Nota bibliográfica sobre “Morir es una costumbre”

Un narrador avezado. Cuentos de Jaime Monestier. Por Ma. de los Ángeles González. (Publicado en El País Cultural, 25 de enero de 2008 No.951)

JAIME MONESTIER (1925) ejerció durante años la escribanía y se estrenó como escritor de ficción con una novela, Ángeles apasionados (1996)  que obtuvo el primero premio en el concurso del MEC [1]. Una segunda, Amor y anarquía (2000), recibió el Segundo Premio Nacional de Narrativa. En 2003 publicó un libro de cuentos, Sexteto & Tres Piezas Breves,  también distinguido con una mención.

Con Morir es una costumbre, Monestier insiste en el género cuentístico, del que hace una cálida defensa en el prólogo. Éste sirve como programa estético y como balance de las motivaciones de un narrador ya avezado. Parte de la clásica oposición entre el cuento y la novela. Reconoce en el primero una estirpe y una fuerza primitiva que lo justifica más allá de los gustos o los intereses del mercado: “El cuento, que nos gusta imaginar nacido de noche como conjuro al dolor, al tedio al miedo, nada debe a la novela”. Si la novela, de origen burgués, es un género en el que prima la identificación del lector solitario con las desventuras del héroe y alimenta la vivencia de emociones vicarias, el cuento, para Monestier, es ”género selecto, confidencial, ameno y generoso”, ligado a la oralidad, la noche, el contacto personal, lo mágico. Por eso permitiría aflorar de modo más intenso, más concentrado, las fantasías primarias  ligadas al “peligro, la infracción, el riesgo”. En base a estos presupuestos, el autor divide sus cuentos en dos secciones temáticas: “la fantasía y el delito”. Los primeros – “La curación” y “Juegos florales”- aprovechan un esquema clásico del relato fantástico, que sirvió a Hoffman, Stoker, Poe, Maupassant y Quiroga, entre tantos: el recurso del narrador escéptico que se enfrenta a lo misterioso inexplicable. Puesto que, como afirmara Louis Vax, “las literatura fantástica es hija de la incredulidad”, el efecto que intranquiliza se ve reforzado por un punto de vista racionalista. Para el caso, se exploran los efectos de plantas alucinógenas, pero sus consecuencias van más allá del trance místico e interpelan cualquier explicación científica de la realidad. “Cuento con lobo” retoma explícitamente el mito del lobisón y repasa su genealogía. En un rubro en el que la novedad resulta difícil, Monestier sale airoso gracias a las alusiones y los silencios.

Hay en estos relatos fantásticos apelaciones a la fidelidad a un realismo que, sin embargo, resulta despedazado. En “Casa de piedra”, una isla avanza sobre la costa, cobrando forma de animal prehistórico; las explicaciones no faltan –“algunos decían que era por causa de la bajante, una mera ilusión que desaparecería con la luna nueva”-, pero tampoco alcanzan: “nadie lo creía”. Un personaje de otro cuento afirma: “la carencia de sentido es admisible sólo como fruto accidental del error; por eso me empeñé en ubicar la costura que ligara aquellos hechos comprobables –pero sin relación lógica”. El narrador hace, en realidad, exactamente lo contrario. Le da un orden narrativo a hechos incomprobables, abre una brecha en el sentido disponiendo las acciones de tal modo que no puedan admitirse como fruto accidental del error.  Fiel a la tradición que elige, busca el desasosiego. La primera parte se cierra con “Versión apócrifa de “Hombre de la esquina rosada”, que aprovecha algunos datos del otro cuento” en que Borges amplía la anécdota, “Historia de Rosendo Juárez”, para desarrollar un juego de espejos y un cruce de identidades entre muerto y matador, hasta confundirlos. En la segunda parte de Morir es una costumbre –el título también es un homenaje a Borges, como algunas marcas del estilo – “El antojado” dialoga igualmente con “Hombre de la esquina rosada”.

Las historias delictivas –ambientadas en los años 30 o 40- ponen de manifiesto un productivo manejo del lenguaje carcelario, un buen control del suspenso y un logrado equilibrio entre el apunte  que explica una psicología , que roza el tono filosófico (más explícito en “Caín”), y la acción que presenta al ladrón común, ajeno a sentimentalismos, como en “Cayetano” y “El jarrón chino”, este último con un excelente final sin pretensiones. El conjunto es muy estimable y consolida el bien ganado prestigio de Monestier  (MORIR ES UNA COSTUMBRE, de Jaime Monestier. Ediciones Orbe, 2006. Montevideo, 200 págs.) 

Referencias:       

[1] No obtuvo el primer premio, sino Mención. 

Ma. de los Ángeles González. 
Publicado en El País Cultural
25 de enero de 2008 No.951

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