Salvarse uno mismo  

(selección de la novela)
Ruben Guastavino 
el_guasta@yahoo.com.ar
  

¡Muchacho, corre y escóndete!

 

El día 21 de Agosto de (19…), al llegar a las proximidades de mi casa paterna, pude ver varios hombres con armas de guerra, disimulados en la puerta de entrada.

       

Todos vestían traje de calle, corbata; y llevaban en sus manos aparatos de comunicación de los llamados “Walkie Talkie”.

       

Rápidamente, traté de “escabullirme” por una calle lateral con tan mala suerte; que a los pocos metros fui sorprendido por otros hombres del ejército que llegaban presurosos en varios Jeeps de aquellos, utilizados en los cuarteles militares.

       

Al ver mi actitud, me dan la voz de alto. No acato esta orden y emprendo la fuga amparado en la oscuridad. De inmediato, siento detrás de  mí el estampido de varios disparos y poco más allá; caigo herido en una de mis piernas.

       

Me esposan, y trasladan a un lugar desconocido.   

       ......

Desperté un día inmovilizado, atado sobre una camilla de enfermería. Vi una puerta grande, de dos hojas, y dos oficiales del ejército haciendo guardia; uno a cada lado.

      

Se trataba de una sala bien iluminada, sin muebles, con varias columnas de cemento en el centro y pequeñas ventanillas enrejadas en lo alto de la pared.

       

De pronto, un soldado se acerca y me coloca una capucha de paño negro que me cubre hasta el cuello y me priva de la visión.

       

Luego, me sujetan a la cama con esposas en las muñecas y “grillos” en los tobillos.  Los ajustan, tirando fuerte hasta asegurarse que están firmes, luego se retiran.

       

Comprendo que estoy herido, por llevar un vendaje en mi pantorrilla que poco me molesta y me llegan lastimosos gritos de dolor provenientes de las cercanías.

       

Poco después los veo regresar. Me miran amenazantes y me llevan rodando, acostado sobre la misma cama de hierro a otra habitación menor. Cierran la puerta y me dicen que soy un numero 257, que debo recordarlo, porque así me llamarán en el futuro.

                  

En este momento entra otro hombre encapuchado, y me pregunta

                         

–¿Vas a “cantar”.

 

Si quieres que cante para ti, busca una guitarra, y al menos ponte ropa de puta. –Le respondo.

Al tiempo regresan para repetir el interrogatorio. Les digo que soy obrero de la fabrica (....) Que me llamo Eddie Rivera, luego guardo silencio.   

     

Aparece un nuevo verdugo. –¿Que le están haciendo al “Pibe”? ¡Vamos, fuera de aquí milicos imbéciles! 

 

–Ordena, y todos se retiran.

       

–¡Soy amigo de tu viejo botija! Trabajamos juntos en jefatura. Él, me pidió que haga algo por vos; le debo un favor ¿sabes? Y los favores hay que pagarlos. ¡Tu viejo... un día me salvó de un lío muy grosso! –Es un milico de ley tú viejo.

       

Me ha dicho que tienes tercer año de facultad. ¡Entonces, no entiendo cómo carajo te metiste con esas mierdas;….

Pasan algunas horas; no sé cuantas. Se escucha música clásica a todo volumen. Se trata de la opera “Vals del Emperador” de Strauss. –La reconozco porqué frecuentemente la escucho cantar tararear a mi madre. –Luego, oigo corridas y gritos de dolor.

       

–¡No me torturen mas por amor de dios, estoy  embarazada–! –Es  la  voz doliente de una mujer pidiendo clemencia.

       

¡Ahí, recién comprendo todo lo que también me espera!

       

Al Rato ingresan los mismos que estaban parados en la puerta y me quitan la capucha verde para ponerme otra negra, sucia de sudor y sangre, con un fuerte olor almizclado. –Luego, me arrastran violentamente hasta una sala contigua.

