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El aire enrarecido
Inés González Zubiaga

El aire era caliente entre las maderas 
de la cabaña, 
el aire enrarecido por campanas oscuras 
que surgían de tu boca, 
manaba un lento ruego cargado de nostalgias 
en el desierto clandestino 
de la luminosidad. Se hacía un hondo abismo 
deleitado en el vuelo 
campanas en el cielo dejaban de tocar. 
Un largo escalofrío cargado de nostalgias, 
el aire caliente en la cabaña, 
un fogonazo continuo entre los leños. 
Tu sombra solitaria 
agitándose en la pared, 
tu sombra enardecida languideciendo 
en la madera. 
El fuego de tus átomos carnales, 
los nervios de tu pelo 
excitando circuitos sexuales. 
Anonadamiento y locura totalitaria, 
efervescencia cargada de nostalgias, 
un largo escalofrío 
cargado de magia, contactos oscuros, 
en las paredes de la nostalgia, 
caminos subterráneos, 
caída total, 
desprendimiento de miembros 
y células 
llevado en el viento musical, 
golpeado con violencia, 
enrojecido por la llama, dando 
contra las paredes de madera, 
palpando la cabaña, 
tocando nervios de la nada, 
haciendo electricidad. 

          


Aquella que una vez fue mi compañera 
que con sus manos flacas acarició 
mi cara 
aquella que intentaba estar cerca de mí 
la que me daba abrigo con su cuerpo 
y con una galletita mi estómago engañaba 
aquella 
rara cantaora pequeña y exquisita 
duerme a mi costad y en los sueños vela por mí. 

          


Mi amor solitario 
en este poema van las palabras más dulces 
de mujer a mujer 
yo te beso y te acuno en las noches sin estrellas 
mi amor no tiene muros 
y llega a tu corazón 
delicados matices dibujan en mi mente 
y de todo lo sensible 
hago un ramo para vos. 

            
 
Para encontrarte a ti, voz de mi vida, 
caminé 
desde el día en que nacía, para encontrarte. 
Tú 
asumes mi silencio enamorado, perfecta imagen 
que conviertes 
mi solitario vagabundaje con mi alma en bandolera 
en cálida paz, 
en morada constante y resplandor de hoguera. 
Tú me llamas 
tocando imperceptiblemente mis fibras más musiqueras 
y eso basta 
para ser tuya en tus manos como un títere, 
enloquecida 
hasta hacerme daño tanto inmenso placer. 
Quedo absorta 
mirándote, dejándote hacer, 
ir y venir, torturándome. 
Creí muerta para siempre y enterrada mi capacidad de querer, 
pero llegas tú, 
nena, qué quieres conmigo, qué tramoya 
se te cuadra, 
qué te propones hacer? 

                    
 
Integras la lluvia que golpea mi cara, amiga 
del trueno y del relámpago. 
Para que tú me cantes, me volveré tormenta fulgurante 
en el vidrio de la ventana. 
Para que tu me abraces me volveré guitarra. 
Por ser caminante 
me allegaste a tu euforia, y ungiendo mis sienes 
de esencias oleosas, 
me amaste entre libros, el cuerpo en cojines 
hundido. 
De mañana, tu rostro tiene la frescura trashumante 
de las rosas blancas mojadas. 
En ese sortilegio detengo mis instantes. 
Eres menuda, 
de modo que puedo retenerte entre mis brazos, 
y acunarte. 
Criatura de bosque iluminada. 
te hallaré en la espesura, para beber en tus labios 
con gusto a miel quemada. 
Me turba fugitiva inquietud si no te hallo, 
y en cada obertura de silencio, 
incendio mi plantación de tabaco. 
Cantará en el otoño un gran himno 
por la vida, 
embriagada en el salvaje torbellino del follaje. 
A sus cielos de azul piedra nebulosa, 
o a sus límpidas 
tonalidades azuloides sacudidas por blancuras 
presurosas. 
Cantaré, si a mí se vuelve el estrellado terciopelo 
nocturnal de tu mirar 
caprichoso. 
Porque sabes de mis fibras más auténticas, 
escondidas 
en la calma majestuosa de las ondas, 
donde llegas 
por milagros insondables, a cubrirme de delicias 
inefables. 
      
                        

Es una fría noche de otoño. Sobre la mesa 
me alumbra 
un cirio azul, en el hogar crepita la leña, y en la cafetera 
humea el café. 
Los habitantes de esta casa duermen, solo se escucha 
la leña arder, 
la voz del viento filtrándose por las rendijas, 
lamento que desgreña los sauces, y 
de vez en vez, 
el ladrar de un perro conmovido por los sonidos asordinados 
del miedo. 
A ti que podrías despertar mi sueño te dedico 
este poema agreste, 
y en lo ignorado del pensamiento, viajo buscándote 
por los caminos de la sangre. 
Observa en mis manos viborear las venas, 
es el amor que va hacia ti por ellas.

Inés González Zubiaga 
Del libro "A mi pueblo"
Gentileza de Alejandro Michelena

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