El editorial mas difícil que haya escrito

Perdonarán nuestros lectores que este editorial lo escriba yo en primera persona. Es que está dedicado a la memoria de papá. Y es por eso, que es el editorial más difícil que haya escrito jamás.

Ante todo, siento una profunda dicotomía entre lo que me dice el corazón y la realidad que sé que me rodea. ¿Cómo puedo sentir a papá tan vivo, tan entre nosotros, junto a mi en cada lado, si de hecho, ya no está? ¿Cómo puedo dedicar un editorial a su bendita memoria, tras su fallecimiento, si seguirá vivo por siempre en nuestras almas, si ahora mismo, en este preciso instante, seguramente nos acompaña y nos cuida?  Como sucede a menudo, es posible hallar al menos parte de la respuesta, en las fuentes judías, en los sabios libros que van más allá del tiempo. “Los justos son llamados vivos hasta en la muerte; los perversos son como muertos mientras viven”, dice el Talmud. Y papá, tal cual bien lo saben todos aquellos que tuvieron el privilegio de conocerlo personalmente, era un verdadero “justo”, un “tzadik” con todas las letras, de esos que “mueren en Shabat”, como murió él. 

Es muy duro asociarlo con la idea de la muerte, a él, que como dijo hace unos días un amigo personal que lo conoció hace muchos años, “era como una paloma, sin una gota de hiel”. Y por eso, lo seguiremos asociando siempre con la vida, con su sonrisa eterna, con su don de gente, su pureza de espíritu y su inagotable bondad para con los semejantes.  Numerosas fotos suyas adornan nuestra casa. Y allí está, desde los estantes, en el comedor y el escritorio, sonriendo ampliamente, como reflejo de su alma, de esa serenidad que irradiaba su rostro, como sólo puede hacerlo un ser humano digno de la Creación.

Porque todo lo que se ha escrito sobre él en los últimos días, a raíz de su muerte física, no es una colección de lindas palabras que se dicen ante el fallecimiento de alguien, especialmente si se trata de una personalidad conocida más allá de su ambiente familiar. Es la pura verdad. Imagino a papá preguntándonos a todos los que hemos escrito y hablado sobre él, por qué exageramos tanto y diciéndonos que nos “dejemos de embromar”. O haciendo esa expresión que tan bien describió uno de sus amigos, Santos Benasus -cuya hermosa carta aún no alcanzamos a responder, al igual que muchas otras de gente querida- contando que al despedirse de papá en Montevideo, previa partida a Israel en el mes de abril, le dijo que había sido un maestro para él. “Me miró con aquella expresión ofendida a la que recurría siempre ante cualquier elogio que su modestia se negaba a aceptar y me dijo que él no es maestro y que éramos javerim (amigos, compañeros) intentando ponerme en un plano similar al suyo, derrochando una vez más su generosidad intelectual frente a un amigo”.

Es por eso que siempre nos pareció tan singular, porque era un verdadero gigante, cuya dimensión se agrandó siempre por el hecho que paralelamente a su gran sabiduría en una impresionante diversidad de temas, a su memoria prodigiosa y a su inteligente dominio de la realidad que le rodeaba, le caracterizaba también una profunda y auténtica sencillez. Y en este sentido, recordamos una frase del estudioso judeo-español Abraham Ben Meir Ibn-Ezra (1097-1162), sobre el significado de la vida humana: “Los años del hombre son sueños. Unicamente la muerte puede revelar su significado”.   Pero hay sin duda lo que aclarar, si trato de analizarla en relación a la vida y muerte física de papá.

En primer término, los años que vivió pueden ser interpretados como sueños, no en el sentido de algo irreal que se mantiene siempre en el nivel de lo irrealizable, sino en lo relacionado al idealismo que guiaba sus días. Papá era un soñador con los pies sobre la tierra, decidido a crear, con su vida misma, las bases para que los sueños lleguen a cumplirse. Claro que él no podía ni habría podido nunca, aunque hubiese vivido todo lo que le faltaba hasta los 120, concretar las ansias de un presente y un futuro mejores en la tierra de sus antepasados, de una muy buscada y aún no lograda paz entre israelíes y árabes, de un profundo deseo de mayor comprensión entre las religiones del planeta, de una vida digna , sin penurias ni carencias y una mayor justicia social -tema que le preocupaba profundamente- en la  tierra que lo recibió desde pequeño y que él sentía suya, su querido Uruguay.

Pero su comportamiento daba a entender que creía en la realización de los sueños, porque sacó el Semanario Hebreo y dirigió durante más de cuatro décadas Voz de Sion en el Uruguay, contra viento y marea, a pulmón, en medio de la adversidad y de las serias dificultades sobre las que más de una vez, tras serias dudas y decepciones, se animó inclusive a escribir en esta página editorial. Y seguía adelante porque estaba convencido, siempre lo estuvo, de lo que hacía y de lo que debe hacer.

