Un pobre niño asesino

 
Sentí una voz. Miré hacia la ventanilla y la bajé un poco. No vi a nadie debido a la llovizna y la gran humedad, los vidrios del auto estaban empañados. Cuando la estaba cerrando, nuevamente volví a escuchar:
-¿Señor, tiene una moneda?
Nervioso, esperando el semáforo que me diera la luz verde para doblar a la izquierda, abrí totalmente el vidrio, y lo vi. 
Por debajo del picaporte exterior, estaba su cabecita apoyada y otra vez su sucia boquita dijo:
-¿Tiene algo que me dé?
Mientras, con un trapo andrajoso, le pasaba la manita al espejo retrovisor, dibujando en él, un entrevero de escarcha que no se parecía a nada.
Miré en el cenicero sin resultado, no quedaba ninguna moneda. Siempre las tiraba allí para que no me molestaran en los bolsillos. Mis nietos ya se encargaban de sacarlas para comprarse golosinas, así como antes lo habían hecho mis hijos. Mi esposa sabía que cuando necesitaba "dinerillos" para el ómnibus, ahí los encontraría. El cenicero era el cajero automático de la familia desde tiempos ancestrales pero, hoy no tenía nada.
La luz me dio paso, miré por el espejo interior y comprobé que detrás de mí, no había auto alguno. Seguro, con un frío bajo cero, los únicos locos que andaban en la calle ese domingo a las nueve de la mañana, éramos aquel pibe y yo.
Aproveché la otra luz roja para meter la mano en el bolsillo del pantalón, para lo cual tuve que desprenderme el cinturón de seguridad. Saqué mi billetera, la abrí tomando de adentro un billete de cinco pesos y la puse parada contra el tablero, para después guardarla. 
Estiré la mano para darle la plata y ya no estaba.
Miré hacia el frente para fijarme en el semáforo otra vez y ahí, adelante del auto, estaba el niño obstruyéndome el paso.
-¿Qué estás haciendo? - Pregunté. - Ven por el dinero, acá está.
Abrí la puerta y apoyé mi pie en la calle quedándome medio cuerpo de afuera.
Entonces sentí en mi cintura un bulto duro y una voz diciéndome
-¡Dame esa billetera, rápido!
Y me di vuelta comprobando que mi asaltante no tenía mas que once o doce años
-¡Esperá, no te pongas nervioso!
-Entre al auto y deme esa billetera, le digo.
Hice lo que me ordenó y los dos comenzaron a correr.
Encendí el motor y traté de perseguirlos, di la vuelta sin mirar si las luces me daban paso. Estacioné como pude y salté del auto rumbo a los matorrales adonde los había visto esconderse y grité:
-¡Tomen el dinero y denme la billetera la billetera con los documentos.
Sentí un tirón en el pecho y un fuego que rozó mi frente. 
Después de un sueño profundo desperté en la cama del hospital.
Abrí los ojos y vi el rostro de mi esposa. Quise hablarle, pero mi boca estaba tapada por un tubo que llegaba hasta mi garganta.
Comencé a recuperar mi cuerpo poco a poco, con cada uno de los dolores que se hacían cada vez más intensos e insoportables. Se ve que se dieron cuenta de mi dolor por mis lágrimas que empezaron a deslizarse por las mejillas, y por mis gemidos porque una enfermera sonriente, inyectó un líquido en el caño adonde corría el suero. Y volví a dormirme.
Soñé que jugaba con mis nietos y de pronto sus caras eran las de mis hijos cuando chicos. Corríamos por un verde jardín con hamacas, juegos. Sus caras eran de felicidad... hasta que cambiaron otra vez convirtiéndose en las de los chicos que me asaltaron... y el jardín se convirtió en el lugar adonde caí herido.

De nuevo a la vida y en casa...
Tenía en mis manos una citación del Juzgado de Menores para reconocer a mis agresores.
-Los tenemos - me decía el agente que me entregó el papel.
Ya habían pasado un par de meses y yo estaba totalmente repuesto.
Cuando me pusieron a los chicos enfrente decidí, luego de mirarlos, negar que eran ellos.
-¿Señor, los miró bien?, ellos ya confesaron
-No son ellos, ¿puede dejarlos ir?
-Tenemos el arma
-¿Puedo verla?
-Acá está.
Evidentemente, esa era la pistola con que me había apuntado y con la que me tenía que haber matado, pero me mantuve en la negativa. La tuve unos momentos en mis manos maldiciendo al inventor de esas cosas y la devolví al policía.
Me acerqué a al "gurí" chiquito, el que se había puesto adelante del coche y le acaricié su sucio pelo. Me miró y me sonrió como si no tuviera la menor idea de lo que allí pasaba. Eso era la triste verdad, porque tan solo tenía cinco años.
Me dirigí al que me disparó y le dije:
-¿Cómo te llamas?
-José Pedro
-Mira, como José Pedro Varela, ¿sabes quien fue?
-Creo que... el que inventó la escuela... ¿no?
-Algo así, ¿adonde vivís?
