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En Iom Hashoá, recordando y mirando hacia adelante
"No queríamos contar para que nuestros hijos no crezcan con miedo"
"En Auschwitz, junto a mi hijo y otros oficiales de Tzahal, sentí mucho orgullo"
por Ana Jerozolimski

 
 

Yojeved Sarid (85), de Kvutzat Yavne, perdió en la Shoá a cuatro de sus ocho hermanos. Otro falleció en Siberia luego de la liberación. Quedaron con vida ella, un hermano y una hermana. Llegó a Israel en febrero de 1947 tras deambular un año y medio en Checoslovaquia, Austria e Italia al finalizar la Segunda Guerra Mundial. Los ingleses la expulsaron a Chipre y recién más tarde logró volver, instalándose en el kibutz en el que vive desde entonces. El Estado de Israel aún no había sido creado.

En el camino a la tierra de Israel conoció a Itzjak, originalmente de una zona de Polonia (hoy Ucrania) no lejana de la suya. Cuando se casaron, Yojeved tenía 20 años. Su esposo, también sobreviviente de la Shoá, fue el único de su familia en quedar con vida, por lo cual cambió su apellido por Sarid, que en hebreo significa remanente, vestigio.

"Formamos una hermosa familia", cuenta hoy Yojeved, que sigue hablando en plural aunque su esposo ya no está físicamente a su lado. "Tuvimos cuatro hijos, todos ellos formaron familia y hoy son ya 13 los nietos y 14 bisnietos... que Dios los guarde".

Cuando le comentamos cómo alcanzó tanto y casi no tiene arrugas, sonríe tímidamente y explica que "lo que pasa es que me encanta Israel y la vida aquí".
 

Yojeved, en el medio junto a sus cuatro hijos , todos sus nietos y bisnietos

 

Menos sonriente se pone cuando le preguntamos qué sabía su familia de lo que ella y su esposo vivieron durante la guerra. "Nosotros no contamos nada a nuestros hijos hasta que en el liceo de nuestra nieta mayor se organizaban para viajar con los alumnos a Polonia. Recién entonces comenzamos a relatar lo que habíamos pasado".

Y explica su lógica: "No queríamos criar a nuestros hijos con temores. Ya de por sí la situación en el país no era nada fácil. Nuestros hijos sabían que habíamos estado en la guerra, pero nunca contamos detalles. Temíamos que no nos entendieran. Y queríamos más que nada que crezcan como niños libres, sin pensar en la diáspora, en los peligros. Es que no sabíamos cómo podrían reaccionar y por eso pactamos con mi esposo que hasta que no estemos seguros que entenderían bien y hasta que ellos mismos no comenzaran a preguntar, entonces no contaríamos nada".

Yojeved se detiene por un instante y parece reflexionar. De inmediato, agrega: "De todos modos, pensábamos que nada de lo que contáramos alcanzaría para captar lo que eso fue. Aunque uno lea un millón de libros sobre la Shoá, aunque uno vea un millón de películas, no basta para entender. Yo estuve ocho meses en los bosques, en el invierno, en la nieve. Es difícil, casi imposible describirlo. Ahora estaba con un buzo y un saco y tenía frío.. y allí, en aquel entonces, durante semanas estuve sólo con el vestido que tenía puesto cuando logré escaparme..".

Su hija, Java Yodfat, recuerda claramente esta problemática de su niñez y adolescencia.

"La verdad es que es un dilema moral decidir si es mejor criar hijos compartiendo con ellos lo sucedido o callándolo", nos dice. "Claro que en casa siempre había de fondo un ambiente de tristeza, de carencia. Crecimos en un kibutz y nunca tuvimos abuelos de ninguna de las dos partes. En este sentido estábamos muy solos..Y crecimos sin saber nada..”.

“Recuerdo que de niña, cuando teníamos a veces que preparar trabajos sobre la familia, yo iba a hablar con mi mamá y le pedía que me diga el nombre de sus hermanos..y ella –la recuerdo parada frente a la pileta de la cocina lavando platos se ponía enseguida a llorar. Entonces yo le decía que está bien, que no hace falta… que no quiero saber”, rememora Java. ”Recuerdo que apenas empezábamos a preguntar algo, las lágrimas aparecían en los ojos. Así que nos daba miedo, no queríamos ver tristeza.. y nos alejábamos del tema. Sentíamos que nuestros padres tenían un secreto que era sólo de ellos y que no quieren compartirlo con nosotros ni transmitírnoslo. Nos decían explícitamente que querían que crezcamos como el resto de los niños en el kibutz. Que saben que todos los niños tienen abuelos y tíos y tías y nosotros no, pero que al menos querían garantizar que no crezcamos con todos esos horrores en nuestra mente".

 

Tras una ceremonia recordatoria en el Museo del Holocausto Yad Vashem en Jerusalem. Yojeved, en el medio.

