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El estrés y la psicopatología de la vida cotidiana

Dr. Félix E. F. Larocca

Las respuestas fisiológicas, con que nuestro organismo responde al estrés, son muy eficaces en ayudarnos a sobrevenir felizmente las crisis constantes que nos afectan en la vida cotidiana.

Cuando el cerebro registra la presencia de una amenaza que nos confronta, una reacción de alarma se desencadena: El Hipocampo cerebral secreta la hormona Factor Secretante Corticotrópico (FSC), el que induce a su vez la descarga, desde la glándula Pituitaria, de la Hormona Adrenocorticotrópica (HACT); esta hormona se despliega en la sangre mientras envía señales a las glándulas suprarrenales para que éstas produzcan moléculas semejantes a los esteroides, llamados los glucocorticoides. Al cabo de unos pocos segundos, el cuerpo enfrenta el peligro percibido: dilatando las pupilas para ver mejor, sudando con un sudor viscoso, para ser resbaladizos, si nos atrapan; aumentando la velocidad del latido cardíaco, un adelanto por si necesitamos correr, incrementando la disponibilidad de la glucosa circulante como fuente de energía lista y disponible, aumentado la velocidad de la coagulación de la sangre, suspendiendo funciones corporales que no sean esenciales, y alistando poderes extraordinarios de concentración y de vigor.

Por medio de estos mecanismos fisiológicos: O se huye, o se ataca al enemigo que nos confronta (fight or flight response).  

                                  

Esta reacción instantánea y extrema no es perjudicial, ya que sirve un buen objetivo, momentáneo, pero a un costo muy elevado de energía. Lo que sí resulta problemático es cuando estas mismas reacciones se vuelven crónicas y sostenidas; hasta el punto de que personas atrapadas en las mismas, sin alivio posible, pueden sufrir daños severos, tanto emocionales como físicos.

La reacción descrita se estableció para asegurar nuestra supervivencia frente al peligro que abundaba en la Selva Primordial.

Las cosas han cambiado, pero el torrente neuroquímico y hormonal para responder a peligros inminentes, ha permanecido esencialmente inmutable.

Lo mismo, podemos decir, ha pasado con nuestra respuesta a la escasez de comida.

El problema resultante es que respuestas que fueran adaptivas de antaño, ya cesaron de serlo --- a menudo, perjudicándonos, en lugar de conferirnos beneficios.

Veamos la razón

Hoy día, todos nuestros peligros no son tan puros y simples como de antes solían ser --- es la Realidad.  De antes, peligro era la erupción de un volcán, un terremoto, un ciclón, la escasez colectiva de comida para la tribu, o la invasión inminente por una horda hostil. 

Peligros eran sujetos a ser calificados y a ser cuantificados.  Nadie temía a la invasión de un manojo de guerreros a los cuales nuestra agrupación los excedería en números y en armamentos. 

Nadie temblaba al encontrar un gato en su camino, en lugar de su versión magnificada, un tigre.  Pero en nuestra sociedad “moderna”, llena de simbolismos representantes del pasado, es muy fácil que un examen,  la subida de los precios para adquirir la comida o la gasolina,  el contenido de una carta,  la evaluación injusta hecha por un profesor, el hecho de engordar unas libras,  las palabras críticas de otra persona,  la pérdida de posesiones banales,  el vencimiento del plazo de una deuda,  el enterarse del divorcio de los padres --- en esto, no importa cuál sea nuestra edad ---  la quiebra habituadas de los bancos dominicanos, la falta de oportunidades, debidas al color de la piel,  afiliación religiosa, u otras cosas “injustas”;  elevan la producción de nuestros glucocorticoides,  como si se estuviese enfrentado peligros mortales, característicos de nuestra vida, en el período paleolítico superior.

