“Semanario Hebreo” con el historiador y politólogo Gerardo Caetano
Ana Jerozolimski

A menudo comentamos en el marco familiar y con amigos, cuán enriquecedor nos resulta el trabajo periodístico, por el cual sentimos que conocemos muchos mundos dentro del mundo general en el que todos vivimos. Aprendemos y tenemos experiencias que apreciamos profundamente.

 Comenzamos con estas palabras la introducción  a la entrevista con el Profesor Gerardo Caetano, ya que ésta nos ha dejado un sabor sumamente singular, que inspira sólo gente que mezcla de forma poco común el intelecto con el alma.

 

Conversamos sobre Wilson, al cumplirse 20 años de su fallecimiento, sobre la situación en América Latina, Uruguay y Oriente Medio.  Seguramente nuestros lectores disfrutarán su lectura-en este caso la extensión es una ventaja, no un problema-no menos de lo que nosotros disfrutamos al realizarla . 

“Wilson merecía mucho mas que otros ser Presidente, pero no necesitó serlo para pasar a la historia”

 

 

P: Gerardo, ante todo te agradezco muchísimo dedicarme parte de tu precioso tiempo. Estamos hace mucho hablando de una entrevista para Semanario Hebreo  y henos aquí al fin conversando, tomando como punto de partida una fecha especial: el vigésimo aniversario del lamentable fallecimiento de Wilson Ferreira Aldunate. Has tenido la gentileza de enviarme el prólogo que escribiste para el libro de Carlos Luppi sobre Wilson y es notorio que cuando se habla de Wilson, parecería que resulta imposible hacer análisis frío, sin llegar a la conclusión de que era una personalidad descollante ¿no es así?

 

R: Tú lo has dicho muy bien: una personalidad descollante. Wilson Ferreira constituye una de esas figuras ante las que puede caber todo tipo de actitud menos la indiferencia. Era un hombre apasionado que apasionaba: su oratoria, su “imagen de lancero” como alguna vez dijo Julián Murguía, su perfil inconfundible de tribuno, sus gestos, su altivez, esa capacidad casi insuperable para el debate, unido con su proverbial sentido del humor, su sonrisa que se volvió un símbolo, su vitalismo. En efecto, no puede hacerse un análisis frío, aunque sí se pueden ponderar con honestidad algunas hipótesis sobre sus aciertos y sus errores, sus victorias y sus derrotas, en cualquier caso provistas de ese compromiso cívico innegable, esa vocación de libertad que tanto tenía que ver con su propia estética, con esas enormes ganas de vivir que supo contagiar dentro y fuera de su partido, sobre todo en los momentos más terribles de la dictadura.  

 

P: Tu hablas en tu prólogo del magnetismo de Wilson, de sus principios, de la claridad de sus ideas y de su integridad y consecuencia con sus posturas.¿Es esa combinación  lo que le ha dejado en la memoria nacional como un líder que por más que haya sido siempre un blanco, iba más allá de lo partidario, querido realmente por todos, más allá de las discrepancias políticas?

 

R: Yo creo que aquí radica un elemento fundamental en la conmemoración de figuras como la de Wilson. Por supuesto que personalidades como la suya pertenecen y son causa de genuino orgullo cívico para los partidos de los que proceden y en los que militaron durante toda una vida. Quien podría osar postular un Batlle no colorado, un Wilson no nacionalista o un Seregni no frenteamplista. Pero precisamente la grandeza de estas figuras las hace trascender sus banderías de origen para formar parte también de ese patrimonio común de la República, en el que los ciudadanos con vocación democrática y sentido de justicia, no importa de donde vengan, pueden sentirse representados e involucrados por sus ideales, por su testimonio de vida, por el legado de sus luchas. El propio Wilson lo decía muy bien cuando una y otra vez invocaba a la “comunidad espiritual” afincada en valores y principios, nacionales y también universales. O cuándo en 1980, ante el plebiscito, decía a sus compatriotas (no solo a los blancos) del Uruguay y de la diáspora, argumentando por el NO: “¿Qué queda del Uruguay, que es el Uruguay si suprimimos, si damos la espalda a lo que la República tiene de constante y de definidor?” A mi juicio ese es uno de los mayores legados de Wilson y lo que debería ser el mayor orgullo de sus correligionarios: el que su vida y sus ideas puedan haber trascendido su afincamiento originario –y que sin duda permanece- en una tradición partidaria, para volverse referente de esa otra tradición más amplia, de ese republicanismo moral que a todos nos involucra.    

