A lo mejor uno se vuelve más exigente con el tiempo. Quizás también sea la colisión de comparaciones odiosas (pero inconscientes) entre tantas películas vistas por quien suscribe. El caso, en definitiva, es que -nuevamente- el panorama cinematográfico del año que cierra impresiona como acotado a nivel cualitativo.

Por suerte, “Manchester junto al mar” de Kenneth Lonergan supo renovar cierta expectativa a través de una producción impecable sobre el tema de pérdidas irreparables que, en este caso, no se simplificó con esos finales de esperanzadora artificialidad. Mientras tanto, Ken Loach volvió a demostrar que es uno de los grandes con “Yo, Daniel Blake”[1], impactante historia sobre obrero que debe jubilarse por razones de salud y el estado le pone laberínticas trabas informáticas. Un filme austero y brillante, sin dudas.

También cabe rememorar a “Hell or high water” de David Mackenzie, que aquí se conoció bajo la libérrima traducción de “Nada que perder”, un western urbano cortado a machete que contaba la historia delictiva de dos hermanos bajo el ominoso sol de Texas. Un verdadero plato fuerte con una actuación de Jeff Bridges -como policía que perseguía a los asaltantes- para alquilar balcones.

No menos cruda resultó la película “Viento salvaje” de Taylor Sheridan[2], que cambiaba el bochornoso calor texano por una congelada reserva indígena de Wyoming para consolidar otra suerte de western oscuro y desolador. Con tacto de orfebre, Sheridan logró una tensión gradual y exasperante en base a la trama de una violación y asesinato que traducía la descarnada bestialidad colectiva en medio de la nada. Impresionante.

Y ya que hablamos de crudeza bestial, no podemos omitir la negrísima realización “El otro hermano”[3] de Adrián Caetano. Un policial sin filtro y perturbador que contó con la presencia actoral de Daniel Hendler y un espectacular Leonardo Sbaraglia en un trabajo que -quizás- podría considerarse la mejor interpretación de su carrera fílmica. La mezquindad sin maquillajes.

Cambiando de latitudes, el cineasta iraní Asghar Farhadi con “El viajante” propuso una radiografía social a partir del ataque de una mujer y todo el conflicto que -como progresiva bola de nieve- derrapó en tópicos de vergüenza, humillación y venganza. En el fondo, otra denuncia bastante explícita sobre un sistema patriarcal reaccionario bastante difícil de asimilar para culturas diferentes. Dejando de lado tonos minimalistas como el citado, Christopher Nolan construyó un demoledor relato épico con “Dunkerke”. Esa épica -sin embargo- mostró la otra cara de todo conflicto armado.

A partir de la histórica encerrona de unos cuatrocientos mil soldados asediados por los nazis en la costa francesa, Nolan diseñó esa faceta de miedo aterrador donde la heroicidad, salvo honrosas excepciones, se resquebrajaba sin tapujos. Mención aparte mereció esa capacidad de sumergirnos en la batalla, haciéndonos sentir como si estuviéramos en medio de dicha carnicería atroz. Uno de los mejores filmes bélicos de la historia del cine, salvo mejor opinión.

De la espantosa guerra podemos pasar ahora a la singular belleza que nos brindaron Dorota Kobiela y Hugh Welchman con “Loving Vincent”[4]. Un cautivante experimento audiovisual sobre la muerte de Vincent van Gogh, plasmado con la técnica de pintura al óleo sobre cada fotograma, que supuso un placer fascinante para el auditorio. Placer que se disfrutó de principio a fin, por cierto. El espectador uruguayo también tuvo la oportunidad de acceder a uno de los filmes más importantes que se hayan rodado en nuestro país.

Es que “Ojos de madera”[5] de Roberto Suárez y Germán Tejeira resultó una sorpresa reveladora e hipnótica que bien puede considerarse como obra mayor de la cinematografía nacional. Una producción que demoró siete años en ver la luz (sin contar otros veintitantos largos donde Suárez escribió el guión luego de quedar fascinado con un texto de E.T.A. Hoffman) para deslumbrar -hoy en día- con su poesía feroz, alternando color junto al blanco y negro que predominó a lo largo del metraje. De corte siniestro, sobre niño perturbado por la trágica muerte de sus padres, “Ojos de madera” rozó un desusado expresionismo en nuestra filmografía convirtiendo al largometraje en una producción única y deslumbrante. Una película cinco estrellas.

En otro orden de cosas, hubo muchos fuegos artificiales para el musical “La La Land” de Damien Chazelle que no convenció demasiado mientras que Darren Aronofsky desconcertó a crítica y público con “Madre” y Denis Villeneuve dividió opiniones con la secuela de “Blade Runner 2049” al igual que Lucrecia Martel con “Zama” (otro título que no superó expectativas personales, si bien me considero un espectador casi incondicional de la renombrada cineasta).

Lo mismo ocurrió con “Jackie” de Pablo Larraín que registró un retrato bastante insulso sobre la viuda de Kennedy, el descolorido Trainspotting 2 de Danny Boyle y “El seductor” de Sofía Coppola que ganó como Mejor Directora en Cannes pero aquí no gustó mucho.

Ya que estamos, podríamos decir que “El bar” de Alex de la Iglesia quedó a medio camino al igual que “La chica sin nombre” de los hermanos Dardenne o “Frantz, el hombre que amé” de Francois Ozon (a pesar que a varios colegas les pareció buena: “sobre gustos no hay nada escrito..” decía un viejo reclame de galletitas). Para ir finalizando esta breve reseña quizás resulte mejor subrayar otros aportes interesantes como “Aquarius” de Kleber Mendonca filho (por la estupenda actuación de Sonia Braga), “Luz de luna” de Barry Jenkins o la incómoda comedia “Perfectos desconocidos” de Paolo Genovese (que muchos se resistieron a ir a verla con su pareja).

Por supuesto que el documental “David Lynch: The art life”[6] de Jon Nguyen, Rick Barnes y Oliver Neergaard Holm estuvo a punto para paladares finos, al igual que “El Bosco. El Jardín de los Sueños”[7] de José Luis López Linares. En esa línea de exquisiteces para sibaritas cinéfilos pueden intercalarse producciones como “Pinamar” de Federico Godfrid (que ya había sido considerada una de los mejores filmes que se exhibieron en el último Festival Cinematográfico de Punta del Este), “Paterson” del genial Jim Jarmusch (aunque a quien suscribe le pareció bastante menor que sus anteriores obras), “El porvenir” de Mia Hansen (por la estupenda Isabelle Huppert), “Alanis” (por la entrega de Sofía Gala) y “Una serena pasión” de Terence Davies (sobre la vida de la escritora Emily Dickinson). Por último y con respecto al cine pochoclero baste decir que Marvel Comics le sigue ganando a D.C. por lejos. Feliz año.