Yasser Arafat, el símbolo nacional palestino.

Nadie parece poder quedar indiferente ante él. Se lo ama o se lo odia intensamente. Se lo idolatra o se lo desprecia. Yasser Arafat, el símbolo máximo del pueblo palestino, es para su gente, “más grande que la vida misma”, tal cual lo calificara la parlamentaria palestina la Dra. Hanan Ashrawi, mientras para los israelíes, en el mejor de los casos es un ex-interlocutor en el que ya no se puede confiar y en  el peor, un terrorista y criminal de guerra.

Yasser Arafat, uno de siete hijos, nació como Muhamad Yasser Abd a-Rauf Arafat al-Qidwa al-Hussein en agosto de 1929, pero ya respecto a su nacimiento hay discusiones. Siempre se le consideró nativo de El Cairo, capital de Egipto, lo cual es afirmado tanto por fuentes árabes como israelíes y occidentales. Biógrafos franceses, Christophe Boltanski and Jihan El-Tahri, afirmaron en 1997 en su libro “Les  sept vies de Yasser Arafat”, que el líder palestino había nacido en la capital egipcia. Pero la biografía oficial que le publica el Ministerio de Información de  la Autoridad Nacional Palestina, le presenta como nativo de Jerusalem.

¿Temía que como nacido en un país extranjero, no pueda ser el líder del movimiento nacional palestino? - escribió en el periódico israelí “Haaretz” el analista Yoav Stern. Su padre era originario de Gaza y su madre, de la Ciudad Vieja de Jerusalem, donde él vivió un tiempo de niño. Según la Wikipedia, Enciclopedia libre, “inclusive su biógrafo autorizado, Alan Hart, admite ahora que nació en El Cairo”.

Estudió ingeniería en Egipto, graduándose en 1951 y viajó a trabajar en Kuwait, donde junto a  otros palestinos fundó en 1964 Al-Fataj, que se convirtió luego en el elemento clave de la Organización para la Liberación de Palestina, OLP. En ese entonces, Cisjordania y la Franja de Gaza, no eran territorios ocupados por Israel, sino que se hallaban en manos de Jordania y Egipto respectivamente. Aún así, fue en esa época que ya comenzaron las acciones armadas de Al-Fataj, inaugurándolas un intento infructuoso de destruir con explosivos el acueducto nacional israelí, en la Baja Galilea.

A pesar del apoyo público total de los países árabes a la “causa palestina”, las relaciones de la OLP con el mundo árabe siempre fueron tensas, tanto en épocas de conflicto como de diálogo y negociación. “Tenemos que basarnos en nosotros mismos”- dijo Arafat en más de una ocasión, destacando la necesidad de independencia de acción palestina. El trasfondo es claro.

De hecho el propio Arafat, que la encabeza desde 1968, estuvo preso en varios de ellos. En Egipto, el Presidente Nasser sospechaba que Arafat era miembro de los Hermanos Musulmanes, fuente de inestabilidad en el país. En Líbano estuvo detenido por planear atentados contra Israel desde su territorio y complicar así al país, aunque ello cambió drásticamente cuando la OLP adquirió tal poder en territorio libanés, que el sur del mismo, controlado totalmente por sus hombres armados, llegó a conocerse como “Fatahland”. En Siria fue preso por ser demasiado independiente y enviar células armadas a Israel sin coordinarlo con las autoridades y años después el entonces Presidente Hafez el-Assad le declaró “persona non grata” en Siria.

Pero es indudable que su capítulo más complejo en cuanto a relaciones con los “hermanos árabes”-tal cual suele llamarlos- fue en Jordania. Desde allí operaba la OLP contra Israel pero lo que encendió la luz roja para el Rey Hussein, fue una serie de acciones desestabilizadoras del propio reino hachemita, que incluyeron la proclamación de un “gobierno popular” propio en el norte, secuestros de aviones conducidos con rehenes a ciudades jordanas y hasta un intento, el 1 de setiembre de 1970, de asesinarle a él. Según resume el “Diccionario de la OLP” del Dr. Guy Bechor, el 17 de setiembre, Hussein lanzó un fuerte operativo militar contra los campamentos de refugiados y bases de la OLP en distintos puntos del reino, matando-tal cual estiman fuentes occidentales- a 5.000 palestinos en pocos días.