 

P: Tú mencionaste que su desaparición física tuvo ecos que hicieron recordar lo sucedido cuando fallecieron Batlle y Ordoñez, Emilio Frugoni y más recientemente, Liber Seregni. ¿Los pondrías a todos en la misma línea?

 

R: Estas figuras gigantescas y otras convergen precisamente con Wilson en la condición común de ser referentes de nación, de república. Y lo son más allá de diferencias y de controversias que no deben ser borradas ni opacadas, para hacer una historia oficial edulcorada de unanimidades que rehuye con cobardía el conflicto genuino, ese motor ineludible de toda democracia y de toda sociedad con vocación de futuro. Cada uno en su tiempo, en su circunstancia, desde sus ideas, trató de aportar su esfuerzo para que nuestra ágora fuera mejor. Son incomparables pero a la vez los vincula la grandeza, incluso desde sus confrontaciones cívicas e ideológicas, a veces hasta desde sus enemistades personales. Sin embargo, cuando se los puede mirar con más distancia, cuando se los puede incorporar en esa dimensión tan genuina de la política democrática que no es partidista sino que es nacional y universal, entonces sus contribuciones convergen en horizontes que pueden acomunar a las grandes mayorías, que pueden despertar el respeto y la admiración de los adversarios. Desde chico, en mi propia casa, aprendí a valorar esa polifonía hermosa de los debates entre diferentes, a veces entre muy diferentes, pero que a la hora de los compromisos últimos convergían en valores y principios compartidos. Por ello, sin desmedro de las pujas partidarias y de los que ellas proyectan en términos de confrontación histórica, totalmente legítima, no hay que olvidar esta otra dimensión en la que desde el prisma de las virtudes y los valores cívicos y humanistas podemos incorporar, por cierto que no a todos, sino a los genuinamente grandes. Y la historia uruguaya ha tenido por suerte este tipo de personalidades y en todos los partidos.   

 

P: ¿Qué Presidente te parece que habría sido Wilson si hubiera llegado a ello?

 

R: Es una pregunta de esas que nos incomodan a los historiadores porque nos llevan por las resbaladizas pistas de las hipótesis contrafácticas: “que hubiera pasado si …” Sin embargo, creo que tu pregunta es muy pertinente pues permite cuestionar un mito intencionadamente instalado: el de que Wilson sólo tenía capacidades para la fiscalía y la oposición, que lo suyo sólo podía tener resonancia desde la labor parlamentaria o desde la denuncia contra el despotismo de los gobiernos autoritarios. Entre las cosas que nos robó la ominosa dictadura que padecimos, una tiene que ver precisamente con la posibilidad de un Wilson plenamente gobernante. Por cierto que no necesitó ser Presidente para hacer gobierno: fue un magnífico y muy transformador Ministro de Ganadería en el segundo colegiado blanco entre 1963 y 1967, fue un impulsor lúcido de la experiencia virtuosa de la CIDE, estaba lleno de ideas sobre un desarrollo distinto con justicia social cuando terminaba la dictadura, dio bastante más que “gobernabilidad” a la primera presidencia del Dr.  Sanguinetti. Yo creo que no es para nada aventurado el señalar que Wilson tenía muy calificadas condiciones de gobernante. Y sin duda, como pasó con Herrera o con Seregni, merecieron muchísimo más que otros el ser Presidentes. Pero por cierto no necesitaron serlo para pasar a la historia y de buena manera.

 

P: ¿Cuál es en tu opinión el principal legado de Wilson? ¿Y dirías que el Partido Nacional lo sigue cabalmente?

 

R: Son en verdad muchos los legados. Yo destacaría dos, que fueron ideas fuerza permanentes de su largo batallar. En primer lugar, la lucha prioritaria por la libertad, que para él no podía sino proyectarse en la búsqueda de la justicia social. Esa condición libertaria fue la que lo hizo un símbolo en la lucha contra la dictadura, incluso entre quienes nunca lo votaron. En segundo lugar, esa vocación entrañable por defender y afirmar a la nación como “comunidad espiritual”, lo que luego de su exilio y de la dictadura, ya al final de su vida, lo llevó a proclamar bien alto, en una recordada conferencia en el CELADU de julio de 1987, que no había modo “de ser patriota de patria chica si no se es simultáneamente y por eso mismo, patriota de la gran patria latinoamericana”. En cuanto a si el Partido Nacional lo sigue cabalmente, sería un gran atrevimiento de mi parte juzgarlo. En todo caso es una de sus principales interpelaciones de cara al presente y también al futuro.  