Cuando la ansiedad es crónica, y cuando la depresión emerge de los lugares más recónditos de nuestros cerebros, haciendo sus presencias indeseables, simultáneas,   con ello aumenta nuestra vulnerabilidad tanto emocional como física.  Es entonces, cuando, nuestros centros de emergencia se preparan para lo peor.  Pero, cuando asimismo, lo “peor” parece que nunca llega, porque lo “peor” es intangible; o porque lo “peor” es meramente una situación indeseable (no un tigre atacándonos), de la cual no puede uno librarse; esta actividad de emergencia aguda se transforma en actividad de emergencia crónica, debilitando los sistemas que fuesen enlistados para responder. Ya que sus acciones fueron diseñadas para ser llevadas a cabo de modo inmediato, no para ser aplazadas.

                                                                                       

De esta situación aberrante se derivan síntomas y condiciones las cuales pueden ser entendidas como psicosomáticas, o inducidas por el estrés.  Entre ellas se cuentan los dolores musculares y los dolores de cabeza, las diarreas agudas y crónicas, las enfermedades digestivas (como puede ser la úlcera péptica), las migrañas, el insomnio, la obesidad y la astenia.  Casi todo síntoma emocional, incluyendo la ansiedad vaga y difusa, los ataques de pánico, los terrores nocturnos y las pesadillas, la impotencia genital y la anorgasmia femenina, pueden deber sus causas al estrés sostenido.  También puede decirse, que la presencia de cualquier forma de estrés, afecta y disminuye la capacidad de adaptar, ya que éste interfiere con la funciones del Sistema Inmune que defienden nuestros cuerpos contra toda agresión o desequilibrio.

Obviamente, el estrés, con todas sus manifestaciones negativas, no nació en el Siglo XX, ni ha esperado hasta la alborada de este otro siglo para hacer su debut.  Lo que sí parece ser posible, es que la metáfora del desastre (lo “peor”) que nunca llega, sea parte residual de adaptaciones, propias de un período en nuestro pasado, en el cual el estrés era repentino, pero transitorio.

Como el hambre llegaba y se iba.

Pero, el hipotálamo que en sus funciones dependiera del poder acumular reservas (léase, aumentar de peso), para adaptarse a crisis potenciales; siempre en caso de estrés, sea éste imaginado o real nos conducirá a aumentar las libras tan indeseables como función de la retención de líquidos (edema) y del metabolismo eficiente, aumento de peso.

Para adaptarse mejor, una lección puede derivarse de nuestros predecesores, y ésta puede ser expresada en una expresión muy común: “nadie puede vivir en aislamiento total” (no man is an island, nos aseveraba John Donne). 

Beneficiémonos, entonces, del poder que nos brindan la afiliación a los grupos y de la terapia para confrontar el estrés, como lo hacían nuestro antepasados paleolíticos, quienes no se volvían obesos cuando el estrés los visitaba. 

                                          

En su lugar, como tanto hemos visto en tribus y sociedades primitivas, el estrés se comparte y se reparte entre todos, haciendo un esfuerzo colectivo para encontrar soluciones eficientes a las crisis confrontadas.

Aquí añadimos otro artículo complementario

Estrés: la vida hay que tomársela suavemente…
Dr. Félix E. F. Larocca


Más de la mitad de los adultos han padecido o padecen estrés, según la Asociación Internacional del Estudio del Estrés. La palabra stress comenzó a usarse en Física, y no fue hasta los años treinta cuando Hans Seyle comienza a utilizarla para referirse a las circunstancias y acontecimientos que influyen sobre una persona y producen reacciones en ella. El estrés es un fenómeno fisiológico normal, es la respuesta que emite un organismo ante estímulos percibidos como amenazantes. Por eso, el buen estrés es positivo: ayuda a soportar situaciones exigentes y a reaccionar frente a las demandas del entorno. El estrés negativo o distrés aparece cuando el organismo no es capaz de adaptarse a la situación, de dar respuestas adecuadas a las demandas del entorno. Se produce una activación y ansiedad desmesurada, acompañada de incapacidad para centrarse eficazmente en las tareas. El malabarista ejecuta sus maniobras con tres bolas, después con cuatro, más tarde con cinco; pero al incorporar la sexta, se le caen todas las bolas, no sólo la sexta.

