Veinticinco

Mi desarme interior.
Mis huraños desquites.
La carpa acorralada bajo el casco.

No sé como pasó.
Iba en coche cerrado.
El amor se extinguía.

Tuve el coraje del culpable
cuando anuncié a mi madre mi coraje.

La guerra es un delito.
Una avispa encerrada en el oído.
Un ademán de odio
fregando la mandíbula.

Los judíos tendidos
eran una entorchada muchedumbre.
Sus huesos chamuscados
una rueda torcida.
Pueblo de lengua corta 
en la pira del pecho.
Cada cual se sentía milagroso.

Los pecados chillaban sus ébanos de duelo.

Yo subí hasta mis piernas
para aflojar la mente.

La guerra armó su catafalco.
Empujó mi carcasa
Desbocó mi cabeza.

Nos dejará sin dentadura.
Con la semilla hinchada.
Fuegos artificiales del tanteo.

Volcar la casa del vecino
al agua.
Meterse en la pecera de su ropa interior.
De su cocina y su jabonera.

Sobre una mesa
lista de proscriptos.

Piedra libre para el rebenque nazi
que regurgita espermas en la niña judía.

En espectrales zanjas,
cuerpos envenenados
amontonados como paja.
Fosones que pudieron ser jarrones.
Camposanto a paladas de cemento.

Cada hombre es un bosque.
Una sospecha.
No abeja flotadora.
Mancha apestada.
El testigo rapado en el alambre.

No sé cómo pasó.
¡Vi el horizonte tan voraz!
Mariposa carnívora se comió mi caballo
Yo fui tras la corbata del galope.

Los caireles del aire
me empuñaban.

Cristina Landó
de Recuerdo de Guerra 

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