Maldito Gómez
(De las aventuras de Germán Villemel, experto en fenómenos paranormales)

Marcos Ibarra

Todo lo que pase de acá en más, será responsabilidad de Gómez. Desde un conflicto en Sudan con crímenes terribles, o el desborde descontrolado del río Orinoco, o la brisa cálida derritiendo las cumbres del Himalaya, hasta esa caída de cabello prematura en Rita, acá en América del Sur.

Naturalmente, todos creerán en otras causas, ya sean de tipo apocalíptico o industrial y probablemente solo yo sepa todo el tiempo, que fue la torpeza involuntaria de Gómez  la que ha cambiado el curso natural de las cosas.

*

En mi registro del Códice de Borgia aparecía el Ludo de Marsán como el único instrumento mágico que habría ingresado en el anonimato del mundo de los objetos comunes. Primero robado y vendido a coleccionistas, luego otra sucesión de destinos que figuraban  en una  serie de datos - cartas, fichas de aduana, registros policiales y otros, que había acopiado con esmero durante largo tiempo - terminaban por indicarme que el objeto preciado estaría acá, en Pando, en una casa de antigüedades para nada famosa que era patrimonio de Don Félix Gómez, anticuario.

*

-Germán Villemel… Experto en… ¿fenómenos paranormales? - preguntó Don Gómez sin quitar la vista de mi tarjeta de presentación.

- Sí, suena raro… pero así es…

-¿Ud. es algo de los Villamil de Zapará?

- No, no… yo soy Villemel…

- Ah!... buena gente los Villamil, y ¿en qué lo puedo ayudar?

Sin entrar en los detalles mágicos, manifesté mi deseo de adquirir un objeto que según mi abuelo, el anticuario tenía en su acervo: el Ludo de Marsán; mostré un dibujo del ludo: una valijita no muy grande en cuyo interior había una grilla de papel y cuatro fichas similares a agujas de acupuntura incrustadas en lugares precisos. Contrariamente a mi temor a que el Sr. Gómez iniciara una cadena de preguntas, él buscó inmediatamente un libro gordo, de tapas de cuero marrón muy gastadas y que era el inventario de objetos de la tienda.

-Hay un detalle importante –indiqué a Gómez- las cuatro fichas están encastradas en la grilla en posiciones del juego equivalente a lo que sería un Jaque Mate en ajedrez… el valor de la pieza depende de que las fichas estén en el lugar indicado; son agujillas muy delgadas que están pinchando el papel.

¿De veras? –Gómez me miraba con el ceño fruncido y su cabeza levemente inclinada hacia mí como a quien, costándole entender, le cuesta ver- veamos…, el precio en el inventario está sin actualizar… pero no dice nada de lo que Ud. habla.

Don Gómez, créame que el valor del ludo depende de lo que le he dicho; con las fichas en su sitio estoy dispuesto a pagarle U$S 1500, de lo contrario el valor es cero…

Gómez me miró un rato con los ojos claros, espontáneos enfocados hacia los míos, y luego me propuso que regresara al día siguiente.