Las personas tienen una limitada capacidad de trabajo y de respuesta a las situaciones. Cuando se nos exige más de lo que somos capaces de responder en ese momento, podemos bloquearnos de tal manera que no podamos realizar tareas sencillas que apenas representaban dificultad. Para responder a las exigencias cotidianas y a las situaciones extraordinarias necesitamos un cierto grado de activación, de tensión. Si es insuficiente, no responderemos bien, pero si la tensión es excesiva, podemos quedar incapacitados para responder.

Fases del estrés

El estrés no aparece de manera repentina, se considera que existen tres fases.

Fase de alarma: en el momento de enfrentarnos a una situación difícil o nueva, nuestro cerebro analiza los nuevos elementos, los compara recurriendo a la memoria de coyunturas similares y si entiende que no disponemos de energía para responder, envía órdenes para que el organismo libere adrenalina. El cuerpo se prepara para responder, aumentando la frecuencia cardiaca, la tensión arterial, tensando los músculos: es una reacción biológica que nos prepara a actuar.

En este primer estado, puede notarse la actividad benéfica de la señal-ansiedad.

La fase de resistencia: durante ésta, el individuo se mantiene activo mientras dura la estimulación y aunque aparecen los primeros síntomas de cansancio, se sigue respondiendo bien. Cuando la situación estresante cesa, el organismo vuelve a la normalidad.

La fase de agotamiento: si la activación, los estímulos y demandas no disminuyen, el nivel de resistencia termina por agotarse, apareciendo de nuevo la alarma. Se comienzan a sufrir problemas físicos y psíquicos. Según Hans Seyle, "el estrés se convierte en peligroso cuando aparece con frecuencia, se prolonga de modo inusual o se concentra en un órgano determinado del cuerpo".

                                              

Síntomas corporales del estrés

El estrés no sólo tiene repercusiones psicológicas, sino que también afecta nuestro estado de salud física.

Sistema gastrointestinal: el estómago segrega más ácidos. Si la situación se mantiene, las paredes se terminan irritando. La sangre se desvía del estómago y se altera el proceso de la digestión. Muchas úlceras gastroduodenales y la colitis ulcerosa están relacionadas con situaciones continuas de estrés.

Sistema muscular: la tensión aparece en forma de contracturas a distintos niveles: mandíbulas, cuello, espalda, dolores en las piernas.

Sistema respiratorio: la respiración se acelera y se vuelve entrecortada. Se tiene la sensación de que el aire no llena los pulmones.

Sistema cardiovascular: se liberan adrenalina y noradrenalina, que hacen que el ritmo cardiaco y la presión de la sangre aumenten. Se produce una dilatación de los vasos sanguíneos y retención de líquidos.

La piel: aumento de la sudoración. Si el estrés es prolongado, pueden surgir patologías dermatológicas vinculadas a estados de ansiedad.

Cuando surgen estos síntomas "funcionales" (sin causa orgánica aparente), se produce una retroalimentación negativa que activa otra vez los procesos biológicos de alarma y redobla la sintomatología.

Herramientas para combatir el estrés

Cuando los síntomas del estrés comienzan a perjudicar nuestra calidad de vida causando sufrimiento psicológico, irritabilidad, descenso del rendimiento laboral, dificultades de concentración, insomnio o visión pesimista de la realidad, debemos recurrir a ayuda especializada.

No se puede huir permanentemente de las situaciones que producen estrés. Alguna vez hay que afrontarlas, y para ello disponemos de herramientas que serán válidas si se aplican de la mano de profesionales cualificados. Veamos algunas.

Fármacos: tranquilizantes o antidepresivos (siempre bajo prescripción médica), indicados para reducir la ansiedad. Muy útiles si se complementan con otros tratamientos que ayudan a eliminar también las causas del estrés, y no sólo los síntomas.  Algunos son adictivos si se usan de manera prolongada.

Técnicas de relajación: técnicas que combinan la respiración profunda -que garantiza una buena oxigenación- con la flojedad de los músculos. Un cerebro bien oxigenado y que percibe el bienestar de la relajación muscular está mejor preparado para percibir positivamente la realidad problemática. Hay muchas técnicas, pero conviene descartar las que conllevan manipulaciones de la personalidad desconocidas por el paciente o que son científicamente indemostrables.

