Gabo, el memorioso
Luis D. Gutiérrez Espinoza

Dicen que era un feliz viandante que llegó de Aracataca, una ignota estación de trenes junto a una, igualmente, perdida estación de telégrafos, que si ciertamente los comunicaba con medio mundo, luego y al tiempo, el otro medio mundo restante puso los ojos en ellas.

Y Aracataca, tan minúscula en Colombia, de ahí en adelante, nunca más fue la misma.

Dicen también, se llama Gabo. Gabo simplemente así a secas, porque ninguna seña más le hace falta para que todos lo reconozcan y lo saluden. Es que el hombre está signado por los dioses, dicen, ¿no ven que fue el único que vio a Remedios, la bella, ascender al cielo en alas de mariposas amarillas?, ¿acaso no recuerdan que fue el primero en proteger a la cándida Eréndira de los mil y un tejemanejes de su abuela desalmada?, ¿qué, no saben él tuvo el privilegio de admirarse, ver y palpar, en pleno trópico y ante el estupor general, el hielo que exhibían los gitanos del circo y escribir las cartas esas que en sus soledades religiosamente enviaba el coronel Aureliano Buendía para reclamar sus derechos?

Sí, Gabo, ese mismo Gabo que en duos y sones de merengue caribe, hizo llover café en el campo y el olor de la guayaba, anidando en su corazón, como que lo encendía y lo animaba y lo fortalecía, especialmente cuando en una de esas echó a andar sus doce cuentos peregrinos y por insólito que parezca, gracias a ello y muchas cosas buenas más, se ganó cien años de perdón. Gabo pues señores, el hijo predilecto de la Mamá Grande que en Macondo y en miles de leguas a la redonda, puede andar tranquilo y seguro, fielmente acompañado y cuidado por los ojos de su perro azul mientras Nabo, el negro que hizo esperar a los ángeles, le va preguntando, sin el menor aspaviento ni discreción ni pudor, cómo era eso de la viuda de Montiel o cuando en la noche de los alcaravanes, se apareció por esos lares, el ahogado más hermoso del mundo y un señor muy viejo con unas alas enormes, les vino con la novedad de que en este pueblo no hay ladrones, sino y solamente, la siesta de los martes, que un día de esos seguramente ha de convertirse en el verano feliz de la señora Forbes, porque de que le gustan las encamadas, claro, le gustan. Es más, le encantan y la alocan don Gabo, yo se lo garantizo, le dijo muy convencido el negro Nabo, que para estos y otros asuntos, era como un cuete fiestero con harto ruido y harta pólvora.

Y entretanto aquí abajo y semejante a como el amor en tiempos del cólera, el mundo se descalabra porque la crónica de una muerte anunciada, recorre todos los noticieros radiales y televisivos y todos los diarios sensacionalistas haciéndoles eco, proclaman además que la mala hora está cerca, porque Gabo se nos va, se nos va yendo de a pausas y aún así, como que tuvo tiempo para abrir su memoria a sus putas tristes. Tristes efectivamente, porque ya no lo ven o ya no se deja ver el muy sabido, máxime que lo extrañan y era el único que las hacía reír y sonreír complacidas, con tanta charla suya y cada ocurrente pendejada, según refiere la tía Petra Cotes y la zamarrota esa de Rosa Cabarcas, que en verdad de puta, lo que se dice puta loca, no tenía ni la pinta, solo que de vez en cuando o de cuando en vez y a lo franco, le bacilaba, con quien quisiera o con quien pudiera, jolgoriar las piernas…

Arriba y pacientemente Dios se alisa el pelo y echándonos una ojeadita, ve que el otoño del patriarca y toda la jodida soledad del poder que lo rodea es nada, porque como el coronel no tiene quien le escriba, la tristeza día a día lo carcome y como que lo arrincona, como que lo olvida…al extremo que el pobre viejo se pregunta ¿¡quién carajos soy yo!?, porque el tren de la bananera pasa lleno a rebosar y ya no recuerda qué grandísimo vecino de la hojarasca aledaña a sus propiedades, le ha informado fidedignamente, jura y rejura el muy chismoso así realmente es, de que a unos parientes suyos, lejanos sí y sin embargo, su sangre al fin y al cabo, les ha nacido un hijo con un rabo de puerquito y que por instinto se le enrolla en la divisoria del trasero. Y ahí que se la esconden y ni se le nota don Aureliano.

Dicen, oiga usted señor coronel, que Gabo suele coger el tren e indistintamente, bien sea por la ruta de Macondo o la de Aracataca, le da la vuelta al orbe entero metido dentro de un libro o embutido en un libro, a modo de traje distintivo dicen, porque para él, no existe mejor manera, de ahí que el hombre tenga memoria, tenga… ¿cómo se dice?, feeling pues, caso contrario, ¿cómo podría conocer tanto, cómo podría hablar de tanto y tan fluido y tan colorido, oiga usted mi coronel? Dicen que en una de esas vueltas, Gabo se encontró cara a cara con el diablo y este, estaba recontra enojado y le increpó feo por todo el desmadre que había provocado con eso de los libros y las historias que narraba y Gabo, muy suelto de huesos y mirándolo de frente, incluso desafiante creo yo, nada más le contestó que eso fue como un don mágico y maravilloso, como un hermoso y sano oficio que adoptó para vivir óptimamente la vida y alegrarle la vida a la gente. ¡Hey!, pero eso ocasionará que todo el mundo te recuerde, le dijo muy preocupado y hasta casi celoso el diablo y Gabo, ingenioso como siempre, le retrucó: Sí pues, que le vamos a hacer, ese es mi destino. Que todo el mundo me quiera y me recuerde por lo bien que hice, por lo bueno que di… per sécula seculuorum, ¿y a ti diablo?

Luis D. Gutiérrez Espinoza

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