Candidato

 
La vida política no se movía exclusivamente dentro de los límites de la "guerra fría", también estaban presentes los periódicos enfrentamientos electorales que llevaban a todos a dividirse en dos bandos que despertaban colores y divisas. Donde se disparaban desde uno al otro gruesas acusaciones y denuncias. Eso llevaba a que surgieran los dirigentes, esos especiales seres encargados de comandar los comités, levantar la oratoria de los actos, recorrer las calles y reunir votos.
Hay seres que desde el instante mismo de su nacimiento, tienen un timón que los apunta hacia un destino a cumplir. José Pedro, quizás ya desde su primer llanto, se encaminó a la política.
Los juegos infantiles, si hubieran incluido elecciones, votos y movilizaciones, sin dudas, le habrían visto destacarse. Como eso no sucedió, su figura se movía como sombra en los recreos escolares.
Ese horizonte quedó públicamente expuesto cuando una mañana de invierno Dorita, la maestra de 5to año, estableció la interrogante. ¿Qué desean ser cuando grandes? Las caras y gestos de desconcierto de sus compañeros resaltaron la decisión con que se levantara su mano. Con el brazo recto hacia el cielo, empujando el hombro, los dedos juntos y el reclamo imperioso de hablar, era el único. Mientras cuarenta pares de ojos se volvían hacia él, dijo:
-Presidente.
Nada de oraciones completas, nada de dudas o posibilidades. Sola, fuerte y seca sonó la palabra de la que muchos desconocían su alcance. ¿Por qué surgió? ¿A través de qué camino se materializó? Ninguna de esas preguntas encontró nunca respuesta. Como sucede con los profetas, sus palabras fueron desoídas. Nadie las recordó cuando los escritos sobre las diferentes fechas patrias, ocuparon, sistemáticamente, el segundo lugar, después de Rubencito, el hijo de la Directora.
El verbo ardiente, los adjetivos sonoros, traducían un fervor oficial que se reclamaba como evocación del pasado.
Aquel 25 de agosto, cuando la gripe bloqueó las posibilidades del eterno nominado de pronunciar las palabras, se vio frente a padres y compañeros, con túnicas duras de almidón y las mejores ropas. Por siempre su memoria guardó la imagen como un hito definitorio de su infancia. Toda su niñez quedó reducida a aquellos cuatro minutos en que, con voz creciente, fue leyendo sus líneas.
Cuando ya la túnica pasó a ser un recuerdo más o menos lejano, no dejaba de concurrir a la plaza principal en ocasión de la celebración de los actos patrios. No importaba el frío, el viento o incluso la llovizna, allí estaba siempre en primera fila. Sus labios repetían apenas en un susurro, pasajes enteros de la oratoria. Hacía una cosecha periódica que le serviría en el futuro para conquistar el apoyo de los ciudadanos.
Mientras quienes compartieran con él las aulas, deglutían el tiempo en partidos de fútbol, novias, bailes, visitas furtivas a quilombos y timbas, su camino era otro. Asientos precisos con perfecta letra y números de lunes a viernes, se complementaban con la lectura del diario en el club, allí en las mesas próximas a la ventana. Su figura se adelgazaba dentro de largos sacos grises, en las que las hombreras buscaban desesperadas donde apoyarse. La corbata resaltaba impecable, mientras la plomada de la raya del pantalón señalaba el brillo de los zapatos.
Contabilidad, diario y café se fueron transformando lentamente en un espacio concreto de su vida. Mientras el mismo comenzaba a incorporarse al inventario permanente del club social, convirtiéndose en referente geográfico. Se podía escuchar reiteradas veces expresiones como estas:
-"Alvarito, poneme la cervecita al lado de la mesa de José Pedro".
Su itinerario rutinario se complementaba con las visitas periódicas que hacía a la casa del Doctor. También acá se había transformado en un referente, tanto como el lechero o Pepe que pasaba siempre a la misma hora gritando su pregón de canilla. Concentrado y formal, procedía a escuchar la voz del dirigente que definía las alianzas y el devenir de la vida pública. De modo muy prudente, cada tanto intercalaba una pregunta destinada a aclarar algún punto, disponiéndose de inmediato a beber la respuesta. Finalizado el tiempo prudencial, si la ocasión lo ameritaba, pronunciaba una o dos referencias irónicas al partido rival y se retiraba.
