De la misma manera que un brasileño hizo
una ejemplar biografía sobre Eduardo Mateo, ícono referencial de nuestra
música, ahora es una cineasta de nacionalidad argentina la que realiza
el primer documental sobre Alfredo Zitarroza, un grande irrpetible.
Resulta una suerte de ironía, como si el
Uruguay no estuviera preparado para asumir un rescate cultural
impostergable aunque la maquinaria -a partir de estos ejemplos- parece
que se puso en marcha. (Se está buscando un espacio para el merecido
museo que Don Zitarrosa merece y también se ha filmado un documental
sobre Eduardo Mateo de la mano de Daniel Charlone).
La óptica que la directora Melina
Terribili escoge para plasmar, de manera fragmentaria, la vida de el
creador de «Guitarra Negra» se centra en la dolorosa época del exilio y
bucea en la intimidad del artista y su familia con diversidad de
materiales inéditos hasta la fecha.
Dicho trabajo supuso una labor de diez
años y recibió el espaldarazo de las hijas de Zitarrosa quienes
custodiaron fielmente centenares de cajas con fotos, filmaciones, cintas
grabadas, cartas y poemas, entre una variedad heterogénea de objetos que
pertenecieron al músico.
Terribili escoge esa línea existencial
plasmada de nostalgia. Un sentimiento que recorre el documental de
principio a fin donde la propia voz de Alfredo -rescatada de las
grabaciones mencionadas- da cuenta de ese sentimiento de desarraigo que
paralizó su creatividad y repasa las horas para el retorno al paisito.
Esa parcela vivencial supone también el
destino que miles de uruguayos sufrieron durante la dictadura
recorriendo Argentina, España y México sin dejar de lado otras
convulsiones sociales que movilizaban al mundo.
Pero la magia del documental reside en
esas imágenes que se deslizan por la pantalla en permanente conexión con
las palabras (y el silbido) de Alfredo Zitarrosa rememorando un país que
posiblemente no exista. Al dolor del exilio se suma un retorno
descontextualizado de la memoria.
Un paraje que ya no es y golpea fuerte en
el corazón del que regresa. Un «desexilio» que también pueden sufrir
muchos uruguayos y uruguayas veterano/as recordando el pacífico aire
provincial del que el cantautor se sentía un producto típico. Ese
desexilio está en muchos de los que rememoran «los veranos del 40, los
muchachos bajo la manguera, las siestas clandestinas, los plátanos del
barrio, (…), las noches de café Montevideo, las encomiendas por la Onda
con olor a estofado…». |