Don Quijote: intelectual y revolucionario
Lic. Washington Daniel Gorosito Pérez

A Eulalio Ferrer Rodríguez (QEPD)

Don Quijote es el primer intelectual reconocible en Occidente: es el primero del que se sepa tuvo una biblioteca personal. En la realidad y en la ficción, tanto el histórico Montaigne como el fantástico Hamlet fueron grandes lectores, pero de Alonso Quijano hasta sabemos cómo era su biblioteca.

 

Y ello es importante, porque las bibliotecas personales sólo se hicieron posibles con la llegada de la imprenta: antes sólo disponían de ellas los abades y los obispos, y esos libros no estaban sujetos a la interpretación personal del lector.

 

Cuánto debió leer el pobre Quijano para que la lectura le revolviera el juicio y “le secara el celebro”. La tesis de su locura debida a los libros es la primera evidencia de su condición intelectual. Porque el intelectual es alguien en cuyo destino los datos culturales y la reflexión prevalecen sobre la inercia de las emociones y los deberes.

 

Después de dedicarse febrilmente a leer, Quijano decidió convertir en realidad lo leído, y esa es una segunda condición del intelectual, el deseo de transformar el mundo, de acuerdo con las nociones y los ideales que ha concebido hablando con sus libros.

 

Hasta entonces, todos los grandes héroes de Occidente estaban sometidos a alguna autoridad: los héroes de la Ilíada sujetos a la voluntad de sus dioses y sus reyes; los paladines del ciclo de Bretaña al rey Arturo; Orlando y Oliveros a Carlomagno.

 

Don Quijote se alza a luchar sólo por sus convicciones, no está sometido a nadie, se enfrenta con el mundo para tratar de imponer una visión de la realidad que contraría a los otros. Este nuevo tipo de lunático es un intelectual.

 

Tal vez presiente ya lo que después nos dirán los filósofos y sociólogos: si una sola persona cree algo, eso puede ser una locura: si millones lo creen, es una cultura.

 

Movido por sentimientos filiales, agraviado y resentido, el príncipe Hamlet concibe una venganza, y por el camino llega a estar en conflicto con todo lo existente: con la autoridad familiar y política, con las convenciones sociales, con las tradiciones de su mundo.

 

Acaba por poner en cuestión el universo entero, y su discurso roza la legitimación del suicidio. Pero es curioso que la frase más elocuente de una voluntad suicida en Shakespeare no se encuentre en Hamlet, donde estaba su lugar, sino en Romeo y Julieta.

 

Romeo la pronuncia pero cualquiera se da cuenta de que esa frase no corresponde a ese jovencito impaciente que no ha tenido tiempo de vivir y que no suele reflexionar demasiado. Es una frase de Hamlet, que por un accidente de la literatura no se le ocurrió a Hamlet: “¡Y sacudir de nuestra carne, harta del mundo, el yugo de las infaustas estrellas!”.

 

Hamlet está en conflicto con todo, pero, poseído por la duda, no logra pasar a la acción. Siempre se alzan las vacilaciones, las consideraciones. “Lento en las antesalas de la venganza, escribe Borges, prodiga concurridos monólogos y juega tristemente con la calavera mortal”.

 

Hamlet jamás será capaz de transformar nada: es demasiado intelectual para ser hombre de acción. Don Quijote, en cambio, es fundamentalmente un hombre de acción. Si los libros lo han convencido de que hay que hacer algo, se lanza de inmediato a hacerlo, aunque el cura y el barbero lo consideren disparate.

 

Tiene la ventaja incomparable de que el mundo que lo rodea, aunque no lo comprenda, no lo abandona. Sancho Panza es esa encarnación española de la credulidad del pueblo, sabio en sus abismos, lleno de memoria y proverbios y fiel a las costumbres, que aunque advierte que el hombre esta loco de sueños nuevos y conductas intempestivas, lo sigue con abnegada lealtad. Alguien tendrá que ayudar a ese caballero delirante a salir de los problemas en que lo hundan sus sueños.

 

Para lo que han servido los libros en esta fábula es para fortalecer la voluntad, la idea de que el ser humano puede enfrentarse a sus costumbres y sus tradiciones, y tratar de imponer en el mundo otros sueños: de justicia, de heroísmo, de desprendimiento.

 

La aventura de Don Quijote es de una pasmosa originalidad, y hasta logra producirnos la sensación de que los otros son seres de ficción y él, en cambio, profundamente real. Esta paradoja es importante: Don Quijote, logra comunicar de tal manera su realidad, que, frente a él, seres que existieron realmente parecen dudosos.

 

Con Don Quijote, con esa mezcla española e heroísmo y locura, una manifestación casi desconocida de la voluntad entra en la historia. Por algo el tiempo posterior se llenó de personajes quijotescos: hombres y mujeres que creyeron en unas ideas y unos sueños, y se lanzaron a la tentativa de convertir esos sueños en realidad.

 

A esa estirpe pertenecen todos los revolucionarios de los últimos siglos. Sin la lección de voluntad que trajo a Occidente Don Quijote no serían concebibles soñadores como Rousseau, aventureros como Von Humboldt, héroes románticos como Byron, destinos como el de Danton, José Artigas, Simón Bolivar o Emiliano Zapata.

 

La noción de que gracias a las ideas se puede cambiar el mundo creció con ellos, y ha sido fuente de muchos extravíos, pero también de muchas de las más hermosas conquistas de nuestra época: los derechos humanos, el ideal de la libertad, el derecho de resistencia a la opresión, la democracia y el sagrado derecho a la rebelión contra la injusticia.                                     

Lic. Washington Daniel Gorosito Pérez
e-mail: danielgorosito@prodigy.net.mx  

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