Dorotea Muhr - Violinista, viuda de Onetti
 

La música de las palabras

Gustavo Laborde

 

En 1955 Juan Carlos Onetti se casó con sus cuarta y definitiva mujer, la argentina Dorotea Muhr. Dolly, como la llaman todos, acompañó a su esposo los últimos 40 años de su vida --la mitad en Montevideo, la otra en Madrid-- lo atendió cuando se radicó definitivamente en la cama y le transcribió a máquina buena parte de su obra. A la vez, Dolly desarrolló una carrera como violinista, primero en la Orquesta del Sodre, en Uruguay, y luego en la Sinfónica de Madrid, en España.

 

Hace cuatro años que Dolly se jubiló como profesional, pero ha comenzado a estudiar composición. Sigue viviendo en el mismo departamento que compartió con Onetti durante 19 años, pero reparte su tiempo entre Madrid y Buenos Aires, donde vive su hermana. Aunque se angustia, llega todos los años a Montevideo y pasa unos días en casa del matrimonio Prego-Petit. Hace pocos días, de paso por esta ciudad, Dolly participó de la presentación del Premio Alfaguara de novela que lleva el nombre de su esposo, Juan Carlos Onetti.

 

En esta entrevista, Dolly habla de música, de literatura, de psicoanálisis y sobre todo de Onetti. Habla, hasta que la emoción de evocarlo, la hace callar.

VIDA NUEVA. Desde que falleció Juan Carlos Onetti, Dorotea Muhr se ha dedicado a estudiar composición

--¿Cómo es su vida actual?

--Bueno, hace unos años me jubilé. Luego que murió Juan por suerte pude seguir trabajando dos años más, algo que me hizo muy bien. En total estuve 16 años en la Orquesta Sinfónica de Madrid. Fue una experiencia maravillosa. Pero me vengo cinco meses del año a la casa de mi hermana, que vive en Olivos. Ella debe ser la única persona que nunca se mudó en su vida; hace como 70 años que vive ahí. Tiene una casa muy linda, con 21 gatos y un perro que se cree gato. Ella es música, toca el piano, da conciertos y clases de piano.

 

--Usted entonces proviene de una familia de músicos.

--Mi padre amaba la música y mi madre tocaba el piano. Mi padre tocó el violín, luego la viola y luego el cello. El tendría que haber sido músico. Pero a su padre le parecía mal; en aquella época ser actriz o músico era mala palabra. La verdad que le jorobó la vida, lo metió en el comercio y a él nunca le gustó. Era un músico frustrado.

 

--¿Usted desde pequeña supo que quería ser música?

--Mi padre nos llevó a eso. Yo tocaba en un cuarteto de cuerdas desde pequeña... creo que a los cinco ya tocaba. En casa había música todos los domingos, ya sea un cuarteto de cuerdas o un grupo de cámara.

 

--¿Cuántos años estuvo en el Sodre?

--Unos cuantos. Me acuerdo que cuando entré estaba Pierino Gamba y era muy joven.

 

--Actualmente también es el director del Sodre.

--Funcionaba este chico, no era de los que sólo hacen un-dos-tres-cuatro. Los músicos le metían errores a propósito y él se daba cuenta.

 

Lo probaban, pero él era músico. Aunque me da mucha pena todo, porque ahora no están ni el Sodre ni el Solís. Yo me acuerdo cuando se quemó el Sodre. Estaba en casa, con gripe, escuchando CX 6 y se cortó la emisión. Empecé a cambiar el dial y me enteré que se estaba quemando el Sodre. Algunos músicos pudieron ir a sacar sus instrumentos. Era tristísimo ver aquello. Y después, cada año que venía, veía ese pozo negro. Ahora veo que gracias a Adela Reta, que en su momento dijo que aceptaba el cargo si se terminaba el Sodre, las obras están más avanzadas. Cada vez que vengo voy hasta ahí y me fijo cómo está, porque ese era mi segundo hogar.

 

--¿Cuándo vino a Montevideo?

--En el 55, cuando nos casamos con Juan. El tenía un trabajo acá en una agencia de publicidad. Lo eligieron a Juan porque él tenía mucho ingenio para pensar en publicidad para flanes o cosas así. Ahí lo vistieron de ejecutivo, nunca lo vi mejor vestido que en esa época. Y ahí yo entré en el Sodre.

 

--¿Actualmente sigue tocando el violín?