A su izquierda, dos de sus nietas Jen y Neta. A su derecha su hija Java , su hijo menor Jaim y el primogénito Yehuda.

 

Al salir de una ceremonia recordatoria en Yad Vashem, Yojeved va acompañada de Java y dos de sus hijos varones, Yehuda (el mayor) y Jaim (el menor de los cuatro), además de dos de sus nietas. Ella habla y la observan y escuchan con lo que sentimos de inmediato como gran orgullo. "Dios quería que ganemos, que formemos una familia. Nuestros hijos aman al país, crecieron con amor a Israel, fueron oficiales en Tzahal, tengo nietos pilotos en la Fuerza Aérea..", dice ella satisfecha. "Yo creo que Dios quiso que quede alguien que pueda contar, que se formen nuevas familias y que quede claro que "am Israel jai", que el pueblo de Israel sigue vivo".

Y en el caso de la familia Sarid, se garantizó que siga vivo el recuerdo digno no sólo de su propia familia. Desde que el tema dejó de ser tabú en la casa, los hijos viajaron tres veces a Europa con los padres, a conocer los pueblos en los que habían vivido y recorrer el camino de la huída del padre. Erigieron un monumento recordatorio en el pueblo de la madre y otro, a cierta distancia, junto a lo que había sido la fosa de la muerte. Ambos los hicieron de lápidas del gran cementerio judío del lugar que había sido destruido por los ucranianos después de la guerra. Numerosas lápidas fueron usadas para pavimentar aceras. Al llegar al lugar y ver esa terrible situación, pagaron a un contratista local para que saque las lápidas de la calle y con ellas hicieron los monumentos.

"Nuestros padres lograron transmitirnos el amor por la vida y también el sentimiento de que hay que saber luchar para tener éxito", cuenta Java.". Es lo que está escrito en la matzeivá de mi padre".

"También nos transmitieron que la familia es sagrada, que hay que mantener la unión familiar y nada es más importante que eso. Estos mensajes, dado que no teníamos familia, nos los transmitían constantemente". Hoy está feliz de ver que lograron su objetivo. "Realmente creo que nuestra familia es maravillosa. Somos sumamente unidos. No pasa un día sin que hablemos todos con todos por lo menos una vez por día. Creo que todos logramos pasar esta conciencia a nuestros respectivos hijos. Los primos tienen todos entre ellos una excelente relación. El precepto "respetarás a tu padre y a tu madre" se mantiene en forma muy clara, siempre".

Preguntamos con cierta cautela a Java, la hija de Yojeved, si la familia que sus padres lograron formar es una forma de "venganza". "Es un tipo de venganza.. no sé si la única pero sí la más importante", responde. "Lograr formar una familia de las ruinas, es algo impresionante, más que nada cuando uno viene solo, cuando llegó de la nada. Es una venganza, una suerte, un agradecimiento.. todo junto".

Y al decirnos que ella y todos sus hermanos llevan nombres de parientes muy cercanos asesinados en la Shoá, Java agrega una frase estremecedora: "Yo llevo el nombre de mi abuela, y creo que si mis padres hubieran traído al mundo otros diez hijos habría suficientes nombres para darnos a todos, sólo de la familia más cercana que ellos perdieron".

Jana Tesler (88), que se halla en Israel desde 1946, antes de la creación del Estado, tiene muchos resúmenes para hacer. Recuerda las penurias de la Shoá y afirma que "la herida nunca sana" pero al mismo tiempo tiene muy presente lo que ha logrado hacer como persona libre y eso la llena de satisfacción, sabiendo que tiene 6 hijos (uno de ellos adoptado, lo cual también dice mucho sobre sus fuerzas en la vida), más de 20 nietos y 10 bisnietos.

Hace unos años viajó a Auschwitz junto a uno de sus hijos, Arie, que llegó al rango de Brigadier General en las Fuerzas de Defensa de Israel, a un sobrino (hijo de su hermana que también sobrevivió) que también ostenta el mismo rango militar y a otros 180 oficiales de Tzahal. "Siento que cerré un círculo. No sé si puedo hablar de venganza, no creo que exista venganza por lo que nos hicieron, pero sí sé del gran orgullo que sentí", nos explica. "De niña, allí, en la Shoá... pasé hambre y me sentí humillada... y ahora volví con mi hijo y mi sobrino, dos oficiales hermosos en cuerpo y alma, junto a otros 180 oficiales de las Fuerzas de Defensa de Israel. La sensación es tan diferente, diametralmente opuesta .. no puedo ni describirla".

Arie, su hijo, recuerda aquel viaje con mucha fuerza.

