidas altas en calorías porque éstas eran muy escasas; lo que significaba que teníamos que contentarnos con alimentos relativamente bajos en contenido nutritivo, comparado a lo que hoy acostumbramos.

 

Así, que cuando encontrábamos alimentos de alta densidad nutritiva --- como son los que hoy consumimos --- era de nuestro mayor beneficio, comer en exceso y, por placer, para acumular como grasa en nuestros cuerpos el exceso de calorías disponibles. Por ello, las grasas, los azúcares y las comidas condimentadas nos condicionaban a desearlas. Así que consumíamos de este tipo de alimento, todo lo más que pudiéramos --- como todavía hacemos.

Pero, nuestra gordura no persistía, porque, como así no comíamos todo el tiempo, lograríamos perder, como secuencia natural, las libras transitorias acumuladas.

El escenario ha cambiado.

Hoy, si abrimos la nevera, la encontraremos abarrotada de sustancias cargadas de calorías, de sabor estimulante, y con más potencial de engordarnos que en el estado natural --- menos, la labor requerida para obtenerlas.

Así engordamos…

Nuestros genes han cambiado muy poco durante la evolución. Estamos programados hereditariamente para el acumulo transitorio de grasa en nuestro cuerpo. Grasa que almacenábamos porque la Naturaleza lo permitiría para compensar por los períodos alternativos de escasez y abundancia.

Actualmente, en nuestro medio, sin períodos de escasez alguna; estamos rodeados de comestibles excesivamente grasosos y adulterados en demasía con la adición del azúcar. Esta forma de abundancia es factor que contribuye al avance de la epidemia de la obesidad en todas las edades.

Las respuestas condicionantes son increíblemente poderosas en lo que respecta a los alimentos: cuando se pasa frente a una máquina que vende golosinas y se ven las barras de chocolate, éste último se desea aunque no se tenga hambre --- lo mismo sucede si es que se observa en una revista.

Pero, de no verse, los chocolates y su consumo no entrarían en la mente.

Se sabe, como resultado de estudios de grupos de gemelos que el 50% de las adicciones de comida y drogas es combinación de factores genéticos y del entorno.

Lo que sucede, es que los genes envueltos entran en juego a niveles de actividad diferentes --- desde la divergencia de cómo distintas personas metabolizan las drogas o lo que comen; a diferencias tales como son la posibilidad de que algunas personas y no otras se encontrarán envueltas en comportamientos que indican riesgos .

En el caso de la obesidad, algunas personas, pueden estar a mayor peligro para el desarrollo del comer compulsivo porque son hipersensibles a las propiedades compensadoras de la comida.

Un estudio demostró que algunas personas obesas poseen una eficacia gustativa incrementada en respuestas provenientes de la boca, de los labios y de áreas localizadas en la lengua.

La hartura nocturna…

Para ellos, comer, puede ser mucho más placentero que ningún otro reforzador natural, incluyendo la actividad sexual.

Asimismo, otras personas no son muy eficientes en sus respuestas a las señales internas que indican la saciedad. Éstas serán más vulnerables a señales del entorno que despiertan comportamientos placenteros condicionados: “Come otro pedazo de biscocho --- se celebra el cumpleaños una vez al año”.

O sucumbir al efecto de la imitación que se origina en la actividad cerebral de neuronas de espejo, descritas en muchos de nuestros artículos.

Pero, la obesidad no es simple…

En un estudio reciente, personas obesas a quienes se implantara un estimulador gástrico. Aparato que activaba eléctricamente el nervio vago, causando la expansión del estómago resultando en una sensación de llenura --- demostraron, que aún así, no perdieron de peso.

Lo que parece indicar que existen mecanismos condicionados que neutralizan el efecto de las señales reguladoras.

Este último hallazgo, posee connotaciones enormes para quienes ponen su fe en las cirugías gástricas como solución para el problema de su obesidad.

El hecho de que, para algunas personas, existen áreas de solapamiento entre el comer compulsivo y el uso de las drogas, parece ser indicación de que tratamientos farmacológicos efectivos son inminentes, en su desarrollo, para tratar este tipo de obesidad y su origen, el comer compulsivo.

Pero no es así

Uno de los mayores obstáculos para cualquier persona tratando de recuperarse del comer compulsivo, es el obvio hecho de que hay que comer para sobrevivir, y de que no hay que usar drogas para los mismos fines.

Para los adictos, a menos que no sean el azúcar, el tabaco o el alcohol; las drogas hay que asumir riesgos para obtenerlas. Mientras que las sustancias anteriormente mencionadas son ubicuas y aún se ofrecen a cualquier edad y grupo, como si fueran inocuas --- lo que bien sabemos no lo son.

Cuando decimos que deben de evitarse los lugares que se asocian con el hábito, reconocemos que no es tan fácil evadir lo que a nuestro paso se encuentra con toda la frecuencia posible --- la comida rica y apetitosa.

Finalmente, estudios en ratas con el uso de la Naloxona (sustancia antagonista de la morfina) demuestran con claridad convincente que tanto el azúcar, como la morfina, generan dependencias químicas y que la exposición crónica a dietas altas en calorías genera dependencias físicas, y más adelante dependencias psicológicas.

Que el azúcar se comporta como droga en nuestro cuerpo, es así, aunque algunos, insensatamente, se empecinen en negarlo, --- a pesar de que nadie logra refutarlo.

En resumen

Las adiciones no son asuntos de capricho ni de actividad social. Sino que son respuestas reflejas mediadas por la actividad cerebral a la ingestión de ciertas sustancias, sean éstas alimenticias, recreativas, o ambas.

El núcleo estriado y otras estructuras, acompañadas por la acción de la dopamina y otros neurotransmisores, en sus dinamismos, son factores de importancia que nos indican de la enormidad del problema en todas sus ramificaciones.

La cura de la obesidad es elusiva y permanece recóndita.

Si bien reconocemos que la motivación es crucial, para el tratamiento de la gordura, como ya hemos visto en tantos de mis reportes: la motivación sin la psicoterapia, generalmente, será infructuosa.

Por la misma razón, las dietas restrictivas son la misma enfermedad que pretenden curar…

Es por ello que, una vez, afirmara: Que perder de peso es como aprender otro idioma… (Larocca, 1994).

 

Bibliografía

Suministrada por solicitud.

Dr. Félix E. F. Larocca

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