--Lo dejé, porque una violinista sola no hace nada. Podés hacer un cuarteto, pero tocás con amateurs ya lo probé y es horrible. Y si querés tocar con profesionales, te cobran. Entonces empecé a estudiar composición con un cubano, Eduardo Morales, que es genial. Estoy estudiando hace dos años con él, voy dos veces por semana, y realmente me gusta muchísimo. Estamos con cosas como Prokoffief o Stravinsky. Cuando estoy en la casa de mi hermana y compongo algo en el piano, ella me dice "pobre los gatos". Es que ella es completamente tonal.

 

--¿Cuál es su repertorio favorito?

--Y yo toqué de todo, toqué mucha ópera. En aquella época, además, estaban los mejores, estaban Plácido Domingo, Montserrat Caballé, Alfredo Kraus. Una vez estábamos haciendo Otelo, con Plácido. Y cuando llega la parte en que ahorca a Desdémona, Plácido hace rodar un enorme almohadón, como una salchicha larga, que rodó hasta el foso y me calló a mí; sobre el arco. Y del susto di un grito que se escuchó en todo el teatro. Es que ha caído de todo al foso; una vez cayó un puñal. Siempre estábamos mirando a ver qué caía. Es peligrosísimo.

 

--A Onetti le gustaba la música.

--Sí, le gustaba mucho. Se peleaba siempre con mi hermana porque a él le gustaba mucho Tchaicovsky y mi hermana le decía: "Tchaicovsky es un grandilocuente; qué son todos esos acordes finales, uno atrás del otro, no termina más". Pero como le gustaba mucho, mi hermana le enseñó a Juan el primer acorde del Concierto de piano. Pero Juan no tenía oído ninguno, era una bestia. A Juan lo que más le gustaba era Gardel.

 

--¿Y adhería a la teoría del Gardel uruguayo?

--Por supuesto. Incluso escuchaba mucho a Gardel en Madrid. Los demás no le gustaban.

 

--Usted viene todos los años a Uruguay. Onetti tenía, o nosotros creemos que tenía, una relación conflictiva con Uruguay...

--¿Por qué dice eso?

 

--Bueno, nunca quiso regresar...

--Pero eso no es conflictivo. No quiso volver porque ya se sentía viejo, sentía que por su edad se estaban muriendo sus amigos. Ahora eso me pasa a mí. Se murió mi amigo Gustavo Pereda; la última vez que lo había visto estuvimos en su casa con Jorge Rissi, el violinista, y ahora se murió. Son cosas feas. Juan conocía tanta gente que a cada rato se enteraba de que alguien se había muerto. Juan se sentía muy viejo; desde hace años él ya no se miraba al espejo. Fue por amor; él quería mantener esa imagen de cuando se fue. A mí me duele que la gente crea que el no volvió por desamor. No, fue por amor.

 

--Siempre se supo que él estaba enterado de todo lo que pasaba acá, que estaba pendiente de su país.

--Todo su cuarto era uruguayo. El recibía Búsqueda, Cuadernos de Marcha, Brecha, a todos los amigos que venían de Uruguay; allá estuvieron Sanguinetti, Maggi, un motón de gente. Su cuarto era como una sucursal de Uruguay.

 

--¿Qué le pasa a usted cuando viene a este país?

--Me angustio. Vengo, pero me angustio mucho. En Madrid me acostumbré a vivir estos ocho años sin Juan, pero vengo acá y el recuerdo de él es permanente. Me angustio. Ahora tengo esta nueva identidad, ¿no? Cuando se murió Juan, un amigo me dijo que tenía que psicoanalizarme y es algo que me ha hecho muy bien. Yo incluso quise varias veces que Juan se psicoanalizara, pero como todos los escritores no quería. Piensan que le van a matar algo que los ayuda a crear. Una sola vez que andaba muy mal, Juan tuvo un par de charlas con un médico psicoanalista, que era el tío de Eduardo Galeano. Era una época en que vivíamos acá en Montevideo y Juan se encerró, estaba muy deprimido y no quería salir. Yo hablé con Julio Blixen, que era amigo y médico nuestro, y él me dijo que tenía que ver a un psiquiatra. Yo sabía que Juan no iba a querer; el cerraba la puerta y no había manera de entrar. Entonces Julio me dijo: "Mirá, yo lo traigo como si fuera un amigo mío y no se va a dar cuenta". Entonces vino con este señor y charlamos un rato y Juan se embaló con él, porque era un tipo muy inteligente. Y ahí Blixen le dijo que era psiquiatra. Nos fuimos de la habitación los dos y lo dejamos solos. Y fue tan bueno que incluso Juan fue al consultorio un par de veces más. Le daba unas pastillas que lo sacaron del pozo. Pero Juan para los médicos era terrible. Me decía a mí "andá vos y contáles lo que tengo". No iba ni a un dentista ni loco, y así le quedó la boca.