 

P: Has hecho referencia a su apoyo a la ley de Caducidad de la Pretensión Punitiva del Estado  de diciembre de 1986, como el error más grande de su vida política. El también alcanzó a captarlo así ¿verdad? 

 

R: Realmente no lo sé, nunca nadie de los que estuvo bien cerca de él en esos momentos últimos de su vida ha narrado algo sobre esto. Tampoco hay documentos que avalen esa idea. Sí hay muchos testimonios que nos acercan a un Wilson muy dolorido pero también muy convencido de que en aquellas circunstancias, como alguna vez dijo, su condición de dirigente le imponía tomar decisiones difíciles. Como historiador y al mismo tiempo como ciudadano, que no militó nunca en las filas de su partido, en efecto creo que esa fue su decisión más difícil y para mí, con todo lo discutible que puede tener esta aseveración, pero también desde la honestidad a que nos convocan vidas como la de Wilson, creo tener derecho a estimar que en mi concepto fue el mayor error de su vida política. Lo escribo en el prólogo del libro y creeme que lo hago con un enorme respeto y sabiendo del dolor que le produjo adoptar ese camino. Y no tengo la más mínima duda que, más allá de otros factores, las razones últimas de su polémica decisión fueron servir aquello que entendía era lo mejor para el país en ese momento histórico. La tragedia de su muerte tan inmediata no le dio tampoco tiempo en este aspecto, aunque nadie pueda saber o decir con certeza qué hubiera hecho luego Wilson. En cualquier hipótesis, defendió sus ideas y sus argumentos con pasión, con coraje cívico. Y su figura no puede quedar asociada en modo alguno con la impunidad ni con el olvido impuesto.  

 

P: Sé que está mal pedir conjeturas hipotéticas a quien, como tú, se dedica al estudio de la historia, pero igual intento. ¿Cómo te parece que vería al Uruguay de hoy en los términos de esa comunidad espiritual  de la que tanto hablaba?

 

R: Como te decía, a los historiadores nos incomodan mucho estar reflexiones contrafácticas. Pero de lo que sí estoy convencido es que Wilson seguiría machacando en su defensa de la idea de la “comunidad espiritual”, en esa idea de nación adscripta a valores y virtudes cívicas. Estoy también proclive a pensar que buscaría grandes acuerdos para afirmar gobiernos que impulsaran modelos de desarrollo auténticamente transformadores, respaldados por grandes mayorías. No estoy nada convencido que abonaría ese “Rubicón” aparentemente  infranqueable que parece afirmar que en el país hay gobiernos de izquierda o gobiernos de coalición entre blancos y colorados. Más bien pienso en que Wilson abriría mucho más la cancha y que hubiera generado alternativas más plurales. Pero son sólo suposiciones, conjeturas, más de politólogo que de historiador. O tal vez expresiones de deseos. Creo de verdad que a la “comunidad espiritual” del Uruguay no le hace bien esa mentada-y a mi juicio equivocada-  teoría de las “familias ideológicas”. Desde la época de Wilson y hoy también, los desafíos del país son tan hondos que no se pueden afrontar desde un solo partido, cualquiera sea este, ni desde hipótesis tan rígidas y congeladas sobre quienes pueden compartir el gobierno y la tarea gigantesca de encaminar al país por un desarrollo moderno y solidario.

 

P: El libro de Carlos Luppi sobre Wilson, de cuyo prólogo escrito por ti publicamos gran parte en nuestro último número, incluye la reproducción del famoso discurso que Wilson pronunció en un aniversario de la independencia de Israel en el Palacio Peñarol. ¿Por qué fue incluido? O quizás antes, debería pedirte tu opinión sobre la visión de Wilson respecto a Israel y el conflicto con el que lidiaba también en su época.

 

R: Creo que fue un acierto de Luppi la inclusión de ese discurso memorable. Hay en verdad muchos documentos que avalan esa devoción tan especial que Wilson Ferreira sentía por la cultura judía, por sus símbolos, esa solidaridad inclaudicable por los padecimientos de la Shoa o por la suerte del Estado de Israel. En los relatos de su viaje por Israel o en sus conversaciones con prominentes figuras de la colectividad judía uruguaya, Wilson Ferreira expresó en innumerables ocasiones su amistad genuina con Israel, su visión de paz justa para el cercano Oriente. Yo creo que esa adhesión por el pueblo judío y sus causas le venían de su militancia republicana y antinazi y de su fervor en la denuncia del genocidio del Holocausto. Diría algo más: si se soslaya o se opaca esa adhesión manifiesta por la paz para Israel, ese compromiso perdurable contra toda discriminación antisemita o judeofóbica, no se termina de entender el wilsonismo. Y una prueba muy fuerte de la profundidad de ese compromiso está en los legados que el líder nacionalista dejó en este sentido especial en su familia y en su partido. 

