El barrio

 
No voy a nombrar todos los barrios en que viví. Imposible recordar el primero, donde nací, porque mis padres me sacaron de allí, pese a mis protestas, cuando cumplí los siete meses de edad. 
Tampoco el segundo, que ocupamos por muy poco tiempo. Del tercero, sólo algún recuerdo borroso, en blanco y negro.
Guardo imágenes claras del cuarto domicilio, al que no voy a referirme tampoco. Sí de otro cercano al anterior, último antes de irnos a la ciudad que, si bien estaba ubicada en Paso del Cerro, en el departamento de Tacuarembó, se extendía hasta el otro lado del río, en el departamento de rivera, donde fui a la escuela y estuvimos casi diez años.
Fuimos a parar a la ladera de un cerro. Casa antigua, de piedra, rodeada de árboles, incluyendo frutales. Era alquilada y su dueño era un señor, ya anciano, de nombre Adriano Da Rosa, viudo, amante del truco y de las mujeres. Sobre todo jóvenes, según se decía. Cuando se enteró que mi hermano y yo sabíamos jugar al truco, se sintió feliz y no perdía ocasión de armar una partida de cuatro, habiendo otro aparcero. Además de jugar muy bien, usaba expresiones muy divertidas, en prosa y en verso, ya conocida, o de su propia cosecha.
Yo tenía que bajar unas ocho cuadras para llegar a la casa de doña Nena, que siempre tenía el mate pronto para invitar. Era viuda de un alemán que había combatido en la Primera Guerra Mundial, y que se dedicaba a la Medicina Alternativa
basada en el diagnóstico por el iris, la homeopatía, los yuyos y alguna panacea surgida en la época. Su hija mayor, vive actualmente, en Las Cañas, departamento de Tacuarembó, era muy linda y me trataba con cariño. El hermano mayor, hizo un curso de Contabilidad por correspondencia, se compró una máquina de escribir portátil y se empleó en un almacén de Valle Edén. Hoy se encuentra en Montevideo, y hasta hace poco, trabajaba en la Junta Electoral. El hermano menor es taximetrista en Tacuarembó. Nos entreteníamos con ellos, jugando al truco, la escoba y, a veces, al fútbol.
La granja de arroz de mi padre estaba a unas quince cuadras. como estudiaba, pocas veces iba allá.
No muy lejos estaba el pueblito y la estación del ferrocarril. El camino para ir hasta allá pasaba frente a la Herrería y Carpintería de los hermanos Assandri, que también elaboraban vino. Luego, la comisaría; almacenes, una Oficina de Correos y Telégrafos, la Escuela Pública, la fonda del Turco Curi (¿Árabe?), que no funcionaba desde que la gente de Minas de Corrales usaba otra estación; y un Consultorio de otro Médico sin Título, aunque universitario. No había ninguna farmacia, ni tampoco Policlínica.
La Estación era un punto de reunión social; la gente llegaba media hora antes que el tren. De repente se oía el fuerte pito anunciador, y todo el mundo corría para ver cómo la máquina llegaba, ruidosa, seguida de varios vagones de segunda clase y uno o dos de primera. Algunos se amontonaban frente a las ventanillas donde se encontraba el vendedor de diarios y revistas, para adquirir las noticias del día anterior o alguna revista: "Peloduro", "Rico Tipo", "Radiolandia", "Para Ti", "La Chacra", etc.
En la plaza de este pueblito había una canchita, donde a veces se jugaba al fútbol y yo, más de una vez até mi paciente caballo a un poste de alambre, y pasaba un buen rato jugando; como consecuencia legaba tarde a casa con la carne y los fideos para la cena.
Al mudarnos para más cerca podía ir a pie, con lo que el cuadrúpedo quedaba sumamente agradecido.
Hoy el pueblo no ha crecido mucho, pero ya tiene luz eléctrica, y hasta autos se ven por allí, cosa casi desconocida en mi época.
Para terminar, voy a contar un susto que me llevé cuando desembarcamos del tren por primera vez. Yo tenía unos cinco años y, de pronto se acercó un negro viejo, alto, para cargar nuestro equipaje, actividad que desempeñaba desde que se había accidentado, trabajando como peón en el ferrocarril. Yo me creí hombre muerto. Afortunadamente "Candimba", como lo llamaban, era pacífico y no devoraba niños crudos. "De esta me salvé", pensé aliviado, mientras nos dirigíamos hasta el carromato que nos llevó hasta el nuevo hogar.

Lothar Homrich
Taller de Escritura y Estilo de la Biblioteca "Carlos Roxlo", barrio La Teja (Montevideo)
Juan Ramón Cabrera - Coordinador

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