Arafat se salvó, pero tuvo que partir e instaló sus cuarteles en Beirut, Líbano, cuyo territorio utilizó de base central de atentados contra Israel. Ello llevó finalmente, en 1982, a la invasión de Líbano por parte de Israel, uno de cuyos puntos centrales fue la expulsión del jefe palestino, que desde entonces debió instalarse con su organización en Túnez.

En 1988, meses después del estallido de la primera intifada en la Franja de Gaza, una instancia de la OLP habló por primera vez en favor de la posibilidad de negociaciones con Israel. Los atentados continuaban, pero en la reunión del Consejo Nacional Palestino en Argelia, bajo la dirección de Arafat, se aceptó la resolución 242 de las Naciones Unidas que equivalía a un reconocimiento de facto de Israel. “Eso hizo posible la Conferencia de Paz en Madrid, con participación de Israel, los palestinos y otros representantes árabes”-escribió el ya citado Yoav Stern.

Pero ello no fue en absoluto el comienzo de una era de paz. La tensión y la violencia continuaban, tanto los atentados palestinos como el control militar israelí de los territorios. Recién después comenzaron negociaciones secretas entre representantes palestinos e israelíes en Oslo, que condujeron luego a la suscripción de un acuerdo interino que incluía el mutuo reconocimiento entre Israel y la OLP, algo antes impensable.

El 13 de setiembre de 1993, Arafat y el entonces Premier laborista israelí Itzjak Rabin firmaron la Declaración de Principios en la Casa Blanca, en presencia del Presidente Bill Clinton. Meses después, en mayo de 1994 tras la firma del acuerdo Gaza y Jericó I, en El Cairo, los primeros policías palestinos entraron a la Franja de Gaza y la ciudad de Jericó se convirtió en la primera ciudad de Cisjordania en ser transferida a control palestino, lo cual hizo posible, el 1 de julio de 1994, la entrada dramática de Arafat a la Franja de Gaza, ya como jefe de un gobierno palestino. Arafat volvía así a Palestina, décadas después de haberla abandonado, de niño, aunque diversas informaciones sostienen que ya iniciada la ocupación israelí de Cisjordania, “Abu Amar” había entrado y logrado salir clandestinamente.

Lo que para muchos israelíes continúa siendo inaceptable y para los palestinos fue un justo reconocimiento al giro en la posición de su líder, llegó el 14 de octubre de ese mismo año, cuando Arafat fue galardonado junto a Rabin y su Canciller Shimon Peres, con el Premio Nobel de la Paz.

Uno de los grandes enigmas respecto a Arafat, es cómo se mantiene en la cúspide con un simbolismo de tal magnitud, a pesar de las distintas revelaciones problemáticas acerca de su liderazgo. El criticismo ha ido en aumento en los últimos años, por la gran corrupción en la Autoridad Palestina y su estilo de gobierno unipersonal, incapaz de hecho de delegar autoridad. Pero aunque Arafat mismo no se ha salvado de las críticas, él sigue siendo visto como algo diferente, el padre de todos los palestinos, a pesar de los numerosos problemas que de hecho derivan de su propia acción.

Arafat apareció en 2003 en la lista de “Reyes, Reinas y Déspotas” más adinerados, publicada por la revista económica “Forbes”, que estimaba su riqueza personal en “por lo menos 300 millones de dólares”, como sexto en la lista. Esto, aunque es bien conocida la difícil situación económica del pueblo palestino, que según el Banco Mundial, tras cuatro a os de intifada, alcanzó este a o al nivel de 50% de la población bajo el nivel de pobreza. En agosto del 2002, el Jefe del Servicio de Inteligencia militar israelí, el Gral. Aharon Zeevi declaró que la riqueza personal de Arafat alcanza los 1300 millones de dólares, según publicara el periódico israelí “Haaretz”. Y en una auditoría de la Autoridad Nacional Palestina conducida por el Fondo Monetario Internacional, afirmando que Arafat había desviado 900 millones de dólares de fondos especiales a una cuenta especial de banco que él controla personalmente. Según un informe de la cadena televisiva CBS, que fue transmitido en el programa “60 minutes”, Suha Arafat, la esposa del “rais”-que fue de su residencia en París  a verle a raíz de  su reciente deterioro de salud, tras casi cuatro años de no reunirse con él- recibe una cuota mensual de 100.000 dólares.