"Cuando fui a Auschwitz con mi madre, mi tía y mi primo sentí que tanto para ellas como para nosotros la experiencia fue sumamente potente. Comprendimos la impotencia con la que ellas tuvieron que lidiar, su imposibilidad de defenderse y de hacer casi nada por la situación en la que se hallaban, y lo pude comparar con la situación en la que yo crecí, no sólo por haber nacido en el Estado de Israel sino por el hecho que podía reaccionar, podía actuar para defenderme", explica. "Fue algo muy profundo y recién cuando estuve allí pude comprender cabalmente la diferencia entre las dos situaciones, entre la impotencia y la capacidad de ser responsable por el destino de uno mismo".

Ahora siente que capta lo que años atrás no todos comprendían. "En los últimos años hay mucha más apertura que antes para hablar sobre lo sucedido en el holocausto, pero cuando yo era más joven, es indudable que era mucho más difícil tratar el tema, tanto por lo duro que fue todo lo que mi madre pasó, como por el deseo de mis padres de convertirse en parte integral de la sociedad, sin estereotipos de sobrevivientes".

"Parte de las historias las conocemos de sus relatos" -agrega Arie. "Sabemos que cuando llegaron al país, los israelíes aquí nacidos, en los años 50 miraban a los sobrevivientes como quienes no lograron hacer nada para defenderse, se decía que habían ido como rebaños al cadalso. Se veía a los sobrevivientes como gente débil que no conseguía reaccionar. No se comprendía aún cómo es que eso pudo pasar, cómo tanta gente fue llevada a la muerte sin poder hacer nada. Sabemos hoy que mucha gente sí trató de reaccionar, que gente huyó a los bosques y quienes trataron de luchar". Hoy, el enfoque es distinto.

Jana prefiere no dar muchos detalles sobre lo que ella pasó en la Shoá. Al preguntársele al respecto opta por responder "lo que pasamos todos.. un gran sufrimiento", y luego especifica que toda su familia, salvo su hermana, murió en Auschwitz. Su padre y los seis hermanos que tenía, su madre y sus varios hermanos.. sus abuelos... todos asesinados.

Y luego, llegó la dificultad de lidiar con la nueva situación en Israel.

"Cuando llegamos, al principio, nos daba vergüenza lo que nos había pasado. Durante mucho tiempo no contamos nada. Los padres de los amigos de nuestros hijos eran oficiales en el ejército.. y ¿qué es lo que yo podía contar? ¿Que había pasado hambre?", comenta retóricamente. "Pero en determinado momento la situación empezó a cambiar, ante todo, porque mi segundo hijo se casó con una chica que también era hija de sobrevivientes de la Shoá, de los dos lados. Además, en las escuelas se empezó a hablar del tema, se interesaron y pidieron que vayamos a contar".

Pero Jana misma siente hasta hoy que le cuesta contar. "Mi hermana especialmente fue muy activa en eso, brindando conferencias sobre lo sucedido. Es muy personal. Mi hermana puede lidiar con eso. Yo no, no logro hacerlo, siento que la herida nunca sana. Cuando más se la toca, más duele".

Jana Tesler junto a uno de sus seis hijos, Arie, y dos de sus 20 nietos:
Shira (14) y Amit (20), hijo de Arie. "En aquellos años, no creí que tendría una familia".


Vemos a Jana junto a uno de sus hijos y a dos de sus nietos, uno de los cuales acaba de terminar curso de oficiales de paracaidistas en las Fuerzas de Defensa de Israel. Le preguntamos si en aquellos años oscuros pensó alguna vez que llegaría a la edad que tiene hoy, al frente de una familia tan grande.. Su respuesta es tajante. "Nunca lo pensé. No pensé que llegaría a esta edad y que tendría mi familia. Pensábamos que de allí no se sale, sabíamos que no se sale con vida, que morir era sólo cuestión de tiempo. Claro que luego lidiamos con otro tipo de dificultad... estar solas, sin saber adónde ir, qué hacer... Y eso siguió hasta que llegamos a Israel.." . Mira a sus dos nietos y dice: "Ahora ya me acostumbré, pero a veces me parece mentira que son míos".

Shira, de 13 años, una de las nietas, nos cuenta que es la primera vez que acompaña a su abuela a Yad Vashem y que le resultaba importante hacerlo. "Estoy orgullosa de que haya logrado sobrevivir. Es indescriptible lo que ella pasó. Sé que no todos los sobrevivientes consiguieron formar familias.. A nosotros nos da mucho orgullo que ella y su hermana lo hayan logrado".

Arie confirma que ese sentimiento no es exclusivo de la nieta. "Hoy veo en mi madre y mi tía a dos personas que lograron salir adelante y pasar esa época a pesar de todo por su deseo de vivir, por su astucia para conseguir comida, por su capacidad de escabullirse de todo tipo de peligros -y eran muchos. Creo que actuaron con mucho heroísmo al lograr mantenerse con vida".

 

Ana Jerozolimski

Semanario Hebreo

Nº 2573 - Año LII - Jueves 4 al 10 de Abril 2013 - 24 de Nisan de 5773

 

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