El problema es el frío

 

"Es propio de cabezas medianas embestir contra todo aquello que nos les cabe en la cabeza "
Antonio Machado

Después de que en los cuatro meses de la campaña electoral Héctor hubiera repartido listas, colocado carteles, asistido puntualmente todas las tardes al comité del Doctor, allí estaba el resultado. Confirmado el triunfo, recibió como retribución un puesto de guardián del cementerio. Esa adjudicación vino acompañada de un conjunto de grandes de promesas que afirmaban que ello seria transitorio, hasta que saliera algo mejor.
Le asignaron el turno de la noche, por celos político partidarios, seguro, ya que el jefe era del sector derrotado.
Tener que trabajar en el cementerio y de noche, hizo inevitable la presencia de todas las historias imaginables de miedos y aparecidos. Todo debidamente alimentado por los comentarios de vecinos y conocidos.
Se presentó cuando la tarde tenía rollo para rato aún. Era la mejor forma de conocer aquel espacio en el que tendría que permanecer muy largas y especiales horas. Miró todo con atención buscando ubicar cada cosa. Recibió las llaves y quedó solo.
La oficina situada a un costado del portalón se encendió con todas las luces y en su interior comenzó a sonar fuerte la radio. Todo ello buscaba crear un clima de seguridad que espantara pensamientos y miedos.
Eran las once en punto cuando, sin explicación, la radio dejó de funcionar y se apagaron todas las luces. Sólo una solitaria vela trató de romper la noche. Fue entonces que comenzó una titánica lucha con el temor, ese irracional, que nos ataca a todos ante lo desconocido. Cuando ya sentía que estaba llegando al borde de su resistencia, renació la radio con la inconfundible voz de Gardel poblando de tangos la madrugada. Se encendieron las luces y el sol comenzó a anunciarse en el horizonte.
Cuando lo relevaron no dijo nada y esquivó lo mejor que pudo las bromas infaltables.
Nadie recordaba un apagón la noche anterior. A lo mejor, se había dormido y soñado una historia rara.
Héctor intuyó que algo no andaba bien y optó por no seguir diciendo nada. En verdad no tenía otra cosa, lo demás era imaginación. Todo el día anduvo dándole vueltas al asunto sin encontrársela. Mejor era no dar importancia, ya iba a aparecer la respuesta en cualquier momento.
El fenómeno se repitió en las noches siguientes con marcada puntualidad. Nada conseguía ni evitarlo ni explicarlo. Casi a la semana, buscó muy en el fondo de sí algunos restos de coraje, los juntó y comenzó un pesado recorrido por las veredas interiores.
A poco de empezar a caminar, comenzó a sentir un apenas audible cuchicheo. Ahora todo se aclaraba, en fija éstos eran ladrones que entraban a robar metales de las tumbas. Orientándose por el sonido, comenzó a acercarse adoptando precauciones lógicas. Pese a ir preparado, el encontrarse con aquellas dos figuras agachadas allí en la calle enmarcada por dos muros de nichos lo hizo vaciar en grito cualquier vacilación.
-Ya me parecía que andaban robando carajo, no respetan nada – todo surgía a caballo de la indignación ante la constatación del hecho.
-Sosiegue amigo, aquí nadie está robando nada. Sólo le estamos escapando al frío. No se aguanta allá. Salimos un ratito y volvemos, no se preocupe no vamos ajoder a nadie
La palidez desde la cara a las ropas, despertó de inmediato un miedo instalado en las visceras que dejó allí clavado a Héctor.
-La gran puta articuló apenas, mientras giraba la cabeza buscando un camino para la más veloz retirada que alguien pudiera imaginar.
-Ya le dije que no se preocupe, amigo, no hacemos nada, nada más estamos escapándole al frío. Usted no puede imaginarse. Nada de fuego eterno, ni campos abundantes, todo es un frío que corre por las venas. La única manera de aguantar, es salir un rato de noche aunque ello duele atrozmente. Yo ya llevo como treinta años aguantando. Mi compañero acá está desde el año cuarenta, cuando lo voltearon a bala los milicos en la frontera con diez cargueros con caña. Si mira bien todavía están marcados los balazos en la camisa. Todas las noches apretamos los dientes y le escapamos al frío. El frío es todo lo que tenemos al final, frío eterno, tremendo. Afloja un poco cuando alguien querido arrima un poquito de cariño y un rezo.
-Pero esto es imposible- se dijo Héctor más para sí que intentando un diálogo.
-Los imposibles son otros, mi amigo, esto es así nomás. Usted está viendo.
-Y ¿cómo es que nadie dice nada, como es que no los han visto hasta ahora?
-Fácil, no nos dejamos ver por cualquiera. Primero le leemos el corazón.
Si nos gusta lo que encontramos y la letra con que está escrito, dejamos que nos vea y como ahora, hasta conversamos con él. Usted tiene suerte, mi amigo.
Mientras la charla se iba encausando, se fueron acercando otras sombras a la rueda, que saludaban, escuchaban un poco y después seguían recorriendo las sepulturas en apretados grupos ateridos, conversando entre ellos. Una de las últimas en llegar lo miró largo como buscando una seña familiar.
-Vos sos el Héctor, mi nieto. Pero qué grande que estás muchacho. Me costó reconocerte. Te saqué por tu parecido a tu tío Luís. Qué grande que estás...
Comenzó de inmediato un interrogatorio rápido que recorrió toda la familia. La palidez pareció ceder cuando se enteró que la hija del encontrado, su bisnieta, llevaba su propio nombre. Algo se marcó en sus mejillas, que la oscuridad no dejó ver del todo.
-¿Cómo andas de plata? Si precisas, jugale al dieciocho a la grande. Pero no más de unos poquitos pesos, la ambición ciega. Con lo que saqués, comprale una cadenita a la gurisita de parte de esta vieja. Ponele la medallita que tenés guardada en el cajón de la cómoda. No te olvides, si jugás poquito vas a sacar, pero si buscas hacerte rico, no vas a conseguir nada. La plata amontonada está reservada para otros. Acepta las cosas como son.
La madrugada marcó el final de aquella escena de alucinación y se reinstaló el silencio.
Las noches siguientes, se repitieron los encuentros y así, casi sin darse cuenta Héctor se encontró llevando mensajes para familiares, consejos y noticias, advertencias y reproches, todo circulaba por él. Se transformó en un puente andante con lo desconocido.
Paralelo a esto, en el cementerio, comenzaron a encontrar restos de fogatas, que en las mañanas aún conservaban calor. Si le preguntaban, nada contestaba. El no había visto ni sentido nada. Nacieron a lo largo y ancho del pueblo miles de historias. No faltó el que afirmara que fuegos misteriosos cruzaban las noches desde el cementerio,
La cosa no podía prolongarse, y una madrugada junto a un fueguito discreto, hecho para frenar sólo el frío más cercano, los compañeros pudieron ver la figura de Héctor, aparentemente solo, que agachado movía los brazos en una animada conversación.
Presuntos seres inteligentes, con falsas sabidurías, ciegos y sordos a lo que no les pareciera racional, decidieron actuar.
Tiempo después en una hoja encabezada con su nombre escribieron con trazo firme y enérgico:
-Se deberá evitar que el paciente tenga contacto con fósforos, encendedores o similares
Bien se sabe que en los patios de los sanatorios no está permitido encender fueguitos, por más que crujan de frío los huesos.

Douglas Ifrán
Puentes a la memoria
Ediciones del Yerbal - Mayo 2004

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