Los lozanos cincuenta años de Campo, de Fabini

Crónica de Roberto Lagarmilla

Suplemento dominical del Diario El Día

Año XXXIX Nº 2024 (Montevideo, 23 de abril 1972) pdf

Inédito, en internet, al día 13 de setiembre de 2025, conste.

Eduardo Fabini, retrato de 1927

MONTEVIDEO, abril 29 del año 1922. Tales son las coordenadas que ubican, en el espacio y en el tiempo al acontecimiento más importante de la historia de la música nacional uruguaya.

Precisemos más la mira, y encontraremos el punto y el momento exacto que corresponden a aquel concierto en que fuera revelado, al público, el primer trabajo sinfónico del compositor Eduardo Fabini: es el hoy desaparecido Teatro "Albéniz", que ocupaba el predio de la calle Ibicuy N° 1275; y es la hora “5 1/4 p.m." (así lo consignaba el programa) del día mencionado.

Va a cumplirse, allí, un concierto sinfónico extraordinario, destinado a allegar fondos para el Sanatorio de Obreras y Empleadas, de reciente creación. Lo organiza la Empresa Quesada - Grassi Díaz, .y está a cargo de instrumentistas pertenecientes a la Asociación Orquestal del Uruguay, que actúan bajo dirección de un joven maestro ruso radicado en Montevideo: Vladimir Shavitch. Como “imán” del extenso programa, figura, en primer término, una versión del Concierto en La. para piano y orquesta, de Franr Liszt; obra en la que actúa como solista, la pianista Tina Lerner, esposa del maestro Shavitch.

Pero existe, asimismo, otro punto de atracción en ese abigarrado programa, que comprende obras de Beethoven, Wagner, Liszt, Elgar y Chaikowsky. Es posible que aquel nombre que figura “en el segundo lugar de la segunda parte", represente poco para la mayoría del público: EDUARDO FABINI - "Campo" -

Poema Sinfónico. (1ª audición. m/s); pero, para quienes conocen a Fabini como violinista virtuoso, maestro del Conservatorio del Uruguay”, e integrante del Quinteto de la "Asociación Uruguaya de Música de Cámara", constituye, sin duda, motivo de vivísimo interés.

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Y CAMPO, que ve la luz en esa grisácea tarde de otoño, llega. Cargado de destinos: precedido por una larga historia evolutiva.

Tiene su origen lejano en las libres improvisaciones que Fabini —entonces radicado en la Fuente del Puma (Lavalleja)— realizaba en el pequeño piano “Pleyel” instalado en la “casita blanca"; al pie de un alto cerro, y a pocos metros del surtidor del cual mana, sin cesar, la más pura y mineral de las aguas potables del País.

Desde 1910, año de su iniciación en las tareas en la citada Fuente, Fabini ha ido abandonando paulatinamente sus tareas de intérprete, en favor de la composición. En estas disciplinas, no es un novato. Ya durante los dos primeras años de estada en el Conservatorio Real de Bruselas (1900 - 1901), ha escrito varios Tristes para guitarra, un Estudio Arpegiado (una Scarlattiana y un Intermezzo para piano y el hermoso coro femenino Las Flores del Campo, sobre texto propio, que firma con el seudónimo “Sarandí Morales”.