Técnicas cognitivas: métodos psicológicos articulados por expertos. Intentan reestructurar el pensamiento de quien sufre, para que aprenda a interpretar adecuadamente las situaciones que le producen malestar.

Los masajes y las manipulaciones pasivas del cuerpo: relajan los músculos y estimulan la circulación sanguínea. Las técnicas van desde lo fisiológico hasta el masaje sensitivo.

La hidroterapia: El agua, a presión y temperatura adecuadas, es un elemento relajante. Las terapias en balnearios de aguas termales y talasoterapia han vuelto a ponerse de actualidad.

La térsicopterapia: usa la música (normalmente, instrumental y sin estridencias) como elemento relajante.

Consejos para prevenir el estrés

Dormir lo necesario. Lo “normal” dicen que son ocho horas, pero depende de cada persona. El sueño debe ser reparador, hemos de sentirnos descansados cuando nos levantamos de la cama.

Hacer ejercicio físico, adaptado a la edad y condición de cada persona ayuda a liberar tensiones y facilita el aumento de endorfinas, sustancias que provocan sensaciones placenteras.

Cuidar la alimentación. No sólo llevar una dieta equilibrada, sino comer con tiempo suficiente, evitando las bebidas estimulantes, las grasas y los azúcares.

Técnicas de relajación. Tomarse quince o veinte minutos al día para practicar estas técnicas. Si no se conocen, intentemos informarnos. La siesta diaria, aunque breve, es una buena opción...

Organizar bien el tiempo. La precipitación, las prisas y la acumulación desordenada de tareas causan estrés. Dediquemos a cada cosa su tiempo, sin olvidar reservar un tiempo para nosotros mismos.

Separar el trabajo de la vida personal. No llevar trabajo a casa y aprender a olvidarse del mismo cuando no trabajamos. Una opción: buscarnos otras "obligaciones" cotidianas cada día.

Aprender a comunicar nuestras cosas. Hablar de nuestros problemas con gente de confianza alivia tensiones internas.

Romper la monotonía. La rutina es un factor que acompaña a la tensión emocional y genera insatisfacción y aburrimiento. Busquemos cosas diferentes que hacer cada día. 

                                     

Causas del estrés:

 

Según los investigadores, cada acontecimiento extraordinario provoca su propio grado de estrés. Si la suma de las cifras que figuran en este cuadro supera 150 en un año, la persona tiene una probabilidad del 50% de padecer estrés. Si es mayor de 300, llega al 90%.

- Muerte del cónyuge
- Divorcio
- Separación conyugal
- Encarcelamiento
- Muerte de familiar cercano
- Enfermedad grave
- Matrimonio
- Pérdida del empleo
- Reconciliación conyugal
- Jubilación
- Deterioro en la salud de un familiar
- Embarazo
- Dificultades sexuales
- Entrada inesperada de un nuevo familiar
- Cambios en el estado financiero
- Muerte de un amigo íntimo
- Cambio de tipo de trabajo
- Comienzo de disputas familiares
- Desembolso importante de dinero
- Vencimiento de hipoteca o préstamo
- Problemas con la ley
- Triunfo personal sobresaliente
- Cónyuge que abandona o comienza el trabajo
- Cambios de hábitos personales
- Problemas con los superiores
- Cambios en el trabajo
- Cambios en los hábitos de sueño
- Cambio en los hábitos dietéticos
- Vacaciones

100
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63
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13

 

En resumen

 

El estrés es tan ubicuo y tan omnipresente en la vida, que aún las vacaciones (evento feliz) y el matrimonio, que lo debiera ser, se mantiene que lo causan.

 

El estrés, como síntoma y como experiencia, hay que domarlo o nos doma a nosotros a su vez… Para reconocerlo en sus etapas tempranas es útil saber de la existencia del fenómeno de la señal-ansiedad.

 

Hay que aprender a superar las crisis de la vida, desglosándolas, entendiendo sus componentes, y poniéndolas en sus perspectivas propias --- ya que saber vivir es un arte…

Bibliografía

Suministrada por solicitud.

Dr. Félix E. F. Larocca

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