*

LUDO DE MARSÁN, sabios de la antigüedad jugaban a encontrar el equilibrio adecuado de los cuatro elementos –agua, fuego, aire y  tierra- en una grilla de origen desconocido y cuyo material era de un papel raro que representaba el mapa energético del Universo; completaban el set unas delgadas agujas de metal precioso, posiblemente oro, que oficiaban de fichas y cuyas minúsculas puntas debían pinchar un punto exacto de la grilla de papel y quedar prendidas en forma perpendicular a ella. El último  encuentro de los sabios del que se tiene registro, se llevó a cabo en el Monte Marsán hace 1987 años, y donde se habrían dispuesto las fichas de manera de significar un equilibrio casi perfecto que aseguraría la vida armónica de la Tierra. Una serie de rituales que se llevaron a cabo en el Templo Mayor, conectaron esas posiciones del ludo con las energías madre del Universo. Quien modifique la posición de las fichas, modifica el pacto. Solamente los sabios pueden intervenir en este ludo y solamente el rito en el Templo Mayor sella el pacto que los sabios establezcan, no obstante, cualquier persona, sabio o pagano, puede modificar este estado de cosas, ya sea destruyendo el Ludo, o simplemente alterando las posiciones de las acu-fichas. El ludo fue ocultado entre vasijas, collares y otros objetos menores en el Templo Mayor para que pasara desapercibido. Una vez desmontado el Templo Mayor, los objetos se fueron diseminando entre familias poderosas, anticuarios y traficantes de diversas partes del mundo. El Ludo llegó a Pando en manos de un contrabandista de objetos antiguos quien lo vendió a la Casa Gómez. Hasta aquí llegaba el escueto resumen del Ludo de Marsán y su destino, que había logrado anotar en mis registros. En el Colectivo de Expertos en Temas Paranormales (CETPA), teníamos como uno de los objetos de trabajo, investigar y descubrir este Ludo. Gracias a la tecnología avanzada y el estudio preciso de materiales del ritual, estábamos en condiciones de analizar un nuevo movimiento en las fichas que restablecería las condiciones ideales de vida en la Tierra por varios milenios más. Un mal movimiento de las fichas o un error en el ritual, traería aparejada la gradual destrucción a partir del clima, movimientos telúricos, pestes y disturbios en la psiquis humana que llevarían a la especie a su autodestrucción de maneras atroces y raras. Éramos los nuevos sabios, sofisticados programas de computación garantizarían el siguiente movimiento de las fichas en la grilla y el ritual con su lectura actualizada por expertos, aseguraría las condiciones de forma, días, horarios, temperatura y lugar donde se haría el ritual que completaría el juego.

Mi hallazgo del Ludo, había sido la mejor noticia para nuestro grupo de estudios y ya todos estábamos preparándonos para iniciar nuestra anónima salvación del planeta.

*

El cabello de Rita se desprendía en mechones amarillos mientras la niña berreaba en un ataque de histeria. El repentino disturbio emocional de la nieta de Félix Gómez, retuvo al viejo en su casa ubicada en los altos del anticuario y donde vivían cuatro generaciones de los Gómez. Mientras esperaba en la puerta, percibí un olor rancio que provenía, indudablemente, de la tienda. Gómez apareció con llave en mano y me explicó brevemente el malestar de su nieta mientras abría la tienda y el olor rancio se hacía más intenso. Sobre el mostrador estaba la valijita que de inmediato reconocí como el Ludo de Marsán.

Mire - comenzó a decir Gómez apoyando una mano sobre la valijita - llévese esta porquería lo más pronto posible… ¡no sé qué es ni quiero saber nada! - y rompió a llorar con estertores. Traté de calmarlo, de entender, miraba la valijita luego al viejo, luego alrededor, el olor se tornaba pestilente y el viejo no dejaba de llorar, ahora ahogándose en lamentos. Luego, cayó fulminado de un paro cardíaco.

*

Don Gómez encontró el ludo en un baúl arrumbado en un rincón del depósito que estaba en un sótano debajo de la tienda. Sopló para quitarle el polvo y luego pasó la palma de su mano. Era roble con incrustaciones en marfil negro que más que adornar, perecían signos de cierta escritura rara. El viejo abrió la caja y vio cuatro agujas muy delgadas y de un metal que parecía ser oro, clavadas en un soporte de papel en el que estaba dibujado un complejo ramal de líneas, puntos y signos. Una rara seducción mantuvo a Gómez observando el objeto mientras lo llevaba hasta arriba, hacia el mostrador. Ni bien emerge del sótano, tropieza con su nieta Rita que lo esperaba comiendo una manzana. La cajita se desparramó por el piso y las agujas se desprendieron. El viejo y la niña buscaron afanosamente de rodillas hasta encontrar una a una las agujas. Luego el viejo las instaló más o menos donde recordaba haberlas visto, dispuso todo otra vez dentro de la valijita, la cerró y la dejó en el mostrador, donde estaba cuando la vi.

A la madrugada la niña despertó con sus ataques, un olor pestilente se instaló en la tienda y jamás pudo ser quitado ni tampoco se supo de dónde provenía. El Ludo ya no servía.

Marcos Ibarra
Premio Certamen Paco Espínola 2008

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