       

Al llegar, reconozco a dos de quienes me detuvieran. –Ahora, ambos usan pantalones de jean y botas de goma negras, de media caña. 

No puedo precisar el tiempo que permanecí inconsciente. Ahora, me encuentro sobre la parrilla, esposado y con los grillos sujetos a mis tobillos.

       

Cerca de mí lo veo a “el Águila”. –Es mi compañero en el sindicato–, también en el piso pero de posición fetal, sin capucha y aparentemente inmóvil. –Aunque está colocado bajo una potente lámpara de luz; apenas alcanzo a reconocerlo.

       

Tiene el rostro cubierto de sangre seca y los cabellos pegados a la cara. Su ropa sucia, embarrada, y lleva un solo  zapato: –El izquierdo.

       

En su boca hay un feo coagulo de sangre oscura. Lloro, tiemblo, sollozo. –Es que la pena y el terror se han apoderado de mi sentimiento.

       

Le hablo nuevamente pero no me responde. Tiene los ojos abiertos, grandes, fijos, y muy blancos. –Todo contrastan con su piel oscura.

       

¡”Águila, hermanito”! ¿Que te han hecho estos hijos de puta? –Le digo. Pero es en vano comprendo que está muerto. –Que lo pusieron cerca de mí, solo para acobardarme.

       

Ahora  puedo ver sus manos, están llenas de llagas como su  rostro y a su pie desnudo. Veo que le faltan las uñas de una mano, en su lugar resalta la carne violeta y desgarrada

……

         

¡Estamos cerca de una base militar! –Pienso–, porque oigo ruidos de helicópteros al despegar, mientras lloro desconsolado por la muerte de mi fiel amigo y compañero

       

–¡Hijo de puta! ¿Aun te empecinas a no responder? ¿Acaso no has visto lo que hacemos con quienes no colaboran? –Es “el Guanaco”, esta vez si, repite el “escupitajo”. –Le respondo mirándolo con hondo desprecio.

         

–¿Cómo quiere que hable si solo  se  cosas  referente  a  la fábrica? –Soy delegado de sección, no tengo influencias ni mando en el sindicato.

……

       

Despierto completamente dolorido y creo haber sufrido una pesadilla. No consigo precisar con exactitud cuanto tiempo duró la tortura. Nadie llega, trato de pensar pero no puedo; estoy desequilibrado y el terror me paraliza.

       

Rato después llegan un médico y una enfermera, ambos visten uniforme militar. –Somos del (OCOA) me dicen.

       

Después me enteré que (OCOA) es el llamado. Grupo Coordinador de Operaciones Antisubversivas Argentino, y que “el Guanaco” es el jefe de este grupo de sádicos pervertidos.

             

Despierto completamente dolorido y creo haber sufrido una pesadilla. No consigo precisar con exactitud cuanto tiempo duró la tortura. Nadie llega, trato de pensar pero no puedo; estoy desequilibrado y el terror me paraliza.

       

Rato después llegan un médico y una enfermera, ambos visten uniforme militar. –Somos del (OCOA) me dicen.

       

Después me enteré que (OCOA) es el llamado, Grupo Coordinador de Operaciones Antisubversivas Argentino, y que “el Guanaco” es el jefe de este grupo de sádicos pervertidos.

       

Me llevan a la enfermería, me quitan toda la ropa y me revisan. –Luego, me arrojan y me atan sobre la colchoneta mojada.

       

La noche siguiente soy llevado al mismo lugar de la tortura. –Todo es igual, solo que en esta ocasión, los del (OCOA) se encargarán de hacerme cantar.

       

Sus figuras me provocan temor y en medio de mi tormento; todos se me presentan con aspecto de miserables asesinos.

       

–¡Le daremos unos antiinflamatorios; creo que las quemaduras no han sido graves! –Dice el doctor a la enfermera y luego se dirige a mí:

        ......

