Guía y ensayo sobre la literatura de la prisión política |
Alfredo
Alzugarat realiza una investigación sistemática, documentada y
exhaustiva de la literatura carcelaria de la dictadura uruguaya. Este término
comprende la escritura producida por los presos en los penales de Punta
Rieles, Paso de los Toros y, especialmente, en el de Libertad, más la
literatura de diversos géneros que tematiza la experiencia de la prisión
política, ya sea con carácter autobiográfico o en los amplios términos
de la ficción y el reportaje de denuncia. El trabajo de Alzugarat se
inscribe en una tradición que, con ímpetu crítico e histórico, ha
sabido analizar la literatura nacional y continental desde sus condiciones
de producción política y sociológica, en una línea que tiene como
figura ejemplar a Ángel Rama y cuya actualidad se reconoce en ensayistas
como Hugo Achugar, Mabel Moraña y Fernando Aínsa. La literatura forjada
en la prisión política es considerada como parte de un proceso de
resistencia cultural, así como la generada durante el difícil tiempo
posterior; a esto se le suma la documentación de testimonios, reportajes
y la narrativa que se ha hecho cargo del tema en calidad de testigo de época. Alzugarat
propone que la saga literaria de la cárcel ha impactado todos los géneros
literarios y le ha devuelto la vitalidad a algunos, como la novela
policial y la novela histórica. Es así que ha dado frutos en poesía
-los más-, en narrativa, en ensayo, en cartas, en dramaturgia, en
literatura infantil, en canciones, en testimonio: no hay zona del lenguaje
que no haya sido tocada por esta experiencia límite. Trincheras
de papel puede
leerse como el mapa de una geografía que inscribe distintos topónimos y
también como el dibujo de una línea temporal que concibe el período
carcelario como una ruptura del campo cultural, pero incapaz de borrar
ciertas continuidades con una historia literaria fundada durante los 60 a
partir de la creación del teatro experimental y el surgimiento de
diversas revistas de vanguardia. Alzugarat
anota las fuentes primarias (poemas, relatos, novelas, canciones) junto a
estudios y complementa la crítica literaria con el conocimiento biográfico,
la conversación oral y el testimonio de los autores; este material hace
visible un eslabón perdido de la historiografía literaria del Uruguay. En
algún sentido, el libro comparte con el estudio Poder
y desaparición,
de la argentina Pilar Calveiro, una motivación de testimoniar desde otro
ángulo, donde la propia vivencia del autor está solapada, inscrita como
nota al pie, y proyectada más allá de la propia subjetividad hacia los
estudios de humanidades. La
primera dimensión de Trincheras
de Papel es
la reflexión sobre el lenguaje y la literatura en las excepcionales
condiciones de reclusión, ofreciendo un interesante análisis de la dialéctica
entre lectura y escritura dentro de la cárcel y su incidencia en la
rearticulación de las identidades en el período postraumático. Pensar
la presencia de Don
Quijote de la Mancha como
una figura central de la sobrevivencia carcelaria transforma la imagen
generalizada del preso en la figura de un lector de categoría; la
centralidad del libro en el interior del penal vuelve concretos los
postulados sobre la importancia de la lectura en la constitución de lo
humano. La presencia de una biblioteca que osciló entre 5.000 y 12.000
ejemplares, según Alzugarat, resguardó la posibilidad de un encuentro
con el lenguaje, con la imaginación, con el viaje y permitió pensar,
interpretar, comprender, crear. El libro permitió burlar la lengua del
celador y la censura y amparó una dimensión espiritual del lenguaje que
liberó los cuerpos claudicados. La realidad del penal también convoca
escenas que podrían ser parte de un relato fantástico: centenares de
prisioneros organizando la biblioteca, creando un lenguaje de referencias
a personajes literarios, copiando las obras capitales del pensamiento
