La risa de la vieja
Daniela Hehus

La noche ha llegado a ofenderse.

Su oscura figura no es venerada sin descanso esta vez.

No alcanza a detenerme en su velocidad, el tiempo alrededor es más bien macizo y hay algo de sopor. De aceleración, nada.

La noche me cargará en su espalda sólo si ilumino un costado de su terreno.

El murmullo de los nadies casi no se puede escuchar y así los círculos se parten, se disuelven y se van.

Cierto tiempo ha pasado, los nadies vuelven con otros nombres, hacen gestos conocidos, quieren llegar a ocupar alguna de mis partes perdidas. Partes estas que hace ya tiempo se han disgregado y se han descompuesto en pequeños fragmentos que se esparcen con desorden por los rincones y no alcanzan a manifestarse están cansados y débiles solo existen como recuerdos.

Mis partes perdidas antes calderos hirvientes donde cocinaba la noche mis errantes soledades y donde eran condimentadas mis miserias para que se notaran mas dando como resultado el doloroso choque con la prolija realidad; esas partes simplemente ya no están. En su lugar cultivo la vida a plena luz del día y amanecen en mi los soles cada vez . En esta luz no hay sopor ni murmullos. Es en esta claridad donde ahora descanso lejos de las distintas penumbras nocturnas que en su momento supieron alimentar las bocas partidas y abiertas de mis miedos ocultos, miedos primitivos y hambrientos prontos a devorar salvajemente cualquier intento de olvidarlos, de dejarlos atrás.

Debo decir que durante muchísimo tiempo mis miedos todos y mis conocidas miserias supieron ir y venir por todos lados, visitaban diferentes barrios y visitaban por supuesto dos o tres Bares donde sabían que me podían encontrar. Yo los sentía llegar cuando aun siquiera estaban cerca, me buscaban con pasión y mucho esmero ya que una vez que me encontraban, dominaban con mucho arte como entrar en mi y hacer desplegar todas esas partes mías de génesis nocturna que me envolvían y hacían surgir todos y cada uno de mis lados oscuros. Una vez completa mi transfiguración, ya no soy más que otra figura marmórea mas entre la oscuridad del bar, entonces puedo ser ahora de muchas formas ya que la noche te esconde, te disimula, te dice que estás bien pero te miente, su exclusiva ceguera selectiva le impide ver bien.

Y así te seduce una vez más la promiscua y bisexuada noche. Te seduce como desaparece casi sin que se note su revuelta mezcolanza de seres, porque después que su aliento de humos nos cubre todos somos los moldes, todos somos pardos, somos grandes y pequeños nadies y aunque dolientes simulamos alterados una vivacidad pálida y conveniente. Entonces me miro al descuido en el vidrio de algún auto cualquiera que estacionado afuera del bar espera a su nadie nocturno y me veo decaer agobiada por el peso de mi rumbo.

Puedo sentir como la mirada se me tuerce sin control y se dilata. Y es ahora que voy despertando que siento que allí profundo me espera el fondo de mis lágrimas sin sueño hibernada en mi propio infierno.

Mientras las horas pasan, bufones burlones me desintegran.

La risa que quedó esperando en la otra esquina cabecea sola y quiere volver.

Adentro del Bar, brilla amarilla la botella sin más destino que quedar vacía; envuelta en vidrio solo desea mutilarte ante el mínimo descuido. Lo que queda de coherente pende solo de un hilo muy fino como la posibilidad de volverse hueco sin temor.

Pasó el tiempo, pasaron muchas cosas. El tiempo es honesto.

Y a modo de disculpas me trajo la vida a una nueva persona que a su vez había podido liberar su mente y cuerpo de la cautivante noche y sus lunas como tentadoras lenguas. Y así fue como nos encontramos los dos, estábamos muy heridos, manoseados, confundidos, superficiales. No solo teníamos en común la rara adicción a esta noche atractiva, mezquina y mentirosa sino que también ambos habíamos podido salvar muy dentro nuestro ciertos restos humanos, aquellas partes de uno que reales y puras no alcanzan a degenerarse ante ningún estimulo por mas poderoso y tentador que éste sea. Si bien los teníamos guardados muy muy adentro hasta el punto de haberlos olvidado por completo; ellos solos se reconocieron y lograron asomarse como puntas de deseos que rápidamente se reconocieron y se unieron en lo que hoy es un amor como no lo hay otro igual.

Y los miedos todos de a poco fueron muertos y sin más se destruyeron cuando se toparon con un par de ojos, eran los ojos del cielo, los poderosos ojos de nuestro hijo, que para siempre nos iluminan lejos, muy lejos de aquella vieja oscuridad sin vida.

Daniela Hehus

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