Que se pudra en prisión
Ana Jerozolimski

Ygal Amir debe morir en la cárcel. El terrorista que asesinó hace doce años al entonces Primer Ministro de Israel Itzjak Rabin (Z"L), no debe recibir jamás amnistía ni perdón alguno. Ojalá se pudra en prisión.

¿Por qué a él no y a otros asesinos si? -dirán algunos. ¿Acaso cuando terroristas palestinos matan a civiles inocentes en un ómnibus repleto de gente, en un café o en la fila de una discoteca eso es menos terrible? ¿Acaso esos asesinos son mejores que Ygal Amir, como para merecer ser liberados en el marco de "gestos" de buena voluntad entre los líderes de ambas partes? 

No. Son tan despreciables como él. Merecerían también ellos, todos, llegar al fin de sus días encerrados, sin ver más la luz del sol. No es casualidad que en los periódicos casos de excarcelación de presos, se aclara que ninguno de los que recupere con libertad estará dentro de la categoría de quienes "tienen las manos manchadas de sangre".Pero ha habido ya ejemplos de otra índole, sin duda. Aún así, sin minimizar ni por un instante lo abominable de los actos de todos los terroristas árabes, para nosotros, el magnicidio perpetrado el 4 de noviembre de 1995 por un joven israelí, fue una luz roja muy singular.

Israel conmemoró ayer oficialmente el duodécimo aniversario del asesinato de Itzjak Rabin, que se señala siempre en la fecha del calendario hebreo, por lo cual se da este año unos días antes del 4.11. El sitio informativo israelí Ynet (ynet.co.il), conectado al periódico Yediot Ahronot, publicó en pantalla aquellas imágenes que todos hemos visto ya repetidamente, captadas por un camarógrafo casual, de los últimos momentos de Rabin antes de ser baleado, del asesino disparando, imágenes mejoradas esta vez con una tecnología especial que permite observar todo con un poco más de claridad . Y el escalofrío vuelve a correr por el cuerpo.

Una luz roja muy singular, decíamos arriba, porque lo que quiso hacer Ygal Amir fue no sólo matar a Rabin, sino también a la democracia israelí. Es como decía un póster recordatorio que alguien diseñó poco después del magnicidio: Tres balas, un muerto, seis millones de heridos.

Esa es la lectura que consideramos más exacta de los hechos, más allá del dolor que se siente por recordar la magnitud del liderazgo de Rabin.

El asesino quería dar muerte, a través de las balas, al resultado de la elección libre del pueblo de Israel. El, producto de la incitación de extremistas de derecha y de rabinos radicales que no merecían la kipá que llevaban sobre sus cabezas, quiso cambiar el rumbo de la historia mediante el asesinato.

No nos contamos entre quienes, idealizando todo, suponen que si Rabin no hubiese sido asesinado, el proceso de paz seguro habría tenido éxito y que hoy se viviría en medio de un idilio paradisíaco con los palestinos. Quizás sí, no se puede descartar. Pero tampoco se lo puede asegurar. No parece que así hubiera sucedido. Recordemos, por más críticas que se pueda hacer a cada uno de los jefes de gobierno de Israel que tuvo las riendas desde el magnicidio, que el principal enemigo del proceso de paz, fue el terrorismo palestino. Y no es que los suicidas cargados de explosivos surgieron después del asesinato, porque ningún otro líder israelí sabía negociar. Estallaban también frente a la cara de Rabin, cuando él y su entonces Canciller Shimon Peres, intentaban avanzar con el muy problemático líder palestino Yasser Arafat.

Pero esta aclaración nada quita al hecho que Ygal Amir quiso desviar de su curso el proceso, sin usar las urnas ni las manifestaciones legítimas, sin discutir como permite un estado democrático. Optó por las balas, como los cobardes, por la espalda.

Esta semana se publicó por primera vez la grabación de video de la primera investigación de Ygal Amir en la policía. "¿Estás arrepentido?"-le preguntaron al confirmarse que Rabin había fallecido en la sala de operaciones del Hospital Ichilov de Tel Aviv. "Jas vejalila"- respondió. "Dios no permita", podría ser una de las traducciones de esa expresión.