Estoy en un oscuro calabozo de la jefatura. Es de mañana, lo sé porque  siento olor a café y están baldeando los pisos.

       

Nuevamente como ayer y como todas las noches que pasaran, los pasos del verdugo resuenan llegando desde el exterior. –Toscos, groseros, amenazantes.

       

El ruido de las llaves, rebota contra la pared su música pétrea y angustiante, que nuevamente tintinea en mis oídos como él más descriptivo vehículo del terror.

       

El represor, rasga al aproximarse el silencio cómplice de la calma, amparado en aquella conjura espeluznante que bien puede ocultarlo todo:

 

El juzgado de turno

 

¡Me obligaron a desvestirme completamente! Quieren asegurarse antes de llevarme frente al juez militar, que no guardo armas ni algún otro elemento con el cual auto flagelarme. –Esto, me llenó de ira y humillación.

       

Soy un hombre honrado, que va a ser acusado como a un vulgar delincuente. Pero aún sabiéndome a la sombra de una injusticia, juro que habré de hallar “la luz de la libertad”. –¡No aceptaré vencido, el castigo que me tienen reservado!

       

Esta casta autoritaria que ha tomado el poder por la fuerza, odia y condena a los luchadores sociales, pero muchos de quienes hoy nos condenan, no pueden “arrojar la primera piedra” porque de alguna forma, el delito forma parte de sus vidas.

       

Tal vez deba estar encerrado varios años de mi vida, pero mi mente y mi ambición permanecerán libres: –¡Infinitamente libres!

       

El punto central en la lucha del hombre, está cifrado en el derecho a la libertad; es la facultad natural que poseemos todos los individuos.

       

He leído alguna vez que subjetivamente, el estado humano de motivación es el opuesto a la apatía. –Particularmente me encuentro pleno de motivación y coraje en espera del señor juez encargado de decidir mi futuro.

       

En tanto así pensaba, todos los presentes en la sala apuntaron sus miradas al hombre que de pronto irrumpió al oscuro despacho del juzgado de turno.

       

Rígido, avasallante, intempestivo. –¡Tan alejado de la verdad  y la razón!

 

“Las jaulas”

 

¡Estoy próximo a la tumba! –Me lamentaba lleno de pena.

       

¡De pronto llegamos a la prisión! Se abrió un enorme portón de hierro y el vehículo entró al interior custodiado por varios verdugos armados con fusiles y carabinas. –¡Me impresionó el enorme muro pétreo que rodeaba el edificio!

       

Era una mole oval, fría y claustrofóbica; pintada de color amarillo con decenas de ventanas enrejadas. –Por ellas, asomaban su cabeza los presos. –Continuos, histriónicos y desgraciados.

       

Se los veía afanosos, empeñados en inspeccionar la “nueva mercadería” que llegaba a poblar aquellas jaulas, y tal como las fieras hambrientas, olfateaban, acechaban y se regocijaban con la presa abundante en carne nueva y rozagante que aparecía de pronto, débil y desamparada.

       

En cada esquina, como en las mitades del alto murallón; pudimos ver hombres con fusiles, vigilando con esmerada atención hacia el interior unos… y otros hacia el exterior. –Luego, en fila india sorteamos una reja alta y ancha, tras de la cual nos esperaban otros guardias armados. Todos llevaban chaquetas de color amarillo con grandes bolsillos a su costado y unas correas gruesas, entrecruzadas; les recorrían hombros y espalda  hasta sobrepasar la cintura. Vestían pantalones negros, de gruesa tela, con ribetes grises, y calzaban consistentes botas de cuero; también negras y lustrosas.

       

Ya al llegar, fuimos recibidos con miradas torvas y gestos intimidantes por aquellos “lobos del patíbulo”   

inútil!–  Me golpearon brutalmente, sin misericordia, sabían muy bien dónde pegar. Luego, me cargaron entre varios verdugos y me arrojaron como a una sucia bolsa de excremento en  “La Amansadora”, el mísero calabozo. –“La Tumba inextensa” que impone el terror y la demencia en pocos días.

