El invierno que llega

poema de Julio Laforgue

Blocus sentimental!

 

Bloqueo sentimental! Mensajerías de Levante!...
Oh caída de la lluvia! Oh llegada de la noche!
El viento!... Fiesta de Todos los Santos, Nochebuena y Año Nuevo.
Oh, en la llovizna, todas mis chimeneas!... Fábricas...
No puede uno sentarse ya: todos los bancos están mojados;

créeme, se acabó todo hasta el año que viene.

Todos los bancos están mojados,

los bosques están enmohecidos,

y las trompas de caza hacen ton ton, hacen ton tain.
Ahí nubarrones agrupados sobre las costas de la Mancha:

nos habéis alegrado este último domingo.

Cae la llovizna... En la selva mojada,

las telas de araña se doblan bajo las gotas,

y esto es su ruina. Soles plenipotenciarios

de los trabajos en rubios Pactolos;

de los espectáculos agrícolas:

dónde estáis sepultados?

Esta tarde un sol desfalleciente yace en lo alto del ribazo;

yace sobre el flanco, en las retamas, sobre su manto.

Un sol blanco como un esputo de taberna,

sobre un camastro de retamas amarillas

—retamas amarillas de otoño.

Y los cuernos de caza le dicen:

Vuelve, vuelve en ti! Taiut, taiautl y hallalí!
Oh, triste antifonía! ¿Acabaste?

Y los locos... Y él yace allá,

como una glándula arrancada de un cuello;

y tirita, sin nadie!...
Marchemos, marchemos! Hallalí!
Es el invierno, bien conocido, quien se acerca.

Oh recodos de los grandes caminos sin Caperucita Roja que camine!...

Oh, huellas de los carros del otro mes subiendo en donquijotescos railes

hacia las patrullas de nubarrones derrotados que el viento,

de mala manera, conduce hasta los trasatlánticos rediles!...

Aceleremos, aceleremos; esta vez la razón está bien clara.
El viento, ¡buenas las ha hecho esta noche!

Oh estragos, oh nidos, oh modestos jardinillos!

Mi corazón y mi sueño: oh, ecos de las hachas!...
Todas esas ramas tenían aún las hojas verdes.

Los suelos no son más que un pudridero de hojas muertas.

Hojas: que un buen viento os lleve hacia los estanques por bandadas,

o para el fuego del guarda bosque,

o los colchones de las ambulancias para los soldados lejos de Francia.
Es la estación, es la estación; el verdín invade las masas;

la herrumbre roe en sus esplines kilométricos los hilos telegráficos

de los grandes caminos por donde nadie pasa.
Los cuernos de cacería, los cuernos de cacería

— melancólicos! melancólicos!...

Se van, cambian de tono: cambian de tono y de música,

ton ton, ton tain, ton ton!

Las trompas, las trompas, las trompas!...

Se han marchado al viento del Norte.
No puedo olvidar ese son. Cuántos ecos!...

Es la estación, es la estación; adiós vendimias!

He aquí que vienen las lluvias de una paciencia de ángel.

Adiós vendimias y adiós a vosotras, todas las cestas,

todas las cestas Watteau de las zarabandas bajo los castaños.
Es la tos que vuelve a entrar en los dormitorios del liceo.

Es la tisana sin el fuego, la tisis pulmonar entristeciendo el barrio.

Y toda la miseria de los grandes centros.
Pero, vosotros seréis mis únicos amores:

lanas, caoutchoucs, farmacia, ensueño,

cortinas descorridas en lo alto de los balcones

de las playas ante el océano de techumbres de los barrios,
lámparas, estampas, te, infiernillos.
(Oh! Y después, ¿conoces tú, además de los pianos, el sobrio y vespertino misterio

hebdomadario de las estadísticas sanitarias en los diarios?)
No, no! Es la estación y el planeta enclenque!

Que el ábrego, el ábrego deshilacha las calzas que el tiempo se teje.
Es la estación, oh desgarramientos!

Es la estación! Todos los años,

todos los años he de ensayar en coro para dar esa nota.


Julio Laforgue
(R. Lasso de la Vega tradujo.)

Revista "V-Ultra" Año I Nº 14

Madrid, 20 de junio de 1921

 

Editado por el editor de Letras Uruguay 

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