Cuatro años de intifada: muchas lecciones por aprender

Hace cuatro años, al estallar la intifada palestina contra Israel, podía parecer en un primer momento lo que los palestinos alegan hasta hoy que es, un levantamiento popular. Pero muy rápidamente quedó claro que no es un pueblo desesperado el que "se rebela" dolorido, sino una serie de bandas terroristas, que a veces con apoyo oficial directo y activo y otras, al menos con su vista gorda, se lanzaba a atacar a la población civil israelí. Lo que se levantó en armas, no fue un pueblo oprimido que no tenía otra vía de acción, sino el terrorismo que prefería la violencia y la sangre para lograr sus objetivos, en lugar del camino de la negociación que ya le había sido ofrecido. Y nuestros lectores, que siguen esta página editorial, bien saben que esta distinción que hoy hacemos entre ambas cosas, no se asemeja siquiera a una ceguera ante el sufrimiento del pueblo palestino ni pretende decir que aquí, todo está bien.
Años atrás, antes de la intifada, alguien grabó a Yasser Arafat pronunciando un discurso en una mezquita de Sudáfrica, hablando en favor de la "jihad", guerra santa, por lo cual muchos le criticaron en Israel, dado que era plena época del proceso de paz. Si mal no recordamos, estaba con vida todavía el entonces Primer Ministro Itzjak Rabin, al que Arafat hasta ahora llama "mi socio en la paz de los valientes". Arafat, que siempre procuró pronunciar ante cada público el discurso apropiado, aunque haya claras contradicciones de fondo entre uno y otro, rechazó los ataques, diciendo que para los musulmanes, el término "jihad" no es sólo guerra santa en el sentido que le da Occidente, sino también sinónimo de gran esfuerzo personal, de un intento de elevarse por sobre las dificultades diarias.
Pues esa es la única "jihad" que deberían lanzar los palestinos, si es que es cierta esa interpretación hábilmente manejada por Arafat. ¿Por qué? Porque el que los palestinos vivan en una situación difícil -y ello es un hecho irrefutable, independientemente de la posición política que cada uno tenga- no significa que su violencia esté justificada. Y no lo está, porque tenían alternativa. Es más: tenían una seria propuesta de paz, la que le presentara en julio del 2000, el entonces Primer Ministro el laborista Ehud Barak, en la cumbre de Camp David. Era legítimo desde su punto de vista, considerarla insuficiente e inaceptable, aunque no tenía precedente alguno, pero no era legítimo a nuestro criterio, que esa propuesta -que incluía hasta la división de Jerusalem- sea vista como justificativo para lanzarse a la violencia de la intifada. Menos que menos una violencia que incluyó ataques mortales sangrientos en medio de concentraciones civiles, en los que hombres y mujeres, ancianos, mujeres y niños, se convirtieron en blancos humanos en ómnibus, paradas de trenes, caminando en la calle, en supermercados, cafés, restaurantes y discotecas. Hubo un plan, meses atrás, de llegar a una escuela de Yoqneam, pero fueron detenidos a tiempo. Y ayer, cuando todo el pueblo de Israel se preparaba para el comienzo de la festividad de Sucot, un cohete Qassam disparado por Hamas desde la zona de Bet Hanun al norte de la Franja de Gaza, hizo impacto directo en la ciudad de Sderot en el desierto del Neguev, dentro del territorio de Israel, matando a un bebé y un ni o que jugaban en la calle, hiriendo a otros 22 civiles, uno de ellos de gravedad.
Hoy en día, la situación de los palestinos es mucho peor que la que existía al estallar la intifada. Evidentemente también en ese momento, hace cuatro años, había problemas. Y muchos. Pero el recurrir a la violencia no hizo menos que agravarlos seriamente. Los problemas derivados de la presencia militar israelí, la ocupación, en parte de los territorios palestinos, habían comenzado a resolverse. El hecho es que Israel se había comenzado a retirar, producto de un proceso negociador que escondía riesgos, pero que fue elegido como única vía posible de solución, porque la alternativa, era la violencia, que bien sabemos a nada conduce.
El hecho que los palestinos ya tenían en su poder los 2/3 de la Franja de Gaza y el 40% de Cisjordania. Y las negociaciones continuaban. Un gobierno israelí había dado a los palestinos lo que otros gobernantes en la zona jamás habían soñado darles: un camino que conduciría a su vida independiente. Ni sus hermanos árabes se lo dieron, durante los 19 años en los que los territorios ocupados en 1967 por Israel, estuvieron en sus manos. Ni Jordania dio independencia a los palestinos entre 1948 y 1967, cuando era el poder ocupante en Cisjordania, ni Egipto lo hizo, en el mismo lapso, en la Franja de Gaza. Con Israel, a raíz del proceso de paz, las cosas habían comenzado a cambiar. 
La intifada, que obligó a Israel a tomar medidas para defenderse del fenómeno de los atentados suicidas contra su población civil -atentados que habían empezado ya años antes, pero que se convirtieron en uno de los más cruentos símbolos de estos a os- trajo aparejado un gran sufrimiento para el pueblo israelí, pero también para el pueblo palestino. Se podría haber evitado. Y al parecer, los propios palestinos han empezado a comprender que la violencia de la intifada, les hizo mal. Y no sólo porque con esa violencia obligaron a Israel a retomar posiciones que ya estaban bajo control palestino, sino porque la nueva situación trajo aparejado, inevitablemente, un deterioro económico, con su consiguiente aumento del desempleo, lo cual aumentó la pobreza y el sufrimiento de la población civil palestina.