 

 

Momentos cruciales en América Latina

 

P: Yo no puedo tener el honor de que hayas aceptado esta entrevista, sin “aprovecharte” para otros análisis, parte de los cuales hemos estado mencionando en mensajes que van y vienen en los últimos meses a nivel personal. Y creo que un tema ineludible al hablar con un historiador, en estos momentos, es la crisis andina, que parece haber terminado más rápido de lo que empezó. Pero siento que es sólo la primera vuelta ¿me equivoco?

 

R: Estamos viviendo momentos cruciales en América Latina. Pueden ser dolores de parto o una nueva oportunidad perdida. La última crisis andina es un buen ejemplo del peligro que enfrentamos. Lo peor que le podría ocurrir a América Latina hoy sería la guerra, lo que entre otras cosas, para peor, traería nuevamente el intervencionismo norteamericano más desembozado. La crisis andina vuelve a probar que en nuestra América Latina hoy más que nunca hay que apegarse a los principios del Derecho Internacional, hay que ser más celosos que nunca en principios inalienables como la defensa de los derechos humanos, la no intervención, la autodeterminación de los pueblos, la solución pacífica y diplomática de los conflictos. Soy un integracionista convencido, por eso mismo observo con horror algunas perplejidades que hoy están afectando tanto la suerte de nuestros países y de nuestro continente. Fíjate: tenemos en América del Sur desatada una verdadera carrera armamentística en el mismo momento en que nuestros guarismos de pobreza y marginalidad, en contextos persistentes de crecimiento económico, no descienden al ritmo que necesitamos. De allí la vergüenza de esta última crisis, que como tú bien dices, puede no ser la última.    

 

P: ¿Se puede hablar de un “malo” de la película cuando hay una crisis así? O sea: Colombia entró a territorio ecuatoriano , es un hecho, pero el hecho es que allí estaba el número dos de las FARC , Raúl Reyes y cabe preguntarse qué hacía ahí, no?

 

R: Por supuesto que todo planteo maniqueo no resiste el menor análisis. De allí la necesidad de profundizar la reflexión y anticipar desde la acción multilateral latinoamericana la prevención de conflictos que siguen latentes. La violación por parte de Colombia del territorio soberano de Ecuador es inadmisible. Mucho más lo es la invocación a la largamente rechazada “teoría de la guerra preventiva” para atacar al terrorismo más allá de las fronteras. Si esa infausta teoría se instala en el continente, las consecuencias serán terribles y tendremos guerra e intervencionismo. Sobre este punto, y la enorme mayoría del continente ha sido conteste en ese sentido, no puede haber vacilaciones. Del mismo modo, tampoco puede haberlas en el rechazo más categórico a las acciones de las FARC, del ELN y de los paramilitares. Lo hemos visto con asombro: las condiciones de reclusión de los secuestrados por la narcoguerrilla colombiana no pueden ser sino calificadas como violaciones atroces a los más elementales derechos humanos. No se puede tener duplicidad de pareceres sobre este tipo de prácticas aberrantes. ¿Qué ideología puede justificar semejante atropello a la integridad humana?  

 

P: ¿Qué opinión te merece la concentración días atrás, en la Plaza Libertad, de sectores de la izquierda radical, en favor de las FARC? Te lo pregunto porque una cosa es criticar al Presidente Uribe y otra muy diferente colgar pancartas alabando a Reyes, que en definitiva, era uno de los jefes de una banda terrorista ¿no es así? Y tú , que justamente has escrito hace pocos años sobre protesta en América Latina, puedes analizarlo...

 

