Añoro…

Héctor Gómez

-María

-Sí, mi amor

-Te veo un poco triste esta tarde

-No es tristeza. Recuerdo momentos muy felices que pasamos juntos en estos treinta y dos años, Juan.

-Si fueron felices deberías estar contenta.

-Es extraño. No es fácil explicarlo. El recuerdo de un momento feliz me pone así. No sé.

-¿Será porque esos momentos no se van a repetir.

-No se si quiero que se repitan. Yo no soy la misma, ni en el espejo ni en mi cabeza. Hoy quiero esta vida que tenemos, es lo que me hace feliz.

-Quien te entiende, ¿será porque se fueron los gurises?

-Eso fue un verdadero terremoto.

-¿Tanto?

-Sí, tembló mi vida y la angustia me aplastó, pero ya está. Ahora acepto que tengan su vida así como nosotros tenemos la nuestra.

-Vamos a sentarnos en la escalera de afuera a ver la puesta de sol.

-Esperá, pico un poco de fiambre y queso y voy.

-Yo llevo el vino.

Juan se sacó una alpargata, después la otra sin apuro y estiró las piernas. Se sentó a esperar a su mujer.

María apagó la luz de la cocina. Alisó su falda y se acomodó el pelo con las manos.

-¿Venís?

-Sí, voy

-Acá estoy-dijo María.

Juan la abrazó y sintió una oleada de ternura hacia la compañera de toda la vida.

-María, sos como una rosa joven. Te descubro de a poco. Con cada pétalo que el tiempo hace caer, te encuentro más fresca, llena de alegría y sorpresas.

Las silenciosas lágrimas de María marcaron otro momento para recordar.

Héctor Gómez

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