Y ahora, el motivo de preocupación debe ser que la extrema derecha, que sigue siendo afortunadamente una minoría en la sociedad israelí, pero que lamentablemente tiene más presencia de lo que debería tolerarse, tiene el tupé de pedir amnistía para Ygal Amir. Y los sondeos muestran que no pocos jóvenes los apoyan. Eso es lo estremecedor.

Y la esposa del asesino, Larisa Trimbovler, que en estos días debe dar a luz el primer hijo de ambos -luego de habérseles permitido la unión en la cárcel- tiene el tupé de decir que enseñará al niño que su padre "se sacrificó por el pueblo". 

Ese es el problema. Que ella sienta que puede decir una barbaridad así. Que sienta que tiene quienes la apoyan y lucharán por Ygal Amir, para que sea puesto en libertad.

"Eso nunca pasará"- dijo el Ministro de Defensa Ehud Barak. "Haré todo lo que esté a mi alcance para que se pudra en prisión"- agregó el Ministro de Seguridad interna Avi Dichter.

Pero hoy, doce años después del magnicidio, nadie puede realmente garantizar que se haya aprendido cabalmente la lección. Hay demasiadas serpientes tratando de levantar cabeza. 

El tema no es si Rabin tenía o no razón en su empuje al diálogo con los palestinos. Está claro que hoy en día, con todo lo que se ha vivido , con los cohetes que siguen cayendo desde Gaza y con Gilad Shalit aún encerrado allí en algún bunker, son muchas las dudas que surgen acerca de qué perspectiva tiene la negociación con los palestinos. ¿Pero acaso alguien puede decir que la guerra es mejor que el intento de llegar a un entendimiento en la mesa de negociaciones?

Pero de todos modos, el problema central -como decíamos-, no es lo relacionado al proceso de paz. Es legítimo oponerse a cualquier política del gobierno, siempre que no se crucen las delicadas fronteras entre la crítica y la incitación, como se hizo en el caso de la protesta contra Rabin. Lo ilegítimo es hacerlo demonizando como se hizo con él, presentándolo como un traidor que venderá al país, y abriendo fuego, como hizo Ygal Amir. Las balas, aunque extremas, fueron disparadas aquel sábado de noche, 4 de noviembre, en la plaza entonces aún llamada Kikar Maljei Israel, al finalizar un evento multitudinario en favor de la paz. Pero el cargador ya estaba puesto mucho antes.

Y hoy, no alcanza con llorar a Rabin y recordar su pasta especial de líder. Hoy, hay que tomar las medidas para impedir que el asesino pueda soñar siquiera con ser puesto en libertad. Hoy, hay que garantizar que toda incitación a la violencia sea cortada de raíz, aún si eso requiere enmiendas en la ley existente al respecto, que algunos expertos explican es demasiado compleja. Hoy hay que asegurar que la minoría extremista de mente enferma se sienta débil e incapaz de moverse, para que los demócratas, tanto los que aplaudían a Rabin como los que discrepaban con su camino, sigan siendo los fuertes, la base de la sociedad israelí.

El recuerdo y el homenaje, no pueden ser exclusividad de la izquierda. La izquierda misma, con sus distintos matices, debe ser la primera interesada en destacar que la condena del asesinato sea compartida también por los demócratas de derecha. Los que incitaron y hoy se esconden tras lindas palabras, no merecen ser parte del homenaje. Pero la izquierda misma debe trabajar por el bien común, junto a aquellos conservadores que quizás también hoy consideren un error intentar siquiera hablar con los palestinos, pero que en la discusión pública rechazarán siempre la violencia , y santificarán a las urnas.

Ana Jerozolimski
Semanario Hebreo

Ir a índice de Periodismo

Ir a índice de Jerozolimski, Ana

Ir a página inicio

Ir a mapa del sitio