R: Totalmente de acuerdo contigo. Nadie que se diga demócrata, que defienda la causa de los derechos humanos, puede estar a favor de las FARC. Diría más: nadie que busque en forma genuina la integración sudamericana puede apoyar a esa narcoguerrilla sin ideales, responsable de atropellos inadmisibles. Y allí volvemos a las confusiones: ¿qué tienen que ver las FARC con las izquierdas colombianas? El Polo Democrático, fuerza de izquierda democrática opositora de Uribe, ha repudiado de la forma más enfática la acción de las FARC. Tiene mártires asesinados por las FARC. ¿Cuál es el respaldo popular de estas narcoguerrillas en Colombia? Ninguno. Por ello, los gobiernos de América Latina no pueden dejar sola a Colombia. Brasil lo sabe más que nadie, con sus fronteras calientes con Venezuela, Colombia y Ecuador. Colombia está por encima de Uribe y del “Plan Colombia” impulsado por los EEUU. ¿Cómo el Presidente Chávez puede reclamar al tratamiento de “fuerza beligerante” para las FARC? Ningún país latinoamericano acompañó esa locura. No lo hizo el Presidente Correa ni siquiera después de la incursión colombiana en su territorio. Todo proceso de integración no puede hacerse desde la idea de la afinidad ideológica. Ese espejismo nos conduce a la fragmentación y además es desmentido por la experiencia internacional. ¿La Unión Europea podría haber prosperado desde ese enfoque? De allí que la integración tiene que expresar acuerdos entre Estados, sobre la base de principios y objetivos compartidos. Uno de ellos sin duda tiene que ver con la colaboración entre los países limítrofes en el combate contra el narcoterrorismo. Si América Latina no actúa con lógicas de anticipación en este y en otros campos, volveremos a tener crisis como las vividas. Y si defendemos a América Latina y rechazamos históricamente cualquier intervencionismo norteamericano, no se puede estar omiso respecto a estos problemas.  

 

P: Un joven al que entrevistó mi colega Pedro Dutour de El Observador le decía que si estalla la guerra entre Colombia y Venezuela, él iba a estar “del lado de los pueblos”. ¿Me equivoco si pienso que en el caso colombiano, estar del lado del pueblo sería contra una organización que secuestra y mata?

 

R: ¿Qué tienen que ver con el pueblo colombiano las FARC? Después de todo lo ominoso que hemos vivido y que se ha podido confirmar, ¿alguien puede justificar los secuestros de las FARC por una pretendida y totalmente falaz “lucha de los pueblos”? Las encuestas de opinión pero también las elecciones y las posturas de todos los partidos del arco ideológico democrático colombiano son convergentes, más allá de sus fuertes discrepancias en otros planos, en el repudio de las FARC y de sus prácticas. Por eso te decía sobre lo terrible de las confusiones en estos procesos. Con la misma convicción que se denuncia el “guerrerismo” de Uribe y su adhesión incondicional con los EEUU, se debe repudiar la acción de todo grupo que como las FARC, viola de manera tan sistemática y flagrante los derechos humanos más elementales de los ciudadanos colombianos. Y en estos temas, la historia nos debería haber enseñado que la dualidad de criterios lleva a las inconsecuencias más lamentables. ¿Con qué legitimidad yo puedo protestar contra la violación de los derechos humanos si justifico o si me callo frente a lo que hacen las FARC? 

 

P: El Presidente de Venezuela, Hugo Chávez-aún antes de entrar en su no tan encubierto antisemitismo y en su alianza con Irán, que evidentemente para mi y muchos lectores de Semanario Hebreo es una señal de alarma terrible- es todo un fenómeno también a nivel continental. ¿Cómo lo definirías?

 

R: Chávez y el chavismo son muy difíciles de definir. Pero hay algo que parece claro: tienen muy poco que ver con la tradición de las izquierdas democráticas y socialistas latinoamericanas. Pruebas a la vista: ¿cómo puede tolerarse su antisemitismo cada vez más manifiesto o su asociación con un gobierno como el iraní que comete la afrenta intolerable de negar el Holocausto y de anunciar la destrucción de Israel? ¿Qué tiene que ver con el socialismo o una democracia progresista la reelección indefinida, la persecución a los opositores, la personalización absoluta del poder, las amenazas a la prensa? Y por cierto que hay que ser precisos: Chávez fue electo en procesos democráticos y sólo podrá ser derrotado en las urnas; la gran mayoría de América Latina respaldaría a Venezuela frente a una intervención directa o indirecta de los EEUU; Chávez en gran medida es la consecuencia de la corrupción del bipartidismo tradicional de adecos y copeyanos. Pero con la misma fuerza y sin cálculos menores, los países de América Latina tienen que exigir a Chávez el cumplimiento de principios internacionales básicos, justamente los mismos que se deben exigir a los EEUU: la no intervención en los asuntos internos de otros países soberanos, el respeto irrestricto al Derecho Internacional, el respeto a las libertades y a los derechos de una sociedad democrática. He visitado Venezuela y duele ver como se malogra la genuina esperanza de cambio que las grandes mayorías de ese país comparten. Es un compromiso latinoamericano insoslayable evitar que el conflicto venezolano termine en una guerra civil cruenta. Y por cierto que ese objetivo está mucho más allá de Chávez y de Bush.