Sus pasos inmediatos lo llevaban a recorrer un par de dirigentes locales a los cuales trasladaba el pensar del líder y la necesidad de asegurar el triunfo electoral o la solución para el problema de un correligionario. Fue en estos andares cuando le cayó el título de Don. Sin canas al comienzo, el Don lo envejeció y lo rodeó de un respeto a la experiencia.
A lo largo de las siguientes tardes clubistas, esperaba con la paciencia de un buen pescador, el momento preciso para volcar con "naturalidad":
-El otro día hablando con el Dr, le dije... Bueno... el Dr me dio la razón... la cosa es clara...
En esos momentos sentía que la silla se elevaba, colocándolo en un plano desde donde dominaba el grupo.
Con paso cansino en medio de grises internos y externos fueron pasando sus días, sus meses, sus anos. Conoció las secretas rutas que evitaban la burocracia y ayudaban a un correligionario, los vericuetos de los arreglos preelectorales y por sobre todo el embriagante momento en que subía a la tribuna a pronunciar las palabras previas a la intervención de los doctores. Ahí volvía a la superficie todo lo cosechado, todo lo imaginado. Las imágenes de los héroes partidarios, de los grandes caudillos, de las épicas derrotas, todo pasaba por su garganta estallando sobre el pavimento de la calle. Ponía tal fuego que no escaseaban las palmadas en el hombro y los sinceros 
-Muy bien, muy bien... como siempre don José Pedro... 
Toda esa historia personal murió en un instante cuando poco después del mediodía, con el sol bien alto, aquel grupo llegó hasta su casa. Después de ajustarse la corbata y ponerse el saco, se encaminó al comedor donde ya su señora había acomodado a los visitantes. Adhemar Machado, con quien no lo unía un vínculo de amistad sino estrictamente político, fue el encargado de hacer el planteo. Directo, acorde a la importancia de la hora, como dijo con voz profunda, expresó el deseo de todos de proclamarlo candidato a la presidencia. Las palabras repercutieron en su diafragma y las rodillas. El aire se tomó escaso y chirriaron las articulaciones. Mientras su cabeza asimilaba la propuesta, todo su cuerpo procuraba canalizar las emociones cruzadas. El gran objetivo de su vida se plantaba allí delante de él con todo su brillo, sólo restaban algunos pasos para apoderarse de él y ello despertaba miedos profundos. Superando todo y procurando ocultar su sentir dijo:
-Les agradezco mucho la distinción, el inmenso honor de que se acordaran de mí para este desafío, pero... Esto me gustaría hablarlo con el Doctor, ustedes saben que tengo compromisos que respetar.
-No se preocupe Don José Pedro, fue el propio Doctor el cual lo propuso en la reunión del viernes. Es más, "éste es el hombre", dijo
Nuevo golpe. El propio Doctor lo había propuesto, lo elevaba a la condición de candidato. Mentalmente, se repitió un par de veces lo que había escuchado; primero, para medir su alcance y después para paladearlo a conciencia. ¡Candidato! ¡Candidato a presidente!
Los días siguientes lo vieron agitado. Reuniones, asambleas, entrevistas rápidas, construcción de estrategias, cálculo de votos, propios y ajenos, todo ello le ocupó las horas. Ya de noche, cuando cansado volvía a su casa, recreaba la vista con su foto repetida en cientos de afiches. Allí estaba su cara, sonriente y ligeramente más joven bajo el título: "José Pedro Pereira Hernández, es el hombre" El slogan había sido marcado a fuego por el Doctor desde el comienzo mismo del camino.
Llegado el tiempo de las urnas, no pudo comer ni mucho menos sentarse más de diez minutos. En el recorrido por los circuitos, procuraba adivinar el contenido de aquellos receptáculos donde se jugaba su destino.
Cuando Manuel Silveira, responsable del acto eleccionario proclamó su aplastante triunfo, sintió que los colores se borraban, una palidez ganó todo cuerpo. Los ojos se nublaron y sólo dejaban ver su destino descansando en sus manos. Cuarenta y tres años le había llevado llegar a esto, cuarenta y tres años esperando poder decirle a la maestra Dorita,
-¡Vio que llegué! ¡Soy presidente!
Fue entonces que se atrevió a abrir la cajita que encargara a la imprenta días antes. Salieron a la luz unas tarjetas personales que bajo su nombre, trazado en una complicada cursiva, se leía: Presidente. En el ángulo superior derecho estaba estampado: Club Social Progreso. 

Douglas Ifrán
Puentes a la memoria
Ediciones del Yerbal - Mayo 2004

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