moderno en minúsculas letras en pequeños papeles que son escondidos en
tubos de dentífrico. Se
retrata así una microsociedad particularmente letrada, donde los presos
refieren cientos y hasta más de mil libros leídos por persona. Esto
explica que, junto con quienes ya eran escritores, la cárcel haya
provocado que muchos se convirtieran en autores, debido a la crudeza de
las circunstancias, al progresivo ejercicio de lectura, a la necesidad de
expresión y al posterior deber ético de testimoniar. Una
segunda dimensión del libro acerca el foco a los autores y autoras. Los
retratos consignan datos cronológicos y biográficos de las obras, que
tuvieron destinos diversos (algunas fueron requisadas, otras editadas de
manera clandestina y artesanal, otras aparecieron en el extranjero) y cuya
circulación masiva sólo ha sido posible en los últimos años. Pasan
por estas páginas narradores como Mauricio Rosencof, Carlos Liscano, Iris
Sclavo, Ángel Turudí, Marcelo Estefanell y los poetas Raúl Orestes,
Miguel Ángel Olivera, Lucía Fabbri, Damián Cabrera, Jorge Torres,
Francisco Lussich, Carlos María Gutiérrez . A
esto se suma la constatación del drama padecido por los hijos de los
presos y la violencia de una paternidad
interrumpida, que originó una serie de textos para niños de parte de
autores como Ariel Poloni, Elbio Ferrario, Walter de León, Adémar Alves
y Eleuterio Fernández Huidobro. Desde otro ángulo, el autor consigna la
presencia de autores ubicados en una frontera intransitable entre el
insilio y la reja, como Nelson Marra, Gladis Castelvecchi, Clemente Padín,
Richard Piñeyro y Roberto Meyer. En el capítulo dedicado a los
desterrados se sigue a quienes tras su liberación comenzaron una tarea
testimonial en el extranjero; entre ellos, Sergio Altesor, Graciela Taddey,
Ana Luisa Valdés, Leo Harari, Aníbal Sampayo, Juan Baladán, José Alanís.
La poesía de Hugo Gómez y Gabriel di Liote, las narraciones de Roberto
Larrea, Carlos Caillabet, Ruben Abrines, Jorge Luis Freccero, Hugo
Bervejillo, Omar Mir y el propio Alfredo Alzugarat y la dramaturgia de
Hugo Mieres se recogen como escritura producida luego de la prisión. Las
novelas de la cárcel y los testimonios que refieren a las prisiones políticas,
donde la ficción ha tomado un lugar de testigo de época, confirman que
la literatura uruguaya de los últimos 40 años ha estado traspasada por
la figura del revolucionario y la construcción de un nuevo proyecto político,
la reflexión sobre la militancia y la derrota, la violencia extrema de la
represión, la imposición del duelo y las estrategias personales y
colectivas de la sobrevivencia. Esta literatura, tal como lo sostiene su
autor, ha ido progresivamente complejizando su relato. En la pregunta por
cómo narrar lo inenarrable se han recorrido diversas formas de decir la
experiencia límite, vinculadas tanto a la experimentación de estilos de
lenguaje como a modos de construcción de los mundos literarios. La
tarea de conformación, transmisión y recepción de imaginarios simbólicos
que puedan expresar “la verdad de la experiencia” y entregar una
representación concebida en la amplitud de sus dimensiones está aún en
proceso de elaboración. El autor nos ha donado el mapa: ahora es posible hacer los caminos, las investigaciones por venir. Las inquietudes futuras en torno a la sobrevivencia humana en condiciones límites le deberán a este libro una geografía donde adentrarse. A pocos días de haberse celebrado un encuentro regional de Museos de la Memoria, se puede decir que lo compilado y analizado en Trincheras de papel es parte del patrimonio cultural de la nación. Sus documentos construyen también un monumento a la memoria que podría convertirse en un archivo de obras literarias a disposición del público. |
María Teresa Johansson
Reseña de La Diaria
08 de abril 2008
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