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Kitsch: fenomenología de lo cursi
 

Pseudoarte pretencioso, pasado de moda, vulgar o de mal gusto
Gustavo Iribarne
gusiribarne@yahoo.com
 

La palabra kitsch viene a ser el término sofisticado de lo cursi, cuya etimología ­según algunos­ viene del término alemán yiddish etwas verkitschen y se identifica como la copia de un estilo artístico. Al parecer, el vocablo surgió en Munich en 1860 y se utilizaba para referirse a bocetos baratos de fácil comercialización (aunque otros señalan que la referencia viene del inglés (sketch) que significa "baratija" o "bagatela".

Según Ludwig Giesz en “Fenomenología del kitsch”, el tópico derivó de kitschen, que en dialecto significaba algo así como retocar muebles nuevos para que tuvieran apariencia de antiguos, reciclado que convierte al objeto en algo carente de autenticidad y fraudulento. En un sentido más amplio, kitsch se refiere al pseudoarte pretencioso, pasado de moda, vulgar o de mal gusto. Una corriente pensada para los nuevos ricos que pretendían reproducir el status de la aristocracia y que, en definitiva, apelaba a la identificación del cliente consumidor

 antes que a la realización de una obra genuina. La idea, en principio, estaba vinculada al territorio de la pintura pero su concepto inicial de arte no logrado, o ” en borrador”, ahora comprende un abanico pluralísimo que puede traspasar las fronteras de lo artístico.

Una aproximación esquemática podría definir lo kitsch como redundante; el componente exagerado y/o reiterativo que rompe los ojos. (El filósofo Theodor W. Adorno calificó al kitsch como parodia de la auténtica catarsis). Lo kitsch busca una repercusión de sentimentalina barata apelando directamente a lo emocional y también supone la idea de lugar común, falsedad, cosa trillada, melosa y falta de originalidad.

(Como se advierte, son juicios de alto contenido subjetivo pero uno puede hacerse una idea escuchando lejanas canciones de Palito Ortega u observando flores de plástico, termómetros con forma de llave para colgar en la pared, imitaciones de obras de arte convertidas en souvenirs para turistas o algún culebrón venezolano). El diccionario define kitsch como “…todo lo que no es genuinamente sentimental o artísticamente auténtico”; algo “aparente, superficial, diseñado para tener una demanda de gusto popular”. En resumen, un producto edulcorado, empalagoso y sentimentaloide que algunos críticos definen como “basura artística” o “arte chatarra”.

Sin embargo, existe otra proyección donde el trato que se otorga a determinada cosa y/o concepto (o la manera de explotarlo) también puede generar una corriente plena de cursilería hasta la médula. Un objeto puede ser implícitamente kitsch o adquirir ese valor a nivel contextual. Lo kitsch ya no se refiere sólo al arte sino que puede estar referido a cualquier manifestación del ser humano, como la cholulez, el patrioterismo exacerbado o la religión, entre otras opciones. (Muchos afirman que ahora tiene mayor peso en lo ético que en lo estético). Hay kitsch para todos los gustos. En una lejana nota redactada por Hugo Fontana en las páginas de este diario (“Vida y pasión del kitsch”), se señalaba que el fenómeno podía instalarse hasta en la política.

En aquel momento se citaba a Kundera (“La insoportable levedad del ser”), quien criticaba ciertos aspectos formales de la parafernalia partidaria europea y los calificaba como inequívocamente kitsch. El célebre escritor llegó a afirmar que “en el reino del kitsch se ejerce la dictadura del corazón” y resulta “el ideal estético de todos los movimientos políticos ya que designa la actitud de aquello que quiere gustar a cualquier precio”.

Para gustar, hace falta confirmar lo que todo el mundo quiere entender. “El kitsch es la traducción de la necedad de las ideas aprobadas en el lenguaje de la (supuesta) belleza y la emoción”. Parafraseando esa iniciativa, Fontana comparaba el tratamiento periodístico que se le ha dado al Maracanazo (aquellos laureles épicos de hace más de medio siglo) con esos tropezones cursis y rimbombantes. En nuestro paisito (¿diminutivo cursi?) ­según la nota citada­ también surgían otros casos emblemáticos que podían llegar a transformarse en cursilongos según la manera en que se los utiliza (¿o manosea?). De esta manera aparecían tópicos como el sobretodo del Pepe Batlle, la garra charrúa y el poncho de Aparicio Saravia que terminaban contaminados por una sobrecuota nostalgiosa, hiper-idealizada y definitivamente kitsch.

Cabría preguntarse si, hoy por hoy, pueden aparecer otras opciones que admitan el calificativo de cursi ­ kitsch local. ¿Acaso las sobrevaloradas propiedades del mate? ¿Quizá la basura mediática de “Intrusos”? ¿”La coreografía carnavalera de los parodistas? ¿Los enanitos de jardín? ¿Abdala, el soldadito turco? ¿Los superpanchos de los carritos? ¿Los CD truchos que venden en la feria? ¿La garrapiñada? ¿La bijouterie china que inunda nuestros stands? ¿”Pare de sufrir”? ¿Los locales retro decadentes de algunas galerías de 18 de Julio? ¿Los piqueteros? ¿Los 0900 de tarot, sexo, etcétera? ¿El elefantito con un billete enrrollado en la trompa? Si lo desea, el lector puede seguir haciendo su propia lista.

 

Gustavo Iribarne
gusiribarne@yahoo.com

 

Diario "La República" (Montevideo, Uruguay) http://www.lr21.com.uy/ - 23 de mayo de 2007
Link:
http://www.lr21.com.uy/cultura/259168-pseudoarte-pretencioso-pasado-de-moda-vulgar-o-de-mal-gusto

Se toma el texto y se le agrega imagen. Editor de Letras Uruguay, Twitter:  @echinope

 

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