Patria perdida
Saúl Ibargoyen

Dos olvidos para el señor Harry Truman

El Señor Harry Truman murió en un hospital
de una doble ciudad llamada Kansas City
ubicada en el corazón ganadero del Imperio.
Tal vez al desprenderse
de los pesados restos de su presunta alma
percibió el sonoro tránsito
del río cercano.
Es fácil pensarlo reducido a un estéril esqueleto
que ya no acepta el suero de la vida
ni la aguja delicada hurgando las arterias resecas.
Su última ausencia ocurrió por la mañana
mientras el sol golpeaba los humos industriales
o la lluvia rasgaba una oscura cáscara de nubes:
el ex-presidente no pudo cumplir
su acostumbrado paseo entre los árboles.
Cuántas desmemorias hay en esta muerte:
los mercaderes no lloran
las flores de plástico no toleran el mal tiempo
y un negro humano escupe
burbujas de cerveza entibiada hacia la tarde.
No es casual sin embargo
que en esas manos ahora endurecidas
por las razones de la nada
se alojaran pútridos poderes.
Y es curioso casi que el señor Harry Truman
también haya fallecido en Hiroshima City
o en Nagasaki City
dos ciudades gemelas en el dolor
adonde todavía
tanta carne quemada lo recuerda.

Saúl Ibargoyen
Patria perdida

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