 

--Onetti tenía mucho humor en su vida cotidiana, aunque en su literatura no está tan presente el humor.

--Sí, era muy gracioso. En sus libros no aparece mucho eso, pero está.

 

--¿Se parecía a alguno de los personajes de sus libros? Siempre se menciona la indolencia de sus personajes, la depresión de sus atmósferas.

--No. Además yo siempre lo digo, porque Juan siempre lo decía: él en el fondo era optimista. Incluso sus libros han ayudado a gente deprimida a salir del pozo. El quería mucho una carta que le mandó una vez una señora en la que le contaba que ella estaba muy mal y se iba a suicidar. Pero leyó Juntacadáveres y salió de la depresión. Yo todavía conservo ese manuscrito; a Juan le gustaba mucho esa carta.

 

--¿Por qué tomó esa decisión de quedarse en la cama?

--Todos los Onetti son perezosos. El tenía una sobrina, Alma, que cuando venía a verlo a Juan, se tiraba en la cama al lado de él. Era una Onetti. Son naturalmente perezosos. Yo me acostumbré a leer acostada con Juan, cosa que no hacía antes.

 

--Pero él además escribía acostado, lo que es muy incómodo.

--Sí, tenía el codo hecho polvo, pobre. Le ponía de todo a ese codo, porque además, claro, era siempre el mismo sobre el que se apoyaba. Ese codo era una desgracia, lo tenía destrozado de tanto apoyarse. Pero muchos años escribió sentado.

 

--¿Qué hacía usted cuando él escribía?

--Desaparecía, pero estaba ahí al lado. Porque además pedía muchas cosas, era un cómodo.

 

--¿Cuando usted tocaba, la iba a ver a los conciertos?

--No, nunca. El decía que ir a escuchar música sentado era antinatural. A mí no me molestaba cuando tocaba en la orquesta, pero una vez que estaba en un cuarteto de cuerdas, me dolió que no fuera. El escuchaba música tirado en la cama, cuando ponía algún disco o la radio. La única vez que fue a escuchar música fue en el Colón, que vio Tristan e Isolda. Dice que cuando vio a la gorda le pareció ridículo, pero como a todos, cuando empezó a cantar quedó enloquecido y se quedó toda la ópera. El no era wagneriano, pero le gustó igual. Yo no lo conocía en esa época.

 

--La figura de Onetti en Uruguay es omnipresente...

--Ojalá. Yo creo que la gente ya casi no lo lee. Ya el hecho de que sus libros nos estén en librerías indica que no hay demanda. Ahora creo que lo van a incluir en los programas de secundaria, que me parece muy bien.

 

--Pero el personaje de Onetti incluso trasciende la literatura. ¿Qué pensaba él de la construcción que desde Uruguay se hacía de su persona?

--El decía que odiaba a Onetti, que le estorbaba, que no quería ser ese personaje, que él era otra cosa. Cuando le venían a hacer las entrevistas siempre se quejaba de que le hacían las mismas preguntas y terminaba él haciéndole la entrevista al entrevistador.

 

--De qué le gustaba hablar a Onetti con sus amigos?

--No sobre Onetti. Le gustaba hablar de política, de literatura. Es que acá se vivió una época maravillosa en la década del 50, con gente como Luis Batlle, Maneco Flores; era una época políticamente muy interesante. Juan leía el periódico de cabo a rabo. Y sabía mucho de política. Y después adhirió a muchas causas sociales, que el creía justas, como la a la Revolución Cubana por ejemplo.

 

--Pero tuvo muchos amigos, como el propio Luis Batlle, que no era gente de izquierda...

--Sí, eran muy amigos. Pero Juan siempre estaba por el más débil, era un hombre de izquierda. Sin embargo, él era colorado, porque era chapado a la antigua, de cuando sólo había blancos y colorados. El me contó que una vez en unas elecciones, perezoso como siempre, esperó hasta último momento para votar y pasó un camión de los blancos y les dijo que lo llevaran que iba a votar a los blancos. Y, claro, lo llevaron y votó a los colorados. Pero también era muy amigo de Enrique Estrázulas, que es blanco.

 

--Evidentemente era abierto.