-Perdón señor- interrumpió el agente- me los tengo que llevar
-¿Adonde?
-Si usted dice que no son ellos, tengo que dejarlos en libertad
-Entonces... ¿son libres?
-Sí
-Yo los llevaré
-Señor, le advierto que si les ocurre algo es usted responsable
-Nada les ocurrirá
Demoramos una hora en liquidar el papeleo, que hasta ahora sigo sin entender, de que se trataba. Mil hojas llenas de frases inútiles que puestas a la práctica en la vida real, eran irrealizables pero... al fin estábamos en la calle.
Tomé al chiquito de la mano. 
Del otro lado le puse la mano en el hombro al mayor, a mi "pequeño asesino" y nos dirigimos hacia el auto. 
Unas pocas horas después y luego de haber aguantado los rezongos de mi mujer, la que a regañadientes, refunfuñando los bañó y los vistió con algunas de las ropas archivadas de mis hijos... vaqueros y buzos de aquellos que se habían traído de los Estados Unidos allá por el año ochenta y uno, antes de la famosa caída de la "tablita" y que por ser de tan buena calidad y de marca, esperaron algún candidato a heredarlos, cumpliendo entonces con su cometido.
Esos chicos ya eran otros. Habían cambiado. 
José Pedro se había convertido en un lindo jovencito de ojos claros y debajo de aquella mugre, en el pelo ahora limpio, aparecieron unos reflejos rubios naturales que serían la envidia de cualquier modelo masculino.
Luego mi esposa trajo al chiquito en la falda y con un gesto de linda bronca dijo:
-Mira que hermosos que estamos... lo único es que no tenemos zapatos para ponernos
Mandé a la empleada al supermercado de la otra cuadra a traer unos lindos tenis y antes de que terminaran de peinarlo, los tenía puestos.
Mientras yo me cambiaba, los dos callados la boca y con miedo de despertar de un lindo sueño, miraban el canal de dibujos animados. 
La cara del mayor no podía ocultar su desconfianza.
Fuimos los tres a Mac Donald´s y se deleitaros con la comida chatarra en su clásica cajita feliz. Me di cuenta de que todavía no sabía el nombre del más pequeño.
-¿Cómo te llamas?
-Se llama Pedro Martín
-¿También Pedro?
-Si, porque mi viejo se llama así y tengo dos hermanos más, Pedro Eduardo y Pedro Rodrigo. Ahora tuvimos una hermana mujer, "esa" es la mas chica de todas y todavía no camina.
-No me digas nada... Esa también se llama Pedro-
Nos reímos...
-¡No! se llama como mi mamá, María Laura
-¿Adónde viven?
-Quienes
-Ustedes, vos, tus hermanos, tus padres
-Yo vivo un poco en la casa de mi tía, otro poco en el INAME, a veces en la calle con este, que me sigue a todos lados
-¿Y tus padres donde viven?
-Ellos están en la villa, allá en los accesos
-¿Saben algo de lo que pasó?
-No señor, no saben
-Si saben... dijo el chiquito riéndose
-¡Vos, callate o te reviento!
Y le pegó en una oreja haciéndolo "pucherear", pero se olvidó enseguida y siguió jugando con el juguete y comiendo las papas fritas que quedaban en la caja.
-José Pedro, quiero que me digas la verdad, los voy a ayudar pero necesito saber más sobre tu familia.
-Mire don... Métase la ayuda en el culo, yo no le pedí nada y no soy "batidor", así que me voy... ¡vamos Martín!
-¡No esperá!... Yo los llevo.
Junté las sobras para llevarlas a la basura, pero las dejé en la mesa... los chicos se me iban.
-Vengan, vamos a dar un paseo en el auto.- Y los llevé, al parque "Rodó" a andar en los juegos
-¿No me va a joder mas con preguntas?
-¡No, por hoy no, te lo prometo!
"Los Pedros" se divirtieron como nunca y el Pedro grande, soñó haber nacido rico. No quería despertar, necesitaba confiar en aquel hombre al que había matado.
¿Por qué no lo había denunciado y qué se traía entre manos?.
No quería pensar, estaba disfrutando en ese parque como cualquier joven de su edad, con un padre de "guita".
La verdad es que yo tampoco sabía exactamente lo que quería.
¿Hasta donde iba a seguir con el juego y adonde me llevaría?.
La noche fue cayendo 
-Bueno chicos, los llevaré a su casa ¿adónde es?
-¡Sí, cómo no!- contestó José Pedro y echó a reír
-¿Por qué te reís?
-A esta hora piensa entrar en mi barrio. ¿Sabe una cosa?... déjenos acá y váyase, conozco un lugar abrigado y si llueve no entra el agua
-¿Tienes a tu tía por acá?
-No. Venga que le muestro
Caminaron hacia el viejo castillo del parque y le mostró el banco largo adonde iban a pernoctar.
-Es aquí
-Pero, no tiene techo
-Dormimos debajo del banco y ya tenemos techo... volvieron a reírse 
-¿Saben una cosa? Esta noche duermen en mi casa y mañana los llevo a la villa así conozco a sus padres.
