Patria perdida
Saúl Ibargoyen

El bosque encantado

Separado del cielo por altas vidrieras
destinado a enormes patios que el verano calcinaba
yo era un niño
pero apenas lo sabía.
Me ubicaban por nombres
que luego se perdieron
en rincones sin estrellas donde mueren atrapados 
juguetes y fantasmas.
Yo era un niño
que no podía ser todo lo que era.
A veces me iba a vivir
a una gran alfombra que reposaba
como una piel complicada de animales prestigiosos:
cubierto por brillantes robles crujientes
donde la mesa perpetuaba su forma indestructible
hacía que mis ojos descubrieran
las castas aventuras del señor Pickwick
el infierno ilimitado de Arthur Gordon Pym
la desesperada cordura de un flaco y desaseado caballero
los amantes estrechándose entre el humo y la peste
el galope silencioso del eterno unicornio.
Las hojas pasaban
quebrándose en un mar sin ruido
con difusas orillas que sembraban
en sí mismas
objetos intraducibles utensilios de otras manos
roídos hierros maderas traspasadas
armas vencidas de otro amor.
Yo era un niño
debajo de árboles seguros
y envuelto en aquel bosque
no sentía las sombras en mi piel.
Las hojas pasaban
torturando el descanso de pálidos insectos
-seres venidos de otros viajes
de arduos recuerdos sin memoria-
mientras mis nombres diferentes
se extraviaban
en los patios donde empezaba
a encenderse la hierba
en el peso de la luz que rompía
los altos cristales
y en los caminos que nacían
entregándose totales a las calles abiertas.

Saúl Ibargoyen
Patria perdida

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