El muro
Daniela Hehus

Esto ya fue, antes hoy y después
yo estaré en un lugar, la ciudad
de los pibes sin calma…¨
F. Páez. 

Jóvenes, desocupados y con un murito libre en una de las esquinas del barrio.

En verano, fácil y cómodo sentarse a fumar, sin nervios, sin obligaciones, tranquilidad…

Y fueron uno, dos, tres y muchos meses que pasaron desde aquel primer mes de verano. Reuniones todos los días y a toda hora sin falta y así de esta forma, fue como empezó a crearse en todos una notable y rara adicción al Muro.


Éramos el Chueco, el Cholo, el Oso, Jerry, el Naranjo, Yo y los demás, varios más, siempre allí. 

Algunos pasaban largas horas sentados sobre el Muro, otros sentados en el piso pero recostados en él, mientras otros desde el cordón de la vereda sentados o de pie esperaban silenciosos que llegara su turno en la inquebrantable jerarquía del Muro.


Como un hogar de extravagantes costumbres y dimensiones, donde todo cabe, donde todo vale en esos tres metros de hormigón armado que se imponía dominante y se asentaba mucho mas firme que nuestras convicciones empapadas de juventud.

Y era allí donde todo pasaba y era éste como un resguardo del mundo en un rincón del mismo mundo que tantas veces nos sabía agobiar.


Éramos tres cuando empezamos a darle vida al Muro. En seguida la concurrencia en cuanto a clientes aumentó por lo que llegó un momento en que decidimos marcar horarios para evitar que la cuadra no estuviera atestada de gente de todo tipo. Caras ansiosas, curiosos, intrigados, alarmados algunos y descansados otros sobre el hormigón del Muro.


Y así de a poco entre risa y burla, vino y cerveza va y viene la marihuana, se detiene en el aire con su espeso humo cargado y vuelto a cargar como una voluminosa nube siempre a punto de explotar. Como una gran sonrisa que se te ha instalado en la cara y que no se va, ojitos chinos al sol y muchas otras cosas más; cuentos, secretos, inventos, amores perros, trances de alcohol aumentados por quien sabe cuantas pastillas de algo que metió de nuevo el Chueco en la botella…y otra vez: volar!

Ya desde el principio lo pude notar, fue cuando el aire se empezó a espesar; eran ángeles y demonios que recorrían silenciosos la cuadra.


En fin, el día a día hizo que el Muro se convirtiera en el hábito de muchos, el vicio de muchos que no podían evitar pasar por allí por lo menos un rato.

Y los horarios tuvieron que ser mas estrictos y los turnos de los pibes mas organizados. De 11 de la mañana a 2 de la tarde: el Cholo y el Naranjo; de 2 de la tarde a 6: el Pata y Yo, después de las 6 de la tarde el Tío y el Chueco se instalaban a vender, luego alrededor de las 10 de la noche llegaban Jerry y el Oso y ahí ya la cosa cambiaba…


Empezamos un verano para matar un poco el tiempo y poder hacer algo de plata para salir a la noche, nosotros estábamos siempre prontos para tomar otro trago más de vida nocturna.

En lo que era el día a día, siempre estaban los mismos, pero también habían otros que despertando con la luz artificial salían de sus cuevas y aparecían con la ansiedad dibujada en la mandíbula dura, silenciosos, abichados y desconfiados hasta no tener lo que fueron a buscar bien apretado en una de las manos. Y luego sí, hablan, cuentan, mienten por un rato, creen que descansan, van y vienen como ratones nocturnos evitando las calles de mucho tránsito y por sobre todas las cosas evitando que se les note esa mezcla de adrenalina, miedo, culpa y excitación.

Las noches con sus horas se consumían al igual que el alcohol y las drogas despuntando el día con alguna charla convertida en emocionada confesión. Llegaba el día y el Muro raudo ahí seguía albergando a aquellos,¨ los mejores amigos¨…

Y fue en este mismo Muro que lloramos y nos reímos y corrimos para llegar rápido a hacer el descarte cuando se complicaba con ¨los botones¨ y a volar con todo en menos de un segundo donde primero se atinara a llegar, a veces entre las ramas de los árboles, debajo de los adoquines, entre los techos o por donde sea que caiga, tan rápido como un latigazo de adrenalina recorriéndote el cuerpo mordiendo cada músculo, cada miembro y quedando casi sin respirar suspendiendo cada función vital. Siempre con cara de póquer, con un ojo en la nuca siempre y aprendiendo a diferenciar el ruido de cada motor de cada auto, cada vez.

Y así lo que empezó como un pasatiempo particular se convirtió en una forma de vida.

De a poco el Muro empezó a ser para muchos como partes del cuerpo indispensables para vivir, para funcionar. Y cada día llegaba mas gente, nuevos, figurados, amigos de amigos de…,los había muy raros así como también minas de pocas dudas y grandes necesidades urgentes.

Llegó un momento en que nos hicimos famosos entre los barrios, el Muro de la fama, de los comentarios, donde se dice que pasan cosas, donde sin saberlo nos están vigilando…Y muchos empiezan a mirar de costado, cruzan de vereda y rumorean cosas que corren rápido por las calles de todos lados.

Ahora nuestro murito de tres metros tenía grandes manos y piernas y salía solo a la noche a recorrer las calles de todos los barrios. Con su gran boca de dientes muy blancos exhalaba humo de su gran porro dejando a todo el mundo medio loco. A muchos no les molestó en lo mas mínimo esta actitud del Muro; cada vez teníamos mas clientes, casi siempre amigos de amigos de… Pero sucedió que otros Muros de otros barrios movidos por la envidia y la competencia se empezaron a inquietar. Creo que fue ahí que comenzaron los problemas. Y así, entre la sentida rivalidad de los otros Muros y la vigilancia de la policía, la cosa se complicaba cada vez más.

Quiero pensar que hubo algo en el ambiente que nos trató de avisar. Lo primero fue la puñalada que le dieron al Chueco y aunque no pasó a mayores el clima en el Muro quedo enrarecido, el aire se había tornado extrañamente pesado y todo parecía muy quieto.

Poco tiempo después caí, caí de un tiro de espaldas al pavimento y el dolor que insistente quería verme arrodillado desapareció avergonzado cuando alcancé la mano de mi hermano tan pálido que entre lagrimas, puteadas y cachetadas me exigía no dormir y al ver llegar a mi madre renegué de morir, su cara llena de mí, mi cara llena de ella me animó a seguir.

El tiro entró por la espalda y la bala supo alojarse muy cerca del corazón. Ya han pasado varios años y ella todavía está ahí incrustada en mi pecho como una extraña parte de mí que me llena de orgullo y no. La llevo en el cuerpo y a veces es amiga, es nostalgia, es aguante.

El Muro ya no existe mas, en su lugar hay ahora una gran reja.

Pero a veces me ocurre cuando paso cerca que me detengo un poco, miro de un lado a otro de la cuadra, miro la reja pero veo el Muro.Es por eso que prefiero mantenerme alejado es que hay algo en el aire que me observa callado, algo me llama y puedo sentir como se estiran sus manos. 

Sigo caminando, ya no miro para atrás aunque todavía siento el latido constante del Muro avisando que sigue vivo y que no está solo ya que se guardó como alimento un trozo de vida de cada uno de nosotros que comparte con los ángeles y demonios que gobiernan hoy toda la cuadra.

Y esto es algo que se siente apenas bajas por 2 de M…. y se sigue sintiendo aún durante unas cuantas calles más.

Daniela Hehus

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