Debí haberme despintado las ojeras
(tan necesarias y siempre de estreno),
lavarle la cara a mis ojos de hastío
y quitarme, tal vez, algo de barba,
pero esta mañana, igual que otras mañanas,
el rebaño trashumante de mis sueños,
no pudo atravesar estas paredes de silencio
que en la misma cárcel que yo he construido
sin escape posible me mantienen
prisionero.