Su ambición actual (hacia 1912) es abordar el género sinfónico; y para ello parécele indispensable retomar intimo contacto con ese paisaje nativo que nutrió su niñez con emociones profundas e indelebles. Las improvisaciones plasman, pronto, en conceptos musicales definidos. Se convierten en temas que, alimentados por las mismas raíces afectivas que nutrieron los cantares anónimos, adquieren, en forma inevitable, su mismo sabor, aunque no conserven exactamente su forma. Hay, aquí, un punto doble que señala, a la vez que el emparentamiento directo e esta música con el folklore nacional, su total desvinculación en cuanto a la fórmula. La técnica orquestal derivada del impresionismo francés (que Fabini vivió en Europa, durante su momento más importante), hará posible la liberación total del “tema". Creará ambientes, sugerirá atmósferas y evocará cantaras, sin necesidad de descender a lo descriptivo ni utilizar documentos tomados al acervo popular y anónimo. En esa empresa y en esa tarea, pautada por largos silencios, se deslizan muchos años. Por muchos de esos caracteres, CAMPO (que tal es el nombre que le da su autor), se aproxima al poema sinfónico que en Europa naciera con, en pleno auge del Romanticismo. Sin embargo, no se ajusta a ningún plan literario. Es poema por su carga de vivencias transformadas en lenguaje musical puro. Y es sinfónico, porque su medio de expresión —la orquesta clásica y convencional — lo es, de hecho, intransferible. ¿Cómo traducir, en algún instrumento de las posibilidades del piano o el órgano, esa variedad de voces y timbres? Solo la orquesta sinfónica puede rendirla en su totalidad. Y si queremos alguna explicación para el nacimiento de esta primera obra sinfónica de aliento, donde se condensa el sentir colectivo de nuestro pueblo, no encontraremos otra, fuera de las pocas palabras con que Eduardo Fabini respondió a los periodistas, en ocasión del histórico estreno: "Salió mal, no se por qué... ", " ... en el silencio de la noche  probaba las melodías o en el armonio, y la naturaleza me daba el tono".

Todo esto traduce absoluta espontaneidad en el procedo creador, a la vez que una estrechísima vinculación espiritual con el ambiente geográfico y humano de que "Campo” se nutre. No cabe otra explicación.

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Dejemos de lado los comentarios periodísticos, las expresiones poéticas y todo ese alud de manifestaciones que suscitara, en la época, el estreno de "Campo", que tuvo, desde la sala hasta la calle, el éxito más clamoroso. De todo ese maremágnum ocasionado por la revelación, no sólo de un nuevo y gran compositor, sino de una forma absolutamente nueva en la música uruguaya, da cuenta la prensa de ese tiempo. Y es el tiempo —la respetable distancia de medio siglo— el que permite que hoy valoremos mucho más serenamente la decisiva contribución que Fabini dio a la causa de la música americana.

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Ya no cabe duda de que, pese a algunos desequilibrios sonoros e irregularidades de forma, CAMPO es algo más que una “obra de aliento’’. Podríamos quizás definirla como una transición lógica entre aquellos primeros Tristes escritos en años de mocedad y de nostalgia del terruño, y obras posteriores mucho más maduras — La Isla de los Ceibos (1924); Mburucuyá (1933) — aunque no siempre cabalmente mejores en cuanto a sencillez, eficacia expresiva y poder de sugestión. Considerada en conjunto, su mayor virtud parece hoy consistir en la perdurable sensación de frescura y de nobleza de todos sus materiales. Traduce un "paisaje interior" que, en alto grado, es común a todos las uruguayos y que es capaz de hallar resonancias en el alma de los pueblos más lejanos. No siempre puede decirse lo mismo de tantas obras consideradas como “capolavori" de forma o de técnica.

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La rápida aceptación que CAMPO logra, dentro de fronteras y fuera de ellas, no puede ser obra de factores casuales. Como todo acontecimiento que trasciende, reconoce causas remotas y próximas; así como una vinculación con otros sucesos que configuran un determinado clima social y espiritual. Todo el periodo de creación, todo lo que coincide con el momento del estreno y lo que a éste sigue en el tiempo y en el espacio, está inscrito en una época particularmente próspera, común al Uruguay y a ambas Américas. No es, pues, coincidencia, que la revelación de una música genuinamente americana tenga lugar dentro de ella; particularmente luminosa y avancista. dentro de la vida de nuestro País. Artes plásticas, úsica, Poesía, Política, Industria y Economía, parecen florecer juntas y fructificar dentro de rasgos distintivos que podríamos definir como nobleza, eficacia y novedad.

Se comprende que en tal clima, pueda cundir fácilmente el optimismo general. Las más nobles ansias germinan y florecen, respaldadas por una estabilidad económica que —a su vez— afianza nuestra admirable madures cívica, en cuyo proceso descuella la figura de un sumo estadista: José Batlle y Ordoñez.