 

P: Chávez ha colocado el tema anti yanqui en el centro de su dialéctica, como supuesto símbolo de libertad y soberanía latinoamericana, de verdadero socialismo. En tu opinión ¿eso es socialismo?

 

R: Creo ya haberlo contestado. Creer que el chavismo es socialista significa proponer que se puede pensar en un “socialismo del siglo XXI” en donde las libertades y los derechos  fundamentales estén en entredicho. Después de todo lo ocurrido en las últimas décadas, en nuestro continente y en el mundo, aceptar esto es de una irresponsabilidad histórica inadmisible.

 

P: ¿Puede verse su antiamericanismo como intento de destacar su independencia , o como producto de su conciencia sobre los sentimientos anti americanos en el continente?

 

R: La política exterior norteamericana de las últimas décadas, en especial la que ha practicado la Administración Bush, ha cosechado los peores resultados: ha creado o fortalecido a sus peores enemigos. Hacia América Latina, los EEUU hace décadas que no tienen política. América Latina sólo importa cuando se vuelve un problema de la interna norteamericana: Cuba importa por el lobby cubano de Florida; Colombia por una visión miope del narcotráfico, que penaliza la producción pero no el consumo; México por los más de 10 millones de emigrantes o por las exigencias hoy puestas en entredicho del Nafta; etc. Así como la política “dinosáurica” de los EEUU hacia Cuba no ha hecho más que fortalecer la peor versión del castrismo y ha aumentado el sufrimiento del pueblo cubano, de la misma forma, la postura de Bush contra Chávez refuerza su personalismo. EEUU tiene que desarrollar una política seria hacia América Latina, lejos de los TLC y de las visiones intervencionistas tradicionales. Si persiste en las actitudes de la actual Administración, terminará reforzando regímenes que utilizan el antinorteamericanismo como pantalla de otras cosas. Ojalá me equivoque, pero soy escéptico respecto a cambios en esta dirección.

 

P: Un amigo, compatriota, me envió días atrás un artículo analizando la política de Chávez, en el que de hecho afirma que los dictadores todos se parecen, sean de derecha o de izquierda. ¿Estás de acuerdo con esa afirmación?

 

R: Por supuesto que estoy de acuerdo con esa sabia afirmación. Todo aquel que ha sufrido una dictadura, del signo que sea, no puede sino compartir esa idea. Las libertades y los derechos no son  de derecha o de izquierda.  

 

Irán no tiene lo que hacer en América del Sur

 

P: ¿Qué opinión te merece el apoyo de Chávez a Irán?

 

R: La peor opinión. El actual gobierno iraní no sólo es profundamente antisemita, comete la tropelía imperdonable del negacionismo de un genocidio como el Holocausto o propone la destrucción de Israel como objetivo de su política exterior, sino que es un gobierno profundamente reaccionario y fundamentalista. Y aquí también la política norteamericana es muy torpe. Sólo desde el fortalecimiento de la Comunidad y del Derecho internacionales se puede actuar con eficacia frente a un régimen semejante. Repetir otra tragedia como la de Irak en Irán es abominable. Pero a todo esto, ¿qué tiene que hacer Irán en América del Sur? ¿Qué tiene que hacer en el MERCOSUR luego de las más firmes sospechas acerca de la intervención iraní en los atentados contra la embajada de Israel y contra el local de la Amia en Buenos Aires? ¿Cómo puede ser posible que alguien entre en confusión con un régimen como el iraní? Sólo esto hace perder legitimidad ante sus pares del continente al gobierno venezolano. Ningún gobierno del MERCOSUR puede llegar a compartir esa orientación de la política exterior venezolana. Sería una locura.  

 

P: ¿Te gustaría ver a Venezuela en el MERCOSUR?

 

