El dolor no puede justificar cualquier cosa

Ana Jerozolimski

En nuestros últimos números, dedicamos una amplia cobertura a la evacuación de los asentamientos israelíes en la Franja de Gaza y el norte de Cisjordania. Destacamos el desgarramiento interno, los momentos difíciles vividos y la angustia de los desalojados. No nos retractamos del énfasis que pusimos en el dolor, porque tiene sus serias razones y es auténtico.

Pero ese dolor, no puede justificar cualquier cosa.

En uno de los primeros asentamientos desalojados, Kerem Atzmona, comenzó el horror.

Sus habitantes, conscientes por supuesto de que deberían irse, se habían preparado para el duro momento. Pero los preparativos no fueron sólo armar sus bolsos y desarmar sus casas. Sus preparativos incluyeron también un acto de inaceptable irresponsabilidad. Cuando se abrieron las puertas y los civiles comenzaron a salir, un grupo de niños llorando iba al frente. Todos, tal cual les habían indicado evidentemente sus padres, caminaban con las manos en alto, como quien se está rindiendo y ya no tiene cómo defenderse. Todos, ellos y los adultos que les acompañaban, llevaban cosida sobre sus ropas, una Estrella de David de color naranja, el color adoptado por la lucha contra la retirada como su distintivo.

Admitimos que escribir estas líneas no nos resulta fácil. Rememoramos esas escenas en Kerem Atzmona y recordamos los muchos otros israelíes evacuados a quienes vimos con ese Maguen David adherido a sus camisas, algunos con la palabra "expulsado" escrita en el medio y otros con la palabra "colono", y tenemos que contenernos para escribir con cordura. Porque está claro qué paralelo intentaban hacer todos aquellos que se colocaban ese agregado a sus ropas. Está claro qué imagen querían crear: la de los judíos llevados al cadalso por la bestia nazi, la de los judíos con la Estrella de David amarilla impuesta por Hitler para que se les pueda distinguir fácilmente en todos lados. Exactamente como en aquella famosa foto del niño judío con las manos levantadas, ante la presencia de soldados nazis.

Y es una imagen irresponsable. Es un paralelo inaceptable, que linda además, con una profunda ignorancia.

Creemos que es imposible discutir que para los evacuados, más allá de discusiones políticas sobre lo positivo o negativo del plan israelí-algo sobre lo cual es legítimo polemizar- la salida de sus casas, que les fue impuesta, es una verdadera tragedia. Se sienten traicionados por el Estado, especialmente por un Primer Ministro al que en su mayoría votaron para el cargo, no comprenden la medida y no aceptan ser arrancados de raíz. Hay casos de familias de tres generaciones nacidas en los asentamientos hoy en proceso de destrucción. Es natural que protesten y que hayan intentado combatir el plan.

Pero entre eso y la comparación con el Holocausto y los crímenes nazis, hay años luz.

Todos aquellos que incurrieron en este tipo de protesta, deshonraron la memoria de los seis millones asesinados durante el Holocausto.

La retirada de Gaza, por más discusión que conlleve, fue una decisión adoptada por las instituciones democráticas del libre Estado de Israel, por su gobierno y la Kneset. Era legítima la exigencia de los opositores al plan, que antes de poner en práctica una medida tan drástica -dado que era diferente a declaraciones anteriores del Primer Ministro Ariel Sharon- se llame a un plebiscito. Pero aún si eso habría calmado en parte a algunos de los opositores, el implementar el plan sin ese recurso de volver a preguntar a la ciudadanía no fue un paso ilegal.

Hace mucho más de un año que se sabe del plan en forma avanzada y detallada. Desde el 11 de junio del 2004, fecha en la que fue promulgada la ley "Pinui-Pitsui"- o sea "Evacuación-Indemnización", se sabe con exactitud cuáles son los parámetros de indemnizaciones para todos aquellos que sean obligados a salir de los asentamientos incluidos en el plan. En general, nadie recibe menos de 200.000 dólares, aunque las sumas varían dependiendo de los años de residencia en el lugar evacuado, del tamaño de la casa, del sitio de trabajo y demás. Desde hace tiempo que se exhorta a la gente a contactarse con SELA, el ente creado para hallar solución alternativa de vivienda a los desalojados. Si bien parece cierto que muchas de las quejas sobre la falta de organización y eficiencia de sus funcionarios están justificadas -lo cual equivale a que hay problemas concretos aún no solucionados-, el hecho es que hace mucho se dio a la gente las herramientas necesarias para tratar de organizar su vida después.

Otra actitud condenable, en la que queremos detenernos hoy, es el uso de los niños que fue especialmente evidente en la campaña contra la retirada y en los actos mismos en el terreno, cuando ya había comenzado el operativo de evacuación.

Claro está que los niños son parte de la vida que viven con sus padres y de la realidad que les afecta también a ellos. Pero cuando el rabino Gadi Ben-Zimra -que no vive en uno de los asentamientos evacuados - tomó a una niña en sus manos-no sabemos si es su hija o no- y gritando furioso la sacudía ante los ojos de un oficial, diciéndole "¡¿Quieres sacarla de su casa?!

¡Llévatela! ¡Llévatela!", hasta resulta difícil decidir qué elemento de su protesta condenar primero. ¿Agregar otro trauma a la niña, para convencerla de que es víctima del mal? ¿Usarla ante las cámaras? ¿Determinar a los oídos de la niña una dinámica en la que se presenta a las Fuerzas de Defensa de Israel como el enemigo del pueblo?

Fueron numerosas las escenas que vimos de padres que colocaban a sus hijos, a veces de meses, en medio de la polémica, exigiendo a los soldados y policías que "los miren a los ojos" y les expliquen. Y no como el terrible caso de Limor Har Melej, del asentamiento Jomesh, cuyo esposo Shuli fue asesinado en el lugar hace dos años por balazos palestinos, dando ella a luz al bebé que llevaba en su vientre, horas después, mientras estaba herida. Shuli, ya herido, se tiró sobre su joven esposa para protegerla y pagó con su vida. Días atrás, en Jomesh, la vimos caminando llorando entre los soldados que habían entrado al lugar, contándoles su historia y preguntándoles qué le dirá a su hijo, el bebé que nació el mismo día de la muerte de su padre, que veía en Jomesh su casa. Eso, es otra cosa.

Pero oír a los jovencitos y niños, escuchar el tono en el que hablaban a veces a los soldados, nos revolvía el estómago y nos hervía la sangre. Todos repetían las mismas frases y era evidente que les habían indicado claramente en sus casas qué decir. Y cuando en Jomesh, mientras soldados aguardaban para entrar a una casa, vimos a un joven padre incitando a su hija de no más de cuatro años a gritarles "¡sucios, váyanse!", lamentamos estar en el lugar en el rol de cronista que cubre y debe transmitir los testimonios de todos, sin tomar partido por nadie.

Pero hoy aquí, amparándonos en la cierta libertad que nos da esta página editorial, aunque debe existir siempre el límite del respeto en la forma de escribir, podemos sí opinar. Y al recordar esas imágenes, del Maguen David naranja y las manos en alto en Kerem Atzmona o los insultos en los que ese padre en Jomesh educaba a su hija respecto a los soldados de Tzáhal, se nos va el respeto. El sufrimiento de los evacuados, de los adultos y niños por igual, es sin duda inconmensurable. Pero como opinamos antes, no justifica todo. No puede justificarlo.

Ana Jerozolimski
Editorial Semanario Hebreo

1 de setiembre de 2005

Ir a índice de Crónica

Ir a índice de Jerozolimski, Ana

Ir a página inicio

Ir a mapa del sitio