Treinta y dos

Yo soy un alemán.

Un soldado alemán.

Un noble hijo del Imperio prusiano.

Culpable.

No víctima.

Un hombre que enfundó el sable

con más coraje que lealtad al desquicio.

A la conspiración de la demencia.

Al latigazo irrefrenable

que amasó el pensamiento

bajo sentencia de horca.

 

Nunca canjeé mi muerte por la de mi adversario.

 

Yo soy un alemán bien nacido.

No un animal doméstico.

Hay esperma crujiente desfondando mis huevos.

Mis hijos chocan en los vientres

sus mangueras de vida.

 

El sentido del pan cambió.

Ya no es el alimento carnal.

Mañana será pasto.

 

 

Soy vulnerable.

No dueño de un equipo vencedor.

Muerto en pedazos.

No un guerrero marica

bajo la fusta agria.

 

Un Oficial del Reich.

Cuervo de mal augurio.

Un hombre sin misión.

Que demora la boda.

La ceremonia de adornar el traje

para quemarse vivo.

 

El tiempo no se mueve.

Me visto en el retrete de un dios muerto.

La obligación casera no me hubiera dejado envejecer.

Me encierro en el armario de mis ojos.

Lo inmóvil ya no vale.

 

 

Me estruja el pisotón que tachó a Francia.

El tajazo traidor.

El vomitazo.

Acribillar el tulipán de Holanda.

El cristal de Noruega.

El mundo.

 

Un sulfato babea mi prepucio.

Calienta el hormiguero

liberado.

 

Liberar

es sacarse las reglas de la nuca.

Reinar sobre sí mismo.

  

Soy un hombre alemán.

Despellejado.

La frente destapada.

Vencido.

Extenuado.

 

Los extenuados deberán callarse.

Cristina Landó
de Recuerdo de Guerra 

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