R: Yo soy un ciudadano que opina desde sus convicciones, sin más límite que su conciencia. Ya he dicho bastante de lo que opino sobre la experiencia chavista. Pero entiendo la postura del gobierno uruguayo y la de los gobiernos del MERCOSUR en abrir la entrada al MERCOSUR a Venezuela. En el MERCOSUR hoy se combinan tres tendencias en tensión: flexibilización, ampliación y profundización. Yo soy de los opinó siempre que ampliación sin profundización era un error, un salto hacia delante. Pero la apuesta a una flexibilización sin límites, que vuelva minimalistas los acuerdos del MERCOSUR, me parece una opción también equivocada. En este contexto, puedo entender la postura de los gobiernos del MERCOSUR en relación a facilitar la entrada de Venezuela al MERCOSUR. Es más, la puedo compartir desde la perspectiva uruguaya: Venezuela es la tercera economía del subcontinente; facilita una relación más equilibrada de Uruguay y Paraguay frente a los gigantes de Argentina y Brasil; es clave junto a Bolivia en la concreción de la ecuación energética de la región; puede promover un fortalecimiento de la voluntad política integracionista. Todo bien, pero con condiciones: es Venezuela que se incorpora al MERCOSUR y no viceversa. ¿Qué significa esto? Que el ingreso de Venezuela al MERCOSUR debe implicar una continentación condicionada buenamente de la “República Bolivariana” a los objetivos estratégicos del bloque. Para citar un ejemplo: la política exterior de Venezuela no tiene nada que ver con las de sus eventuales socios del MERCOSUR. Eso quiere decir entre otras cosas que el actual régimen iraní no tiene nada que hacer en la región, que las posturas negacionistas frente a la Shoa y agresivas frente a Israel no pueden ser admitidas, que no hay espacio para antisemitismos en la región, entre otras cosas. La clave podría ser sintetizada de esta forma: evitar el aislamiento reactivo de Venezuela que sólo puede traer mal al continente.    

 

Uruguay: el cambio se siente.

 

P: El lema central cuando el Dr. Tabaré Vázquez ganó las elecciones, era por supuesto el cambio. ¿Ya ves el cambio?

 

R: Con absoluta honestidad, como la que exigirían figuras como las de Wilson o Seregni, sin partidarismo alguno que he probado que no va conmigo, debo decir que veo un cambio. El otro día lo escuchaba decir a César Aguiar que en su opinión la mejor estrategia para el P. Nacional de cara a las elecciones del 2009 era apostar a que su propuesta no era un retorno al país de antes del 2005 sino una propuesta innovadora para el período 2010-2015. Y creo que tiene razón el colega. Y que eso demuestra que hay una inflexión en el 2004/2005 que los partidos tradicionales deben reconocer para afrontar mejor el porvenir. Todavía ese reconocimiento no se ha producido, lo que para mí conspira contra las chances de esos partidos de cara al 2009. En efecto, el país cambió, en parte por méritos del actual gobierno y en parte por los cambios del contexto regional e internacional. Pero en verdad, ya veo el cambio. Un ejemplo ilustrativo: el cambio en las relaciones laborales y en los marcos de negociación colectiva. ¿Alguien puede pensar con responsabilidad y sensatez al retorno de las relaciones laborales del 2004? Creo que quien así piense comete un grave error.  

 

P: Recientemente, cuando fue preso el General Álvarez, realicé una serie de entrevistas a figuras nacionales al respecto, divididas por cierto en su visión respecto a si es bueno o no entrar en ese proceso, aunque por supuesto todos concordaban en que él había sido un criminal. ¿Cómo ves la forma en que el país lidia hoy, a más de 20 años de terminada la dictadura, con lo que ésta dejó? ¿Realmente se está fuera de peligro?

 

R: Los judíos más que ningún otro pueblo saben que nunca se está fuera de peligro, que la lucha es eterna e inacabable. Creo en verdad que en estos temas se ha producido un cambio sustantivo, fundamental. Si comparamos en diversos campos la situación del 2004 con la del 2008 resulta muy difícil no advertir las enormes diferencias. ¿Esto es suficiente? Claro que no. Apelo a la sabiduría sufriente del pueblo judío en estos temas. La lucha contra el olvido, por la verdad y la justicia no pueden tener fin. Como tantas veces hemos dicho, desde los principios de la no violencia, “no se puede dar vuelta una página que no existe”. Como el pueblo judío nos ha enseñado, como diría Yerushalmi, el antónimo del olvido es la justicia. Yo estoy de acuerdo con él.

 

No puedo ser neutral respecto a Israel.

 

P: ¿Cómo ves, a la distancia, el conflicto árabe –israelí?

