Palabra

Voz que escribo y desarmo.
Semental del sonido y del sentido.
Abierta breva como sexo blanco
donde el pubis verbal sangra y se afloja.
Buque vidente,
los vidrios rotos de su hueso
punzan.
Falo voraz.
Pluma de hierro flota
el agrio paladar de la tormenta.
Rosa de pan manual,
espinas anteriores
me recuerdan la amarilla maldad
del extracto materno,
cuando 
dulces úteros sueltan rojos saltos
a la untuosa intemperie de las piernas.
Esa alquimia de musgo musculoso
besado en las orejas infantiles
con imperfecto balbuceo,
cierra la miel copiosa de los llantos,
en los encarnizados ejercicios
de las revelaciones.
Junto la voz en ágatas carnosas.
Con mi hidropluma apago el vello de su chispa
en un malabarismo digital
que hace pensar en el artífice
abriendo con dos uñas la vulva de la orquídea.
Yo persigo sus muslos espumosos,
-las blandas hemorragias de sus alegorías-
para llenar con savia eyaculada
su pecera de azúcar.
Lo fecundo con lujos animales.
Con mi gráfico glande ceramista
y una melancolía interrumpe la cópula
en esa encrucijada de la carnalidad y el pensamiento.
Riel poético del carbón interior.
Parpadeo tocado con la lengua en reposo.
Sensual infamia que desboca el grito
como un felino filo del aliento.
Arde la oscuridad de lo vacío
cuando atrapo en la cítara del aire tu pellejo impalpado,
tu enemigo traslumbre
y ese metabolismo solitario 
para que seas,

la hembra sustanciosa de los toros que escribo.

Cristina Landó
de Mitades vivas. 

Editorial proyección, 1988

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