El control del dinero es por cierto parte del secreto del centralismo de Arafat, pero la explicación va mucho más allá de ello. El “rais” logró siempre mantener su posición única, alejando y acercando alternativamente a diferentes colaboradores, de modo que nadie podía llegar a una posición de tal fuerza que llegara a amenazar la suya. Es considerado “Señor Palestina” y al preguntársele hace muchos años por qué no contrae matrimonio, respondió que él está “casado con Palestina”. Hace una década, en medio de sorpresa total, anunció haberse casado con Suha al-Tawil, de origen cristiano, que se convirtió al Islam oficialmente. Con ella tuvo una niña que lleva el nombre de la madre de Arafat, Zahwa, que hoy tiene nueve años. Suha y la hija de la pareja viven desde hace años en París.

 

Según Gerald Butt, experto en Medio Oriente de la BBC, “una de las principales estrategias de la conducción de Arafat ha sido mantener un control personal sobre todos los aspectos de la estructura de gobierno de los palestinos”. “Delegar no es una palabra que Arafat comprenda”-sostiene Butt. Ahí yace buena parte de su fortaleza y una de sus debilidades clave. En el aspecto positivo, Arafat ha sido capaz de ubicarse por encima de los debates y los conflictos internos, empujando a los distintos sectores a aceptar sus soluciones.

De esta forma ha logrado mantener unido al movimiento palestino y a sí mismo como el único interlocutor internacional sobre los intereses su pueblo. En el otro aspecto, el negativo, su insistencia en tomar todas las decisiones en relación a las conversaciones de paz con Israel -o ser consultado sobre ellas- ha debilitado severamente a todos los negociadores a lo largo de los años, en detrimento de la causa palestina. Además, con su estilo autocrático, ha quitado de las posiciones decisorias a cualquiera que pudiera convertirse en una amenaza contra su liderazgo, y nada ha hecho para el desarrollo de instituciones transparentes y democráticas.

Según el analista palestino Khaled Abu Toemah, “la victoria de Arafat” como líder único, “puede ser ampliamente atribuida al hecho que la mayoría de los palestinos, que no han conocido otro líder que no sea Arafat durante los últimos 40 años, aún no ven alternativa”.

La visión de Arafat ante los palestinos, más allá de críticas que han ido surgiendo en los últimos años de forma más evidente, es la del líder que sabe regir los destinos de su pueblo. Cuando Mahmud Abbas, más conocido como Abu Mazen-que le fue prácticamente impuesto por presiones internacionales como Primer Ministro que opere junto a él- criticó abiertamente la violencia de la intifada, condenó los atentados suicidas y dejó en claro que con esa línea los palestinos iban perdiendo y no avanzando, el resultado fue una seria crisis que los alejó a ambos. Abu Mazen tuvo que dimitir y durante mucho tiempo no se hablaron.

A ojos y oídos israelíes y norteamericanos, la visión de Arafat es mucho más compleja que la captada por sus connacionales. Israel siempre sostuvo que Arafat tiene un doble discurso, condenando los atentados en inglés ante las agencias internacionales, pero cantando en árabe “millones de suicidas irán marchando hacia Jerusalem” desde la Muqataa.

El 3 de febrero del 2002, Arafat publicó un artículo en The New York Times, bajo el título “La visión palestina de la paz”, en el que aclaró ante todo que “condeno los ataques perpetrados por grupos terroristas contra civiles israelíes” y afirmó que “éstos no representan  al pueblo palestino ... y yo estoy decidido a poner fin a sus actividades”. Tres días después -según informara el “Palestinian Media Watch” (una organización israelí que sigue las transmisiones en los medios de comunicación orales y escritos palestinos y publica sus conclusiones)- tuvo lugar una manifestación de Al-Fataj, el grupo central de la OLP, encabezado por Arafat, en el que niñas palestinas  glorificaban a Wafa Idris, una mujer de la organización que el mes anterior había cometido un atentado con explosivos en el centro de Jerusalem, matando a un civil de 81 años.