Si es evidente que una obra de la talla de CAMPO es fruto del talento individual, no lo es menos, que el proceso de su concepción y su llegada al público están condicionados por un ambiente propicio a las más altas realizaciones

El poema fabiniano surge, pues, en ese clima de noble valoración de lo nuestro. Y como es obra de un gran artista —antena sensible a todas las solicitaciones de la hora— tal valoración no puede traducirse sino en una importante obra de arte. En verdad. CAMPO se constituye en un nuevo y vibrante toque de atención hacia nuestro destino uruguayo. Por las vías del sonido. Ilumina súbitamente nuestra conciencia colectiva; a la que muestra un pasado heroico, un presente próspero y un punto de partida para nuevas orientaciones estéticas.

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A estos méritos que en parte podrían ser sólo circunstanciales, la obra contrapone otros que el tiempo ha demostrado que son inmanentes. Grandes maestros han señalado, en ella, valores muy especiales, que permiten ubicarla entre las más significativas surgidas en América durante el presente siglo. Lamberlo Baldi, Lamote de Grignon, Paul Paray, Fritz Busch, Erich Kleíber, Jean Martinon, Jesús de Arámbarri, Ottorino Respighi , Conrado del Campo, Ricardo Strauss y otros así lo hicieran durante los primeros veinte años en que "Campo” recorría los teatros del mundo. Y el juicio altamente elogioso que ese poema ha merecido a artistas más jóvenes, como José Serebrier, Piero Gamba, Héctor Tosar, Kurt Pahlen y León Biriotti, confirma la capacidad de perduración en el tiempo. Por sus características musicales, continúa descollando en el panorama latinoamericano. Así lo expresan, independientemente, dos músicos de nuestra época

"Dentro del panorama sudamericano, el advenimiento de Fabini se ubica perfectamente. Pero dudo de que "Campo" tuviera, en los años de su concepción, con que compararse en el terreno de la música sudamericana". (Kurt Pahlen) (el destacado es nuestro). Y este otro, fundamentalmente coincidente: "En la orquestación de esta obra, Fabini domina con mano de maestro el equilibrio de los timbres, cosa inexistente en muchas obras americanas importantes... Muchas veces llega a obtener, en un pequeño ámbito de cuarteto sonoro, efectos de amplitud objetiva extraordinaria". (Alberto Soriano) (destacado nuestro)

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No nos puede sorprender, pues, que CAMPO llegue a su primer medio siglo de vida, manteniendo la lozanía inicial. El tiempo ha cambiado. Aquel clima americano de prosperidad, que dominara durante esa década feliz, ha sido sustituido por épocas de incertidumbre general, inseguridad económica mundial, sórdidas regresiones que intentan aniquilar los valores humanos, y sepultar la Libertad. Pese a tal radical cambio de clima, CAMPO sigue emocionando y admirando. Algo debe llevar en si; alguna eterna savia capaz de reflorecer continuamente en el terreno más árido. Pero esas savias eran las que alimentaron el espíritu de Fabini, desde la cuna a la muerte. Gracias a ellas, el músico supo abrirse paso en medio de los incesantes cambios sociales y estéticos. Los venció por obra de aquello que Tosar define como conmovedora sinceridad: cualidad que, en manos de un gran artista, se trueca en perdurabilidad de su mensaje. Y todavía escuchamos con renovado placer, en una mezcla de nostalgia y de augural esperanza. Bien lo dijo Alfonso Broqua, en 1930, a propósito de “Campo"... "Para quienes ignoran el prejuicio, esa música lozana cautiva como una revelación"...

 

Crónica de Roberto Lagarmilla

Suplemento dominical del Diario El Día

Año XXXIX Nº 2024 (Montevideo, 23 de abril 1972) pdf

Gentileza de Biblioteca digital de autores uruguayos de Seminario Fundamentos Lingüísticos de la Comunicación

Facultad de Información y Comunicación (Universidad de la República)

 

Ver, además:

                       Eduardo Fabini en Letras Uruguay

                                                      Roberto Lagarmilla en Letras Uruguay

 

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