Veintinueve

Este minúsculo chorreo de agua

desde el techo de menta.

La huerta calva.

El acordeón lluvioso.

El guerrero escalón.

El inmóvil compás de las manzanas.

El gato en la frutera.

 

El vacío se frunce en las cortinas.

 

De pronto,

una vitrola despierta a la perrada.

 

No era astucia francesa.

Esa estridencia ensalivó la calle.

Un pelotón de boinas parisinas

fue manjar de rastreros paladares.

 

Los domadores vuelven al tedio amputador.

 

Yo recorro persianas

como pestañas.

Camino por los rostros intermedios

del salón interior.

Por la entraña verbal de las paredes.

Estoy en el ombligo misterioso

de Simone Valadon.

Su matiz heridor.

Sus camafeos

Los cuadros de su madre.

El acuario enterrado de su pájaro hervido.

La claridad abierta de su boca.

 

Esta es su casa.

Su reloj cabecea con el péndulo alerta.

Observador de intrusos.

 

Estos son sus rincones.

Talvez.

Su paleta quemada.

La pequeña azotea de su frente.

 

Empuño una gota de río

y la ablando en mi mano.

Toco la crema acorralada

que lanza un humo fijo.

Caigo por el embudo del recuerdo.

 

 

Yo vivo  en la bodega

donde el silencio abre su funda blanca.

Cristina Landó
de Recuerdo de Guerra 

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