Así son las cosas
Marcos Ibarra

Justo antes de enfrentarme al monstruo, recordé a todos los que negaban que el monstruo existiera. No que habían negado que este monstruo existiera, sino los monstruos en general o los fenómenos paranormales o los fantasmas. Y además, concentré a todos esos negadores porfiados en una persona, acaso con la que mayor cantidad de veces experimenté la desazón de no ser creíble. Vi un OVNI - decía yo - y a pesar de mi solidez intelectual y mi comportamiento ordenado, a pesar de mi familia constituida y de mi profesión, de inmediato venía un gesto desde la cara de Ariel, que comenzaba con un apretar los labios desde la comisura, un girar los ojos hacia abajo y hacia la derecha, un levísimo movimiento de la cabeza que se repetía como una pelota que pivota sobre un resorte. Luego, una importante aspiración de aire por la nariz y junto con la exhalación de ese aire por la boca, aparecían las primeras sílabas de los próximos veinte minutos de explicaciones científicas para incorporar la figura de la ilusión óptica o del espejismo, en lugar de mi OVNI. El proceso de ese discurso de Ariel, se mantenía siempre igual para estos casos y cada vez que se producía, me hacía pensar en alguien que saca un paquete que guardaba celosamente para la ocasión y comienza a desenvolverlo en forma lenta pero decidida.

*

Como en una película de David Lynch, apareció en mi camino y entre unos pastos una oreja humana (yo me dirigía por el parquecito de los jazmines hacia el colegio Etrusco a recoger a mi hija menor). En realidad la pisé, y sentí bajo la suela del zapato una discontinuidad del terreno que no era piedra ni montículo, y retiré el pie casi inmediatamente a haber pisado, y descubrí la oreja. Súbito miré alrededor, con seguridad buscando más datos, a la vez que volví a mirar la oreja para constatar que fuera real, que no fuera de niña… pero la constatación duró unos segundos apenas porque, cuando había vuelto la mirada hacia la oreja, ya mi vista había captado otro elemento cuya imagen retenida acompañó ese recorrido y que me hizo regresar el foco visual hacia allí rápidamente. Era la sección de una mano con la palma y tres dedos, y casi enseguida pude ver otras partes de cuerpo humano, algunas con ropa y todas seccionadas y ensangrentadas. No tuve tiempo de concretar una emoción frente a tal espectáculo, porque de inmediato apareció en mi campo visual el monstruo que asomaba detrás del grueso tronco de un ombú.

*

En realidad no me molestaba tanto la incredulidad científica de mi amigo Ariel, como el hecho de que ese orden de las cosas permitiera a mi amigo y a todos los negadores de eventos inusuales, convivir cómodamente con otras circunstancias de lo que se sobreentiende como “la realidad” y la cual es avalada por la concepción científica del universo y sus fenómenos. Así, unas teorías complejas que eran capaces de desmontar fenómenos raros, también eran capaces de acompañar lo ñoño, lo inverosímil, lo molesto, si necesidad de pronunciarse. Un niño comiendo en cuclillas en un basural, por ejemplo, era enteramente abarcado por la idea científica de “lo posible”, “lo normal”, en fin, lo cierto y aceptable como tal. No digo que mi amigo Ariel y los otros negadores no se sensibilizaran ante hechos de la miseria humana, solamente pensé en aquel instante previo a enfrentarme al monstruo, que la falta de armonía en la necesidad de recordar las leyes científicas, hacía que viera a Ariel y a todos los escépticos científicos como personas sin solidez de criterio, o más bien con un criterio que impedía en sí mismo entender lo ridículo como ley.

El primer zarpazo me hizo retroceder un paso; ahora recuerdo la brisa semicircular que recorrió desde mi cabeza a los pies, pero en aquel instante lo más sobresaliente fue la pestilencia. No era una pestilencia como otras, era nueva a los sentidos y si bien era captada en lo inmediato por el olfato, comprometía toda la compostura corporal, provocaba estertores y nauseas, sí, pero también una sordera repentina, similar a un aturdimiento. A la vez que logré correr, advertí que el monstruo no tenía una buena definición de las distancias ya que era imposible que hubiera errado ese zarpazo. Acompañando los golpes secos de mi corazón que se juntaba en la garganta, percibía en el oído y en cierto movimiento del terreno los pasos del monstruo, fuertes, firmes, cercanos. Tropecé y caí de cara contra el camino de tierra y pasto fresco, giré medio cuerpo ágilmente para ver el bicho amenazante que estaba tras de mi, a muy pocos metros.