--Es que sus amigos eran sus amigos. Sí, pero también tenía muchos odios muy fuertes. Por ejemplo odiaba a Camilo José Cela, por las cosas que había hecho y la manera de ser. El, por ejemplo, quemaba las fotos de los diarios. Yo lo veía atravesando con sus cigarrillo una foto en el diario y le preguntaba "¿y ahora a quién estás quemando?". Era muy pasional.

 

--Usted sigue viviendo en el mismo apartamento donde vivía con él. ¿Desarmó ese cuarto tan uruguayo?

--No, ahí vivió Juan y yo lo dejé igual. No lo toqué.

 

--¿Usted relee la obra de Onetti?

--Cuando me piden, como cuando le hicieron el homenaje acá, que tuve que revisar cosas. Fue fatal eso, como cuando tengo que revisar los manuscritos. Yo no puedo ver una foto de Juan; si hay alguna, la doy vuelta. Bueno, ahora voy a tener que trabajar en la biografía, que va a hacer Muñoz Molina. Eso me va a costar muchísimo. Ese dolor de los primeros tiempos... No sé...

 

Alfaguara convoca a un concurso de novela

 

* La Editorial Alfaguara junto a la embajada de España en Uruguay han convocado al premio de novela Juan Carlos Onetti. El premio está dotado de 5.000 euros, unos 4.380 dólares, y fue instituido para escritores nacidos o residentes en Uruguay, con novelas escritas en idioma castellano, originales, inéditas y que no hayan sido premiadas en ningún otro concurso.

 

Los escritores tienen plazo hasta el 31 de julio para presentar sus obras y en el mes de octubre se anunciará el ganador en una ceremonia en la residencia del Embajador de España en Uruguay.

 

El jurado de la primera edición del Premio será presidido por el embajador de España en Uruguay Martínez Westerhausen, e integrado por el escritor español Manuel Rivas y los uruguayos Mario Delgado Aparaín, novelista, el ministro Antonio Mercader y Blanca Rodríguez, periodista y profesora de literatura.

 

Las novelas que se presenten deberán tener una extensión mínima de 200 páginas, mecanografíadas, a doble espacio e impresa de una sola cara de la hoja, encuadernadas. Se deben entregar tres copias en un sobre con seudónimo y otro sobre con los datos del autor. También se debe entregar un disquete que contenga una copia de la novela. El fallo será inapelable y el premio no se podrá declarar desierto. La obra ganadora será editada y comercializada por Alfaguara y la editorial Santillana tiene el derecho de adquisición preferente de cualquier novela presentada al premio que, no habiendo alcanzado el galardón, sea considerada de su interés, previa la firma de un acuerdo con los autores respectivos.

 

"Juan escribía tan lento que no corregía"

 

Usted le pasaba a máquina los manuscritos a Onetti. El comentó en un reportaje que usted le corregía algunas cosas.

 

--No, yo le buscaba las repeticiones, que a él no le gustaban, obviamente a menos que fuera una repetición adrede, porque tengo mucho oído para las repeticiones. O le marcaba algunos finales como los "ias" o el ritmo de alguna frase, pero muy poca cosa.

 

--Es decir que usted ponía su talento musical al servicio de su literatura.

--Ahí está. Pero muy poca cosa, porque él escribía tan lento, letra por letra, que casi no corregía. Ahora la Unesco tiene un proyecto en el que estudia los manuscritos de los escritores. Lo han hecho con Octavio Paz y con otros, y han venido muchos críticos a ver los manuscritos de Juan y quedan muy decepcionados porque no corregía nada.

 

--¿Cuánto tiempo le tomaba escribir una novela, por ejemplo?

--Ah, no sé. La vida breve la empezó y la dejó; Juntacadáveres la tenía por la mitad cuando escribió El astillero. Creo que El astillero fue la que escribió más rápido porque fue como una cosa que él vio y escribió. El escribió La vida breve los viernes de noche, porque los sábados trabajaba. Y tenía esa cosa que se tomaba media pastilla de activan y llenaba una jarra hasta la mitad con vino y la otra mitad de agua. Tenía esa ansiedad oral mientras escribía que era, escribir y tomar un trago, escribir y tomar un trago. Hay como un placer enorme en eso. Yo misma, ahora, cuando trato de componer, tomo té o tomo Coca Cola. Me parece que todos los escritores toman cuando escriben.

 

--Onetti además fumaba...

--Sí, mucho. Tuvo suerte que no le afectó los pulmones. Pero la hermana fumaba más; Raquel era impresionante. 

 

Gustavo Laborde
El País 
20 de marzo de 2002

 

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