Al mismo tiempo, ya que de sueños escribimos, se comportaba como un verdadero demócrata, no sólo por su certeza  acerca de que la única forma válida de cambiar realidades es mediante la palabra y el diálogo directo, sino porque en Semanario Hebreo también entrevistó a quienes sabía de antemano que discreparían con él, a quienes presentaban una línea diferente a la central que él defendía, por ejemplo, en relación al conflicto árabe-israelí y la causa del Estado judío.

En Semanario Hebreo fueron publicadas y en Voz de Sion transmitidas  entrevistas con figuras de la derecha y la izquierda israelí, con diputados árabes, con comunistas y conservadores, con diputados nacionales que habían criticado a Israel. La única condición era que la democracia sea aceptada por las dos partes y que el “otro”, aceptara dialogar, intercambiar ideas, discutir.

Porque a papá le interesaba entrevistar, aprender, enriquecerse continuamente con las experiencias de quienes reporteaba, dado que siempre tenía la humildad de reconocer que todos tenemos aún mucho por aprender de otros. Pero más que nada, le apasionaba debatir, intercambiar ideas, explicar. No era por tratar de convencer -aunque tal era su pasión en ciertos temas, que sin duda abría a su “contrincante” en el diálogo un mundo nuevo de argumentos que seguramente el otro desconocía- sino más que nada, por explicar y esclarecer. Por eso, porque estaba convencido de lo que defendía, porque nunca habría discutido sin conocimiento de causa y porque respetaba por sobre todo a sus semejantes, jamás iba a esquivar un debate ni iba a dejar ofendido a su interlocutor, sabiendo a veces de antemano sin embargo, que se embarcaba en misiones nada fáciles.

Esto, en cuanto a los sueños de su vida. Y en cuanto a la segunda parte de la frase de Ibn Ezra, sobre el significado de la vida que únicamente la muerte puede revelar, es indudable que el tiempo y la perspectiva que éste hace posible, enseña cosas de otro modo difíciles de captar. Pero afortunadamente, la grandeza de espíritu de papá, se captaba de inmediato, al conocerle, al tener aunque más no sea un contacto rápido y pasajero con él. Dejaba su sello en quien le veía . Anteayer, en Jerusalem, me encontré con una persona -una joven israelí- que lo había visto hace muchos años. Se había enterado por terceros de su fallecimiento. “¿Lo recuerdas?”- le pregunté. Ella, que no lo veía a papá desde hace por lo menos doce años, me miró extrañada y respondió: “Uno no se olvida nunca de una persona así”.

Y ahora, que yo ya pensaba que iba a poder escribir este editorial casi como una profesional, sin mojar el teclado -antes era el papel- con mis lágrimas, veo que es imposible cumplirlo. Porque yo tampoco podré olvidarlo jamás. Ni quiero.

Mucho pensé en los últimos días sobre este editorial. Si papá lo hubiera tenido que escribir, habría sido garantía de la palabra adecuada en el momento justo. Al igual que los saludos a conocidos, amigos, a gente de la calle con la que a veces tenía sólo un contacto superficial. Siempre la palabra exacta y más hermosa posible, a cada uno. Pero ahora estoy escribiendo yo sobre papá y es tanto lo que quisiera decirle, lo que quisiera que todos nuestros lectores sepan sobre él, que temo no escribir a la altura correspondiente a su bendita memoria. Seguramente sabrán ustedes perdonar.

Y antes de terminar, una imprescindible aclaración. Desde el fallecimiento de papá, recibimos numerosos y sentidos mensajes de dolor de diferentes personas, que espero tengan noción de lo bien que nos ha hecho a todos en la familia su apoyo. En algunos de ellos -o en comentarios de gente que nos ha llamado- se repitió a menudo la frase que “murió en Jerusalem, como quería”. No creo que papá haya pensado jamás en su muerte. Nunca tocamos el tema con él. Pero de lo que todos tenemos certeza es de que al llegar el momento en que decidió venir a Jerusalem para estar cerca de sus hijos y nietos que aquí vivimos -tras haber compartido con felicidad tres décadas junto a Sarita, que siempre fue para él “la chiquita”- lo que quería era vivir. El siempre miraba hacia adelante, aunque era muy consciente de su pasado, a nivel personal y nacional. Y vivía, de hecho, honrando constantemente su presente. Tal como dice el libro judío del Zohar: “El hombre debe vivir de tal forma que al finalizar cada jornada, pueda repetir: “No he desperdiciado mi día”.

Ana Jerozolimski
Editorial Semanario Hebreo

11 de agosto de 2004

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