En un perfil sicológico y análisis estratégico elaborado por el Dr. Shaul Kimhi, el Dr. Shmuel Even y el Prof. Jerrold Post del Instituto de Política internacional de Anti-terrorismo en Estados Unidos, se describió a Arafat  en los siguientes términos: “Desde el punto de vista sicológico, la estabilidad emocional de Arafat es limitada. Ello se manifiesta , entre otras cosas, en una fuerte necesidad de control su medio ambiente, hasta el menor detalle, así como en un comportamiento impulsivo y rápidos cambios de ánimo. Arafat sospecha de enemigos y aliados por igual. No confía en nadie ....Tiene una fuerte necesidad emocional de demostrar superioridad por sobre sus socios y rivales por igual”.

Yusuf Issa, quien fuera  encargado del “desk israelí” en el Servicio de Seguridad preventiva palestino en la Franja de Gaza, dijo a los periodistas israelíes Avi Isasharof y Amos Harel, autores del recién publicado libro sobre la intifada , “La Séptima Guerra”, que Arafat rechazó posibilidades de negociación con Israel, dado que estaba seguro de que el tiempo juega en su favor y que ganaría por la lucha armada. “Se ve como Saladino”-se al ó, en referencia al líder musulmán que conquistó Jerusalem de manos de los Cruzados. Ello se combinaría con otra frase que aparece en el antes citado estudio sicológico de Arafat: “Se considera un líder de estatura histórica extraordinaria”.

En la última década, Arafat cambió drásticamente de posición en la arena internacional y en el ámbito estricamente regional. Durante décadas, desde que comenzó a ocupar el cargo de jefe de la OLP, fue considerado por Israel un archi-terrorista, responsable de innumerables atentados con centenares de víctimas civiles. La primera guerra en el Golfo Pérsico, en la que apoyó abiertamente a Saddam Hussein, le alejó dramáticamente de los ricos emiratos del petróleo, lo cual perjudicó considerablemente la situación de la OLP, que dejó de recibir los pagos fijos e importantes desde el Golfo. Pero poco después comenzaron las negociaciones de paz del proceso de Oslo y de hecho, Arafat “se salvó”. Volvió a la posición de líder aclamado en el mundo y hasta recibió el Premio Nobel de la Paz. Pero los problemas no desaparecieron, la confianza que había comenzado a construirse entre Israel y la Autoridad Nacional Palestina, no fue absoluta. El terrorismo continuó y de una nueva situación de cooperación de seguridad -aunque muy relativa-entre las partes, en 1996 se volvió a choques frontales, aunque todavía esporádicos. Tras varios intentos de llegar a un acuerdo y de un ofrecimiento en julio del 2000 que el entonces Premier israelí Ehud Barak formuló  a Arafat en la cumbre de Camp David para lograr un acuerdo definitivo -retirándose de toda la Franja de Gaza, del 97% de Cisjordania y dividiendo Jerusalem- no se llegó a nada y a fines de setiembre estalló la intifada.  Arafat, al que el nuevo gobierno israelí de derecha ya no veía como un interlocutor fallido en el que quizás aún se podría volver a confiar, pasó nuevamente, a ojos de los israelíes-y luego de Estados Unidos- a ser un terrorista con el que oficialmente se decidió no negociar.

Simbólicamente, tan solo un día después que el Parlamento israelí aprobara el plan de retirada de la Franja de Gaza -el primer desmantelamiento de asentamientos aprobado por el gobierno de A riel Sharon- se publicó la gravedad del estado de salud de Arafat, que debió ser hospitalizado en París. En Ramallah, palestinos lloraban por él y le llamaban “leyenda viviente”. Un día después de su partida, instancias de la OLP se reunieron, por primera vez en casi 40 años, en su ausencia. “Las órdenes las sigue dando el rais Yasser Arafat”- aclaró el ex Premier Abu Mazen en la reunión. “Está presente en todo, sin duda”- resumieron otras figuras palestinas. Y varios agregaron: “Lo seguirá estando, mucho tiempo, también cuando de hecho ya realmente no esté”.

Ana Jerozolimski
Semanario Hebreo
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