No quiero leer aquellos libros sagrados

Unos ojos de párpados
consumidos por páginas oscuras
o abecedarios de piel que se esclarece
-sin consultar ninguna biblioteca
ni obedecer a las imágenes
que se mezclan
con datos informes y noticias-
resolvieron no desentrañar
los textos redactados
con la dudosa saliva de Dios.
Porque toda palabra escrita ha sido
reescrita releída revisada reincorporada
recompuesta revuelta rechazada
en tablilla de greda quebradiza
donde se lee todavía:
"Yo levanté las torres
de mi ciudad
con las piedras de alejadas montañas.
Después vendrá la arena
vendrá el polvo
pero yo las construí."
Y en estelas de granito
sanguinolento o de alabastro
finísimo donde el cincel
confirmó: "que tú creaste
a la Tierra según tu corazón
mientras estabas solo"
y que alguien "el Rey
fue la vida verde
de nuestra nación
y sus labios fueron hechos
de canciones y abundancia".
Y en figuras de piedras
deleznables (tan eternas
como una manzana en las cestas
del mercado)
con sus plumas descoloridas
por la lluvia celeste que visita
los santuarios de la víbora sagrada:
dos mil ojos circulares 
contemplan desde la polvareda
toda esta ruina que no se detendrá. 
Y en las cajas
donde el plomo ardiente
aún nivela
sus momentáneas estructuras.
Y en las cintas
que un nuevo lenguaje
corrige y traspasa.
Y en los ordenadores que no conocen
el contenido del vocablo
pájaro ni cómo explicar
que una sílaba es una sílaba
y no vulgares símbolos
que un viento electrónico
captura y traslada.
Y en las cortezas pintadas
con la tinta de otras cáscaras
o raíces o pétalos o con la hiel
espesa del búfalo
o del lobo solitario
o del salvaje conejo deshonrado
todavía se lee que
"en los inviernos cada hijo
de mujer comerá su propio
corazón si es que espera morder
el agua invisible y los brotes
de la primavera preparados
por el viejo sol".
Y en las marcas de puros metales
de lápices groseros
de ágiles estiletes
de punzones de rugoso hierro
y de pinceles fabricados con pelos
de extintos camellos
y del pubis de muchacha virgen y mortal:
tus palabras que son este libro
-y hasta el mismísimo papel
adonde ellas descienden
en busca de la sed-
resultan dislocadas corregidas
cambiadas trastocadas calcinadas
escupidas deformadas borradas
conducidas a las sórdidas letrinas
del último de los hombres
que será a su vez sepultado
en cualquiera de las formas
del tormento.
Las frases las páginas
los papiros los pergaminos
las valvas quebradas del exilio
la sintaxis crispada del dolor
los caracoles como esas raras
monedas impresas por el mar:
todo junto apegado en sí
reunido para sí
en un sonidal de gargantas
insaciables máquinas y músculos
realizados para modificar
los fríos rumbos del alto aire
la vereda caliente de los vientos terrestres
las tempestades ondulantes
que los astros nos obligan
a recibir y a descifrar:
todo eso así
para que tus ojos descuidados
se transformen 
bajo el aroma sencillo
de la palabra noche
dibujada aquí
para que tus iguales ojos
también hacia ti mismo
se oscurezcan.

Saúl Ibargoyen

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