“La Cajera”

 
Un cuento...Me dijeron que escriba un cuento...
Parece tan sencillo así como suena... y a lo mejor lo es.
Lo cierto que pasaba por la caja número veintitrés de aquél "supermercado" cuando sentí que Julia le decía al empaquetador en voz baja:
-Todavía en cuanto llegue a casa tengo que llamar al médico para mamá. Hoy cuando salí, que serían las siete y media de la mañana, la pobre estaba con una fiebre que volaba.
-¿La llamaste por teléfono?
-No, me lo cortaron y todavía no me alcanza para rehabilitar el servicio. ¿Que horas son?
-Las 22.45
-Bueno solo faltan quince minutos y salgo... ¿Llueve todavía?
-¡Y cómo! 
Apurada y tapándose la cabeza con una revista trató de alcanzar el colectivo, pero no pudo.
-¡Puta madre!...Exclamó y miró hacia los costados de aquella parada que, por suerte en ese momento había quedado vacía. Y mirando su reloj continuó: - El próximo pasa recién a la media noche... ¡Qué frío hace!
El agua no cesaba. El invierno había sido cruel, no tanto por el frío, sino por lo lluvioso y solitario para ella. Sebastián la había dejado por una escultural mulata que había conocido en un desfile de modelos organizado por el complejo del shopping al que pertenecía el supermercado. 
No podía creerlo... ya habían pasado tres meses. No lo extrañaba a él sino la compañía y la protección que le brinda un hombre a una mujer que vive sola con una madre vieja y debe mantenerla y mantenerse. Pero quererlo, de eso no estaba segura. Él solo tenía veinticuatro años y ella veintiocho. Por mas que estuvieron un par de veces a punto de casarse la cosa no salió, siempre surgía algo que lo impedía y esta vez la cosa fue una modelo brasilera que se lo llevó para su país. Miró nuevamente el reloj y luego el entorno húmedo. 
Ya estaba amainando pero igual llovía. Estaba totalmente sola en la oscuridad de la noche. Comenzó a sentir miedo. Era la primera vez que perdía su ómnibus y no imaginaba que quedaba tan solitaria la parada a esa hora. Pensó en volver al shopping y no lo hizo porque se acordó de su madre. Ya vendría alguien a la parada.
Otros diez minutos y seguía sola. Por suerte había dejado de llover. Estaba cansada y sentada en el banco largo y duro. Se le cerraron los ojos por un instante haciéndola cabecear. Cuando abrió sus pesados párpados escuchó una voz desde el interior de un auto parado junto a ella.
-¡Julia, Julia!
-Hola... ¿nos conocemos?
-Claro, ¿no eres cajera del supermercado?
-Sí
-Mírame bien, soy un cliente de todos los días... ¿No me reconoces?
-Ah sí... ¿Cómo le va, qué dice? - Conocía su cara como una mas de los cientos de clientes que pasaban a diario y no se podía decir que estaba mintiendo al tratarlo como a un viejo conocido
-¿No te enteraste que hay paro de transporte?
-La verdad que no... ¡Qué contrariedad!
-¿Quieres que te acerque a alguna parte?
-¿Sería usted tan amable?
-Entra y ponte cómoda.
Subió al auto y cerró la portezuela con cuidado de no golpearla dejándola mal cerrada. El hombre acercó su cara hacia ella y estirando la mano volvió a abrirla para nuevamente cerrarla con mas fuerza. En la misma posición tomó el cinturón de seguridad y se lo cruzó por el busto hasta conectarlo en el cierre correspondiente. 
-Tengo que hacerla ajustar
-¿Cómo?
-La puerta... no cierra bien
-¡Ah!
-Soy Julio, por eso se que te llamas Julia, lo leí varias veces en el prendedor cuando paso por tu caja
Ella le sonrió sin decir palabra. El lujoso coche sport arrancó velozmente y durante las próximas diez cuadras nadie dijo nada. Lo miró de reojo para acordarse de su cara pero no lo logró. Sí reconocía el perfume, entonces trató de memorizar sin mirarlo y se acordó felizmente de él. Venía a hacer un surtido grande dos veces a la semana acompañado por una mujer en silla de ruedas, cuarentona y muy bonita que traía sus piernas tapadas con una fina manta liviana.
El era también de unos cuarenta y pico. Aparentaba un poco mas por su pelo entrecano y hacía un tiempo venía solo.
-Ya me acuerdo de usted. ¿Lo acompaña siempre una señora con un problema de motricidad verdad?