 

R: En primer lugar, no puedo verlo a la distancia. Tengo amigos-hermanos en Israel que padecen, que sufren, y yo padezco y sufro con ellos. Yo no me siento “goy”, por eso tal vez peque de atrevido. Pero en todo caso, es el atrevimiento de la adhesión, del compromiso, como el de Wilson. Yo si estuviera en Israel militaría en el movimiento Paz Ahora, me comprometería políticamente en el “Campo de la Paz”, seguiría a personalidades como las de Amoz Oz.  Esto quiere decir que no soy neutral en la política israelí, y es de honestidad básica señalarlo desde el vamos. También debo decir que conozco en carne propia la amenaza del terror, la imprevisibilidad de la no razón, el dolor sin término de la persecución. Y tampoco en esto soy neutral. Sé y conozco los padecimientos de un pueblo asediado por el terror. Conozco ese terror por compartir la vida en un kibutz del Neguev, llamado “Nirim”, con mis hermanos Helen y Ruben. Por ellos, por sus hijos, por tantos hermanos-amigos, aspiro como ellos, como la inmensa mayoría del pueblo israelí, como tú, como tantos amigos judíos del Uruguay, a una paz justa y segura que asegure el futuro de dos patrias, Israel y Palestina. En paz y en solidaridad posibles, sin terror, a favor de la historia. ¿Será una quimera? Aunque me sobren razones para ser escéptico, no puedo pecar contra la esperanza, mucho menos en relación a la Tierra Santa de la mitad la humanidad.

 

P: Entiendo que ese “compartir la vida” no es sólo por esa amistad entrañable con Helen y Ruben, sino porque estuviste años atrás en Israel..

R: Efectivamente estuve una vez en Israel por 1985. Fue un viaje inolvidable. Recalamos con mi ex esposa precisamente en el kibutz Nirim, en el desierto del Neguev, allí muy cerca de la frontera con Gaza. Esos hermanos israelíes que tengo se llaman Helen Altman y Ruben Siltzer. Ellos perdieron una niña preciosa, de una enfermedad fulminante, que era Doron, que está enterrada en Israel. Tienen dos hijos más, que son unos soles. Con ellos recorrimos prácticamente todo Israel, incluyendo un pasaje inolvidable por Jerusalem. Fue una experiencia única y además, pude comprobar de cerca el compromiso de vida de los kibutzim. Sé que desde entonces hasta ahora han decaído mucho. Pero fue inolvidable y conmovedor experimentar esa forma de vida comunitaria, tan libre y tan ejemplar. Desde que Helen se fue hasta hoy, siempre, todo atentado en Israel, toda guerra, es para mí algo muy cercano, puedo compartir la inquietud de tantos judíos uruguayos con sus familiares en Israel. Ellos hace más de veinte años me introdujeron a la lectura de Amos Oz y de otros intelectuales israelíes, como Yerushalmi y tantos otros.

 

Con ellos pude participar en una manifestación del movimiento Paz Ahora por las calles de Jerusalén, que todavía recuerdo emocionado. Allí te juro que había una profunda y genuina vocación de paz, de no violencia, y estaba nutrida de dolor, pues muchos de quienes allí estaban tenían parientes muertos en guerra. Por eso creo saber algo y sobre todo creo hablar desde el corazón cuando hablo de Israel, a pesar de que en verdad fui una sola vez y hace tanto tiempo. Sentí cuando envuelve ese lugar, fue tal vez el viaje más conmovedor de mi vida. No sabes cuánto me gustaría volver. Recuerdo que cuando asesinaron a Rabin  no pude contener el llanto. De pronto porque intuí que era una bala certera, que mataba la gran esperanza de la paz para dos pueblos. De pronto porque ese homicidio lo había cometido un judío y ello me parecía que mataba aquellos hermosos ideales de mis hermanos Helen y Rubén, también aquellos relatos que mi padre de chico siempre me contaba de Israel y del milagro de los pioneros y de sus kibutz en el desierto. En fin, como ves recuerdos, nostalgias, sentimientos muy entrañables. Es como te dije, no me siento "goy", tal vez por ello a veces sea imprudente en mis dichos porque siento que lo que pasa en israel también me involucra directamente, no puedo ser neutral.  

 

P: Es muy hermoso todo lo que contás y emotiva la forma en que lo haces. Te agradezco infinitamente que lo compartas conmigo y a través de “Semanario Hebreo”, con los lectores todos. Ato cabos con lo de Wilson , con lo que empezamos. El sentía un gran amor y admiración por Israel. ¿Era algo que se podía captar claramente también fuera de los oídos judíos, especial y naturalmente receptivos a ello?

 

R: Claro que sí. Eso que pudo captar Wilson o que pude captar yo, es lo mismo que han podido captar muchos uruguayos, hermanos y compañeros de ruta de tantos judíos uruguayos o israelíes. Ya te lo he dicho, no me siento un “goy”, salvando las distancias gigantescas, como le ocurrió a Wilson, mis oídos son también judíos.

Ana Jerozolimski
Semanario Hebreo

Ir a índice de Periodismo

Ir a índice de Jerozolimski, Ana

Ir a página inicio

Ir a mapa del sitio