 

“Los calabozos de la muerte”

 

No puedo precisar el tiempo que permanecí inconsciente. Pero al despertar, sentí que un dolor desbordante abarcaba todo mi cuerpo. –Tenía varias contusiones sobre mi cabeza y una gran inflamación debajo de la mejilla derecha.

       

Fue la sensación de soledad, más devastante que tuve a lo  largo de  mi  vida.

       

En resumen, me han dado “una feroz golpiza” que no olvidaré por el resto de mis días.  Pero  aún  estoy  pleno  de  valor. –¡Nunca lograrán someterme! –Pensé, tratando de acrecentar el ánimo que necesariamente se apocaba.

       

¡Debo reiniciar la lucha, desde este momento, comenzaré a pelearlos palmo a palmo! –Me prometí–. Luego, quise incorporarme pero apenas intenté dar un simple paso, un dolor devastador me recorrió el cuerpo.

 

Nuevamente. “Los calabozos de la muerte”.

 

¡Desperté, como un cadáver abandonado en medio de la mierda! Una vez más padecí horribles dolores, en el pecho, la cara, y las extremidades. Además, me costaba un enorme esfuerzo respirar.

       

Quise incorporarme pero fue tan intenso el dolor, que solté un grito inhumano salido desde las tripas. Comprendí que estaba fracturado, traté de gritar pero me resultó imposible, el sufrimiento era tan intenso que me paralizaba.

       

Utilizando mi brazo izquierdo, palpé apenas mis mejillas y comprobé que mis labios estaban muy inflamados. Sentí temor de morir allí abandonado por los verdugos, perdí el conocimiento y me hundí en las tinieblas más profundas; donde sólo acceden aquellos que son arrojados al mismo umbral del infierno.

       

¿Cuáles traumas sufrirá un hombre que ha pasado tantos meses de confinación solitaria? Gime como un loco abandonado en el túmulo de su caverna oscura. Implora piedad, tratando de hablar en voz alta para que su grito taladre dramáticamente aquel muro que lo encierra.

      

Su memoria se desactiva, habla consigo mismo al principio de su pena, luego delira, maldice y se sugestiona.

       

Trata de no quebrarse en los escasos momentos que consigue pensar racionalmente y solloza; solloza porque ya no puede soportar la miseria de la soledad.

       

Ve en su derredor flotar las figuras horrorosas de todos aquellos estados en que las percepciones delirantes compiten entre sí. Se retuercen, se bifurcan, se arrastran, van y vienen en un trámite de horrores que poco a poco lo enajena.

       

Es el resultado directo del castigo inmoral. En aquellos calabozos tan inhumanos no sólo se encierra al prisionero; se lo aísla del resto del mundo, se lo somete a una cuantiosa presión y el desdichado, acumula por esto hondos problemas de comportamiento. En noventa días de confinamiento solitario, el recluido muda su personalidad, se transforma en un ser agresivo, sanguinario y violento.

       

Se hace autista, porque el mismo dolor comienza a convertirse en una adicción necesaria. Se pasa de un estado mental eufórico a la depresión añadida en un instante Se es una persona diferente, un autómata implícito porque ya  palpita en él un ser propio de los calabozos de la muerte, del aislamiento más peverso dado a un “hombre muerto en vida”.

       

La mayoría de los individuos sometidos a este padecimiento, a este horror sostenido con pertinacia, si no son asistidos por su propia conciencia pronto se quiebran física y moralmente. Los rasgos característicos del humano, mutan en los de un bicho raro, incapaz  de comportarse de un modo racional.

       

La galopante deformación mental y las presiones inmediatas, ponen a prueba 

Ruben Guastavino
de "Salvarse uno mismo"

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