A ello se sumó la problemática interna en la Autoridad Nacional Palestina, cuyo jefe máximo, Yasser Arafat, encabezó repetidamente coros con delegaciones que le visitaban en su cuartel general en Ramallah, cantando con sus huéspedes, inclusive niños de corta edad, slogans tétricos sobre "decenas de miles de suicidas marcharán hacia Jerusalem", creando así un ambiente que daba legitimidad a los atentados suicidas. ¿También sobre esto aclarará alguna vez que no se le interpretó y que de hecho la palabra "shuhadá" (mártires en árabe) significa luchadores por la paz? 
La intifada no ha logrado solucionar los problemas palestinos y alcanzar los objetivos planteados. En lugar de obligar a Israel a transar en cosas que los palestinos exigían, el uso de la fuerza ha colocado a los propios palestinos en una situación precaria, sin que la sociedad israelí se desmorone. "Hemos ganado" - dijo el año pasado el Comandante en Jefe del Ejército israelí, Teniente General Moshe Yaalon. "Se apresuró demasiado" - comentaron algunos observadores políticos tras un nuevo atentado suicida con numerosas víctimas civiles israelíes Pero otros aclararon: "la victoria a la que él hacía referencia, radica en el hecho que a pesar del terrorismo casi diario, la sociedad israelí no se desmoronó sino que siguió adelante, cuando parecía a punto de sucumbir". 
"Por la fuerza no conseguirán nada" - afirman los israelíes, aunque no pocos, en la izquierda y la derecha, consideran que el plan de separación israelí y retirada de la Franja de Gaza, es producto del creciente terrorismo en Gaza, lo cual podría ser visto como una victoria para los grupos radicales palestinos. Oficialmente, Israel lo desmiente y el Premier Ariel Sharon sostiene que decidió salir de Gaza, al comprender que eso es lo mejor para la situación de Israel. Pero más allá de la explicación exacta de los pormenores del plan de separación, cabe esperar que también Israel tenga claro hoy, que la solución militar no existe. Lo mencionamos, sin olvidar que Israel probó la negociación y formuló propuestas conciliadoras, a las que no obtuvo respuesta positiva. Pero con el fracaso de Camp David hace más de cuatro años y de la vía negociadora con los palestinos, no se puede dar el tema por terminado.
Las recientes declaraciones del Premier Sharon, dando a entender que con su plan de separación la intención es de hecho sustituir el plan de paz conocido como la "hoja de ruta" y no apoyarlo, nos parecen inoportunas. Es cierto que los palestinos no han hecho nada de lo exigido en ese plan, que tiene como primer punto, categóricamente, la necesidad de desmantelar la infraestructura armada de los grupos terroristas. Pero también Israel tiene lo suyo por cumplir, por ejemplo evacuando puestos ilegalmente construidos en Cisjordania, lo cual casi no ha hecho. 
A pesar de los fracasos, las decepciones de intentos anteriores y el verdadero desencanto con los negociadores palestinos, Israel no debe cerrar la puerta a la posibilidad de un nuevo diálogo. Porque los últimos cuatro años, no sólo deberían haber mostrado a los palestinos que por la violencia no llegarán a nada, sino que también deberían haber mostrado a Israel que no hay una solución militar al conflicto. La fuerza debe servir para combatir el terrorismo, pero debe ir acompañada de un esfuerzo negociador, de una disposición a tratar nuevamente de dialogar. 
Y aunque se lo ha intentado repetidamente en el transcurso de los últimos cuatro años, se debería seguir buscando la forma de aplicar las medidas de seguridad inevitables en la lucha anti-terrorista, causando el menor da o posible a la población civil palestina, de modo que no pague el precio por los crímenes de sus connacionales armados. Claro está que eso, sin la ayuda palestina, es imposible hacerlo de forma realmente exitosa, ya que los terroristas se mezclan entre los civiles, intentan pasar por los mismos puestos de control que sirven a los trabajadores inocentes y disparan desde áreas civiles. En eso, Israel queda atrapado en una trampa bien armada por los terroristas, a los que poco les importa el bienestar de su pueblo, por más que hablen de "liberación nacional". 
Lo que sí está totalmente al alcance de Israel, es tratar con cuidadoso respeto a todos los civiles palestinos que pasan diariamente por sus retenes y barreras de control. La alerta y la guardia con las que Israel debe tener los ojos bien abiertos para reconocer cuándo se mezcla entre esos civiles un terrorista cargado de explosivos, no deben desaparecer. Pero junto a esos ojos bien abiertos, debe haber siempre una mente despierta y un corazón sensible que comprenda la importancia de ese respeto escrupuloso que debe darse a la población civil. Es verdad que los soldados son jóvenes, que están cansados, que lidian diariamente con grandes amenazas y que los terroristas no vienen con un cartelito colgado "tengo una bomba", sino tratando de hacerse pasar por civiles inocentes. Pero eso no puede librar a Israel de su responsabilidad.
La generalidad de los soldados, lo comprende y lo cumple. Son las excepciones, aunque pocas en el total, las que manchan al resto. Pero no se debe mirar con ligereza a esas excepciones, sino erradicarlas , arrancarlas de raíz. Sin excepción. La gente puede ser tratada con firmeza -porque de esos civiles también se valen los extremistas- pero nunca se les debe humillar. Ante todo, porque está mal. Así de simple. Y además, porque ello nada aporta a la seguridad de Israel. 
Y por último -aunque también importante- porque con ellos se deberá, eventualmente, hacer la paz. Los acuerdos políticos, que hoy de todos modos parecen muy lejanos, son inevitables para hablar de paz, pero de nada servirán, nunca, si los pueblos no se entienden. Claro que lamentablemente, parece faltar mucho para que sea relevante hablar de eso. Israel tiene que ir haciendo su parte, desde ahora, para preparar el terreno.

Ana Jerozolimski
Editorial Semanario Hebreo

9 de abril de 2004

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