-Sí, lamentablemente no me acompañará más, era mi esposa y falleció
-¡Lo siento!
-No, no te preocupes... fue mejor así. Nunca superó haber quedado inválida
-Pero parecía muy saludable, a no ser porque estaba en la silla de ruedas...
-Sí, su salud era buena... se suicidó. Pero no quiero hablar mas del asunto... Dime adonde te llevo 
-Vivo en “El Pinar”
-No hay problema, yo voy a “Punta del Este”
En el camino hablaron poco pero ella le contó lo de la madre enferma y el aceleró. Cuando iban llegando a la casa vieron una ambulancia y la chica corrió para adentro.
Julio bajó del auto y preguntó a una vecina que allí estaba, lo que había sucedido. Esta le contestó que la señora estaba muy grave y que no pasaría de esta noche.
Transcurrió un buen rato hasta que los médicos se marcharon. 
El hombre cerró la puerta de calle agradeciendo a los vecinos, quedando solo con la muchacha y su madre moribunda.
Entró en la cocina sin que Julia se de cuenta, buscó lo necesario para preparar café y así lo hizo. 
Caminó silenciosamente hacia la habitación y poniéndole la mano en el hombro le dijo:
-Está dormida, ven toma algo caliente, te hará bien
-¿Qué hace aquí, por qué no se fue con todos?... Usted ya tuvo bastante con lo de su mujer y con mamá desgraciadamente voy por el mismo camino... yo también me quedo sola...
-¡Shh... silencio, no te desesperes!... Me quedo contigo, a mi no me espera nadie... ven, ven conmigo el café está muy bueno, encontré pan fresco y en la heladera había fiambre recién comprado
Pasaron la noche hablando como si se conociesen de toda la vida. A la mañana, la señora había muerto.
Pasado un corto tiempo, se hicieron amigos. El la llevó a su casa, le presentó a su familia. Tenía dos niñas pequeñas, una de diez y la otra de ocho con las cuales se encariñó y ellas hicieron lo mismo.
Llegó el verano y pasó una temporada en la casa de “Punta del Este”.
Julio le habló de matrimonio, ella aceptó y fijaron fecha de casamiento.
¿Lo amaba?... era una nebulosa, no lo sabía. ¿Cómo saberlo?... No habían hecho el amor y jamás se besaron siquiera. 
Era ahora esposa, novia, madre, amante... tampoco lo sabía. Sí sabía que era feliz, era la vida que había soñado siempre. ¿Por qué no la iba a disfrutar?
Cuando comenzó el otoño y nuevamente comenzó a refrescar, la lluvia los sorprendió aquella noche caminando por “Gorlero”. Se refugiaron en una parada y se sentaron en otro largo banco como aquel en que se conocieron, pero esta vez, sus cerrados ojos descansaban tranquilos y ella se sentía protegida. 
De pronto una aturdidora bocina le hicieron abrirlos y un par de luces la encandilaron... Era el ómnibus de la media noche que debía tomar para regresar no solo a su casa sino a su mundo real.
Viajó hasta “El Pinar” y le pareció mentira que aquello hubiese sido un sueño y cuando llegó a la casa abrazó a su madre que la esperaba con la comida caliente:
-Hola hija... ya estoy bien, la fiebre y el resfrío se fueron como por encanto, con el té caliente y las aspirinas que me dijiste que tome.
-Te quiero mucho mamá
-Yo también nena, yo también.
El supermercado estaba lleno de gente y desde aquel sueño habían pasado un par de meses.
Cuando estaba pasando por caja la mercadería que sus clientes estaban comprando, sintió el aroma de un perfume conocido. Levantó la cabeza y... allí estaba, era él... era “su fantasía”.
-Hola - Dijo el hombre con una sonrisa
-Buenos días señor
Julia buscó a la señora de la silla de ruedas y no la vio por ningún lado
-Le faltan catorce pesos para completar millas... ¿Quiere llevar algo mas?
-Espera... ¡Querida, mi amor... tráeme unos alfajores para las chicas!
Entonces la vio... Era hermosa y caminaba ayudada por un ligero bastón, pero casi sin dificultad. Se acercó desafiante entregándole los alfajores junto con el bastón y le dijo alegre...
-¡Qué tal... ya no lo necesito!
-¿Viste Julia?... ya no lo necesita
-¿Sabe mi nombre?
-Lo tienes escrito en el prendedor... Te cuento: La pobre de mi esposa, se cayó en un partido de tenis y se fracturó los dos tobillos, pero ahora felizmente está bien...¿Cuánto te debo?...

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