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Verde, enorme, con dientes afilados dispuestos en hileras diversas y tres ojos; piel de serpiente o pez y crestas en pico que recorrían el lomo hasta la punta de una cola gruesa como de un dinosaurio. Sin embargo los rasgos de la cara eran similares a lo humano; excepto los tres ojos, la nariz, los pómulos y los labios eran de formas humanoides, incluso el gesto postural del monstruo era el de un homo sapiens. Hubo un rugido, otra vez una pestilencia penetrante emergió esta vez del interior de la boca que se abría grande y se mostraba como un túnel bastante profundo. El otro zarpazo pasó cerca de mis piernas que arrollé instintivamente y consecutivamente me incorporé y corrí, no muchos metros ya que caí en un pozo bastante profundo; casi enseguida cayó sobre la boca del pozo un tronco de eucaliptus derribado, con seguridad, por el monstruo. Pensé en David y Goliat y reparé en que no solo no tenía ningún arma sino que no habría sabido manejarla; David tenía oficio con su honda así que ahora comprendía que las diferencias físicas entre él y Goliat eran relativas. Pero otro episodio bíblico pareció re-expresarse esta vez: Daniel en el foso de los leones salvado por un ángel. Allí estaba yo también en un foso y la bestia asomaba su cabezota y trataba de introducir uno de sus miembros con garras que ahora veía más claramente, eran gruesas, negras y filosas. Pero baja el ángel, en este caso, suena el celular; el monstruo inmediatamente se incorpora y desde el fondo del pozo lo veo erguido como una torre bastante alta, está parado sobre sus patas traseras y ha quedado inmóvil y en postura defensiva, su vientre brillante y de color amarillo pálido me hizo pensar que el engendro no comería carne humana o de otro tipo, que habría destrozado a estas gentes por considerarlas monstruos amenazantes.

-¡Amor! Fuiste a buscar a la nena - oigo preguntar a mi esposa en una frecuencia no muy buena.

-Eh, sí… en eso estoy, te llamo luego, estoy sin baterías.

No solamente absurdo sino torpe hubiera sido tratar de explicarle mi situación.

Hago timbrar el celular para mantener al monstruo en su postura de defensa y confusión. Llamo al 911 y pido auxilio, que vengan ya mismo al parquecito de los jazmines, que me están atacando y repito esas frases sin permitir que me hablen y me pregunten nada.

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Cuando siento el ulular de los coches policiales, veo que el monstruo desaparece de mi pantalla de boca de pozo con tronco atravesado y se retira, posiblemente, hacia el sonido o huyendo de él.

No veo más que un círculo celeste y una franja negra que lo atraviesa; pienso en una bandera, siento movimientos, rugidos, gritos, ruidos, disparos de armas. Trepo como puedo hasta la superficie y veo al ras del terreno más amontonamiento de partes de cuerpos; no sé cómo, ya estoy afuera, el parque es un campo de batalla al final de la batalla, me asalta la frase “partes de cuerpos del cuerpo policial” y casi de inmediato otra especie de voz interior censurando esa frase en este momento. Descubro una mancha de líquido negro viscoso, ¡le dieron! me digo, y sin pensarlo sigo el rastro de la mancha con la expectativa de encontrar el cuerpo vencido del monstruo. La mancha desaparece en un claro del parque,  pero no hay monstruo caído, ni otro tipo de rastro o información, nada.

*

Ariel me decía, la cosa es así: cuando estás estresado y este estado se mantiene por mucho tiempo, podés hasta ver fantasmas o tener visiones terribles; es solamente falta de descanso, falta de serotonina, nada que el prozac no pueda resolver y unas buenas vacaciones, claro.

*

El silencio aplasta el parque y los cuerpos desmembrados, ahora abundantes. Recuerdo a mi hija y corro hacia la escuela con esperanza de verla sana y salva.

Marcos Ibarra
Mención Certamen Paco Espínola 2008

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