-Mire, no quiero líos. Usted se va, yo le agradezco que no me denunció, le debo una y todos contentos. Si algún día nos volvemos a encontrar, nos saludamos y chau
-Escuchame José Pedro. Prometo que no te voy a meter en líos, quiero ayudarte. Si tu no querés ayuda, por lo menos no arrastres a tu hermano a la desgracia, no tienés derecho. Si no, lo llevo a él y ya está
-¿Te vas con él?... 
-¡No!. Si vas vos sí, si no, no voy.
-Usted no puede ser tan bueno. Yo lo quise matar ¿por qué me quiere ayudar?
-Vos no quisiste matarme solo me disparaste sin medir las consecuencias
-No me hable raro que no entiendo. Váyase y llévese al idiota este con usted
-¡No, yo no voy sin vos!
-¡Que te vayas te digo! - Gritó pegándole una patada en el trasero
-¡No... no José... no le pegues y vamos!... te lo digo de corazón
Le tomé la cabeza con mis manos, lo atraje hacia mi pecho abrazándolo y se puso a llorar sin decir ni una sola palabra más.
Si alguna vez había llorado sería hace millones de años y ni siquiera se acordaría ni cuando, ni por que.
El chiquito se nos abrazó a los dos y nos dijo:
-Vamos, vamos, casi ya no hay luz y tengo hambre. ¿Que tendrá de comer la vieja en tu casa che?
Y riendo nos fuimos en el auto a ver que es lo que "la vieja", o sea mi esposa tenía para la cena.
-Tus balas no me mataron, pero seguro que hoy, me mata mi mujer.
Al otro día:
A la izquierda se veía el cerro de Montevideo y el auto pasó lentamente por el bao y el olor que despedía el arroyo. 
Un par de kilómetros mas y entramos por una especie de camino paralelo, a la derecha de la ruta. 
Pozo a pozo uno se iba familiarizando con un tenebroso paisaje de ranchos hechos de latas viejas, arpilleras, de bloques pegados por la nada, aguantados por la mala salud de los moradores y el milagro de Dios o la maldición del diablo. No sabía con cual de los dos conjuros quedarme.
Doblamos a la derecha tres interminables cuadras, medida la distancia por el tiempo que nos llevó llegar. Y el chiquito gritó:
-¡Allí es!
Cuando paré, se abalanzaron al coche cien niños en veinte pares de andrajosos zapatos. Sus caras estaban pintadas de verde por los mocos nuevos y de negro por los resecos mocos viejos. Además "perfumados" por un horrible tufo bastante disimulado en esta época por el clima frío. No puedo imaginarme en verano la convivencia allí.
Los chicos "míos", yo ya los consideraba así, corrieron por el pasillo de barro, charcos y una pared de antiguos elásticos de camas herrumbrados que oficiaban de medianeras hasta la tercera casa de la fila. Como si a eso se le pudiera llamar casa.
Los seguí con mucho miedo, pero con mas asco.
La puerta estaba abierta, igualmente golpeé y la misma se soltó de la única bisagra que tenía desplomándose al piso.
-¡Disculpe, no quise!...
-No se preocupe... pase... pase... Te dije Luis que la asegures con algo, siempre se cae.
Luis estaba acostado en un colchón de resortes (todos ellos a la vista) que estaba tirado en el piso. 
¿Cómo Luis?. Pensé extrañado... ¿no se llamaba Pedro?. 
Evidentemente ese no era el padre de los muchachos y menos el marido de la mujer.
-Señor mi hijo no quiso matarlo, el no es un asesino. Lo que pasa es que el padre tenía ese revolver y el "botija" se lo "afanó". El otro día vino como una fiera cuando "el Luis" no estaba y me dio una paliza a mí para que le diga adónde estaba el "bufoso", que lo necesitaba para un "laburo". No me creyó cuando le dije que no lo tenía y me dio plazo hasta mañana para conseguírselo. ¿Usted, sabe quien lo tiene?
Esa era la preocupación de aquella mujer que vivía en otro mundo, que si el revolver no aparecía ella también sería brutalmente golpeada. Había tenido hijos con uno y vivía con otro.
No pude hablar porque las palabras no salían de mi boca.
"Mis niños", desaparecieron de escena y "el Luis", ni siquiera se enteró de mi visita así como la mujer ni se dio cuenta de que sus "Pedros" habían regresado sanos, salvos y con ropa nueva.
Me fui del lugar directo a mi casa. Me pegué un baño y puse en la basura mi ropa sucia. Quería que desapareciera de mi vida el recuerdo de aquellos últimos meses.
Con ropa limpia y bañado todavía me sentía contaminado por aquellos seres que vivían en mi misma ciudad y si los tiros me hubieran matado, yo nunca habría conocido esta realidad. 
Subí al auto y me dirigí a casa de mi hijo para jugar con mis nietos. Cuando paré en el semáforo nuevamente sentí que me golpeaban el vidrio. Decidí entonces, no mirar mas hacia el costado... 
Esperé la luz verde y me fui...

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