Huellas
Daniela Hehus

El cadáver resplandecía bajo la luz a medias del cuarto menguante que decreciendo influía en los fluidos de los seres despiertos de la noche.

Su rostro parecía dormir tranquilo, sus facciones no estaban alteradas a pesar de la eficacia con la que el mar lo supo alcanzar, ahogar, para luego vomitarlo en la orilla de la playa vacía.

Con los ojos cerrados se alcanza a distinguir mejor la textura de su piel que aun llega a enmudecer a todo un olivar maduro y pronto, sabroso y asombroso en todas sus formas.

De no ser por la arena que parcialmente tapaba su cuerpo de forma desordenada, de no ser por el agua de la orilla que lame una y otra vez sus tobillos desnudos, se podría decir que dormía placido.


Así era que el cadáver anónimo, sin orígenes, privado de luces, descansaba tranquilo al borde de la playa quieta, sujeta al viento del Norte que desciende sus niveles hasta engrosar las orillas.


Entonces fue como tropecé con dicho cuerpo, que no podía reflejar mi imagen de asombro en el espejo de sus pupilas apagadas. Quise entonces, tocar con mi pie, vuelto ajeno a mis formas, la superficie de aquella piel. Quería sentir lo mismo que aquellas olas que una y otra vez, lo alcanzaban inconscientes, ausentes de toda pena.

El cuerpo ni oía ni respondía y las palabras que quise dejarle se volvieron muy livianas y partieron mezcladas con el viento del lugar.


Sus ojos ya no están cerrados, se abrieron inmensos respondiendo al constante movimiento del mar como un balanceo. 

Y puedo ver como el cadáver me mira desde su rostro desconocido y es en ese momento que aquel cuerpo sin vida comienza a formar parte de todas aquellas cosas que no se pueden olvidar. Porque no puedo olvidar la extraña tranquilidad de su rostro mirando de frente a la luna que menguando sin pena por él, lo alumbra en su estática posición allí en la orilla, cubierto de a ratos por la espuma como lágrimas de algunas olas que no se cansan de llegar.

Siento como queda impresa su huella en mi cara, veo como impregno su rostro inerte de todas mis impresiones.



Pasó el tiempo; el cadáver ha podido llegar más allá de sus posibilidades y me sigue porque he despertado su imagen; lo hice aun sin mencionar ninguno de sus tintes violáceos, ni de sus partes hinchadas y aun así, él cree firme que mi posesión quizás lo eleve.

El cadáver ha dejado una marcada impresión en mi recuerdo, así es que ahora puedo sentirlo colándose intruso en mi cama y reclama un espacio para su ser vuelto papel en el tiempo, vuelto tan solo un lejano recuerdo para muchos y hecho dolor para otros que sabrán decir su nombre completo cuando lo requiera la ocasión, como si el tiempo no hubiera pasado, como si el frío no lo hubiera congelado.


Salgo buscando el ruido, el ruido de la noche que hipnotiza y mueve y que sabe dejarnos muy quietos entre la bruma del bar.

Mi muerto hace tiempo ya, que no descansa más sobre las orillas del mar. Su cuerpo yace ahora en algún lugar sin pequeñas olas que lamieran sus pies, algún lugar sin corrientes para que se tatúen con la arena sus costados asombrados de quietismo.


Quizás al nombrarlo, todavía pueda el cadáver aceitar alguna piel en el camino de la lágrima o quizás aun se ahogue una garganta por la pena de saberte cadáver inconcluso, de carecer de formas, de estar vacío, sin sangre, de no poder humedecerle el rostro, que ya no te pueda mirar y llorar hacia la nada la pena que acompaña la huella perpetua de su rostro para siempre en mi cara.

Daniela Hehus

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