El Jazmín del Poeta
Washington Daniel Gorosito Pérez

Aquella tarde, al igual que tantas otras, Don Giusseppe cargaba su canasta de jazmines en el brazo izquierdo. La rambla montevideana se extendía hasta perder su serpentear en el horizonte.

 

Era domingo, ese día tan especial añorado durante toda la semana. No con el objetivo de las parejitas jóvenes que veía pasear alegremente de la mano y lanzarse miraditas provocativas y susurros al oído. Pero, ¿Qué hacía él ahí?

 

Su pregón con acento siciliano,”jazmine, jazmine, jazmine, jazmine”; no sonaba extraño en un joven país que había abierto de par en par sus puertas a la inmigración. Por momentos la ciudad, se comparaba con la Torre de Babel.

 

Chispazos llegaban a su mente de su pobre infancia insular, una adolescencia en los olivares trabajando a brazo partido. Luego , la gran decisión: ir a hacer “la América”.

 

Los comentarios vertidos en las cartas por los ya idos, se hacían gigantes en la repeticiones de las madres del pueblo.

 

El viaje, él y Antonieta solitos con su amor y sus sueños hacia tierras extrañas,

después, el accidente en la fábrica. Su saldo: la pérdida de la mano izquierda.

 

Adiós al trabajo, bienvenidas las necesidades. Y como si fuera poco, casi inmediatamente la enfermedad de Antonia. Los pocos ahorros se fueron en medicinas, doctores, una cuidadora y para colmo de males, un desenlace trágico.

 

Sólo le quedaba el consuelo de haberla amado como a nadie. La soledad se hacía insoportable, los recuerdos más.

 

El ver esas parejas de jóvenes no  le despertaba envidia; era un hombre bueno; pero el pensamiento era “que no fueran a sufrir como él”.El domingo significaba buenas ventas y el recuerdo de las caminatas por la rambla con Antonia.

 

 

Sin importar clases sociales, la sociedad montevideana se encontraba allí en pleno las tardes de domingo. Los galanes obsequiaban blancos jazmines a sus amores.

2

 

 

Había decidido cambiar de sitio; la inauguración de la mole blanca, bautizada con el nombre de ”Parque Hotel”, llamaba a los curiosos hasta formar multitudes que observaban el coloso de color blanco.

 

Pasaban dos paseantes a su lado y comentaban lo maravilloso de la obra, oyó decir a uno de ellos que ”era de estilo eléctrico y afrancesado”.

 

Corría el mes de abril de 1919, en Uruguay se vivían años de bonanza, exportando materias primas al viejo continente.

 

La clase alta a través de frecuentes viajes a Europa, adquiría un modelo de vida, a imagen y semejanza del parisino de la época, conocido como ”Belle Époque”.

 

Montevideo, su capital, se erguía junto a su hermana Buenos Aires de allende el Plata, en centro económico y cultural del momento. Y Giusseppe aportaba jazmines.

 

Una tardecita otoñal, vio llegar a un hombre delgado, enjuto, de ojos tristes, calva pronunciada sobre la frente; traje gris impecable, y un caminar lento, pausado.

 

Éste, se inclinó sobre la canasta, le entregó un peso oro, tomó un jazmín y lo colocó en la solapa derecha del saco.

 

Giusseppe al querer darle su cambio, recibe como respuesta un leve ademán con la mano derecha y la palabra”gracias”.

 

El caballero se retiró lentamente, cruzó la avenida seguido por la mirada del vendedor. Su pago correspondía a la venta de media canasta; sólo quiso una para el ojal.

 

Y entró en el Parque Hotel.

Giusseppe sonrió, tomó su canasta; la llegada del misterioso cliente coincidía con las últimas luces del día; un sol carmesí, moribundo, se reflejaba en el agua.

 

Se fue caminando lentamente con el peso de los años a cuestas.

 

 

3

 

Al día siguiente, decidió caminar por la rambla, la brisa se sentía fría, pronóstico de un invierno crudo y tempranero. Esta era la peor época del año para las ventas.

 

Su amigo Mario, el florista,  después del accidente lo había metido en el negocio “Venda jazmines, es como la flor nacional, a todos les encanta”.

 

Había tomado la canasta que estaba arrumbada en un  rincón del dormitorio; bueno era un decir, era la única habitación multifuncional, exceptuando el baño.

 

Esa canasta era la que Antonia usaba para vender “Pannetone” casero, que amasaba con sus propias manos.  ¡Cómo extrañaba aquellos olores!.

 

Con esos recuerdos en su mente y sin darse cuenta llegó frente al Parque Hotel. Se sentó en el muro de cemento frío, la canasta a su lado parecía estar rebosante de copos de nieve.

 

A lo lejos se divisaba la Isla de las Flores. Según le contaron, llevaba el nombre por un ex-presidente que tenía ese apellido e hizo construir una cárcel en la misma para sus opositores.

 

El vuelo de una gaviota, casi suspendida en el aire, parecía marcar el sendero por el que venía aquel hombre caminando.

 

Se le veía encorvado, con su mirada en el suelo. Al llegar donde Giusseppe, metió su mano en un bolsillo del saco, extrajo un peso de oro y tomó el jazmín; repitiendo el ademán de días anteriores, lo llevó hacia la solapa, colocando la flor.

 

Con voz varonil agradeció y cruzó lentamente la calle, luego de dejar pasar un Ford T con su acostumbrado ruido, y se metió en el Parque Hotel.

 

Don Giusseppe apenas alcanzó a contestar el saludo; nuevamente declinó recibir el cambio cortésmente.

 

Al extraer la flor de la canasta; el caballero fue observado minuciosamente por el vendedor.

 

Éste miró atentamente una bandera en la solapa izquierda del hombre.Tenía los mismos colores que los de su lejana Italia, se diferenciaban por lo que parecía ser un águila en el centro.

4

 

 

No se atrevió a preguntar.

 

Mueren los días, la brisa se convierte en frío, lo acompañan lloviznas. El agua corre raudamente por los cristales de la ventana.

 

Giusseppe decide visitar a Gianni, un Paisano que vende periódicos.

 

Con él practica el trueque. Después de platicar sobre sueños no realizados, le deja un ramo de jazmines para su esposa y trae periódicos viejos con los que envolverá su mercancía.

 

Ha pasado el mediodía, sube al tranvía y regresa a casa.No ha parado de llover, otro día perdido. Deja los periódicos sobre la mesa, se prepara un té y se sienta a ojearlos.

 

Toma al azar un ejemplar del diario “El Día”, el del Partido Colorado. Al ver la primera página, sus brazos se ponen tensos, la respiración se entrecorta, aprieta el periódico.

 

Ve la foto del hombre de mirada triste, el caballero misterioso; el titular a varias columnas rezaba:”Al amanecer de este día, los médicos rodeaban su lecho”.  Entre ellos no había consuelo: lo inevitable era inminente.

 

La dolorosa noticia circuló inmediatamente por toda la ciudad de Montevideo, el poeta Amado Nervo había fallecido en Uruguay. Se conoció en su patria lejana y en el mundo.

 

Nubes oscuras epilogaban la jornada. Continúa lloviendo muy penosamente.

Levantó los ojos del periódico en los que tenían lagrimas de verdad.

 

Era él. El caballero del jazmín en la solapa. ¡Estaba muerto!

Washington Daniel Gorosito Pérez 

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