Maestro: ¿invoco tu nombre en vano?

Según se ha dicho y escrito
con la saliva y la tinta de la fe
las galaxias son las ardientes moléculas
del cuerpo del dios
en el que tú viejo Sócrates al parecer
hasta el final confiaste.
¿Cómo excusarme ante las artimañas
del tiempo por no invitarte
a un par de tragos profundos
en algunos de mis bares y cantinas
de México? el Americano La Mundial
La Reforma el Frimont-
o en ciertos cafés de aquel Montevideo
que un poeta apenas ciego
cantara en su juventud
y que la distancia me advierte
no debo mencionar
porque esta voz resulta ya distinta
de las palabras y las manos
que el papel convocó?
También se dijo ?con la certeza
que trae el dolor-
que todo encuentro manchado
por el beso de la discordia
o el simple recuerdo de lo oscuro
equivale a una inevitable despedida.
Asimismo hemos escuchado
que romper un vientre
para desde él nacer
o para en él morir
es un gesto tan estéril
como el goce que acecha
debajo de una piel que amamos
a la orilla indecisa del riguroso amor.
Y a ti viejo y entero Sócrates
¿quién te atrajo a esta fiesta penosa
de un verbo sin vino?
¿Estás de pie descalzo comiendo
una magra ensalada
mientras las sandalias respiran
sueltamente el polvo destrozado
de los mundos que ayudaste a cambiar?
No sé por qué te hablo
no sé por qué llegaste hasta aquí.
Tal vez porque camino
entre rostros alucinados
periódicos aullantes bocas desvaneciéndose
vísceras que alimentan todos los incendios.
Y pantallas y arenas empañadas
por los vapores lejanos
del petróleo y la sangre.
Sin embargo sé que no estás:
tu nombre conocido
es algo menos que el dudoso 
perfume de una sombra.
Un sudor fresco
cae de estos dedos
como agua suficiente
en la noche vacía.

Saúl Ibargoyen

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