Mi llegada a Conchillas

María Esther Giribone

Un 13 de setiembre llegué a este pueblo y siempre digo "por un rato", la verdad qué rato largo ¿no?. Tenía 23 años, en aquel tiempo se podía decir una niña, qué distinto todo ahora en el 2002.
Una colega oriunda de aquí, que reside en Carmelo, Alicia Carro, fue la que me trajo unos días antes a mostrarme el pueblo, presentarme familiares y amigos. 

Me consiguió donde quedarme y también fuimos al consultorio del único médico del lugar, un señor morocho, apuesto, de enormes bigotes, que imponía autoridad y respeto. No me recibió muy bien, esas palabras me suenan en el oído hasta el día de hoy: "va a tener que andar mucho para llegar a la altura de la Partera anterior". 
Mi colega antecesora del lugar, también oriunda de Carmelo, había ganado un concurso para Maldonado y se fue a radicar allá. Al quedar un puesto en Salud Pública libre fue que decidí radicarme en Conchillas y solicitarlo.

Mi colega antecesora del lugar, también oriunda de Carmelo, había ganado un concurso para Maldonado y se fue a radicar allá. Al quedar un puesto en Salud Pública libre fue que decidí radicarme en Conchillas y solicitarlo.

Cuando vine con mis pocas cosas, me trajeron mi madre y Mario el novio de mi hermana, en el auto que tenían mis padres, un mármol modelo muy viejo creo que del 30 y algo, grande, cuadrado y muy consumidor de nafta.
Desde Setiembre a Febrero estuve en una casa de familia que siempre recuerdo gratamente. Un matrimonio de edad madura. Vivía con ellos el hijo menor que concurría a UTU, tenían cuatro hijos más, tres en Montevideo y el mayor casado en Colonia. 

La verdad una gente muy buena pero no sé como decir, si especial o particular. Allí fue donde comí por primera vez en mi vida carne de ciervo, de nutria y de carpincho. La nutria en estofado o escabeche, el carpincho asado o la manta arrollada como matambre y el ciervo prácticamente de todas formas, en especial milanesas. Donde me crié, que fue en el campo, las chacras de Carmelo, llamado el paraje Colonia Estrella, ni habían esos animales cerca, ni en casa se acostumbraba a comerlos.

La señora muy buena, simple y sumisa diría yo, ya que era la sombra del esposo, para todo tenía que pedirle dinero ya que no disponía de nada y darle cuenta para qué era. Eso lo viví también en mi casa, cosa que yo no. Yo no sé si me acostumbraría si tuviera que vivirlo, cuando uno trabaja y gana su dinero, dispone de él y de su administración.

El señor, al verlo de golpe algo impresionaba, más que andaba con un gorro de lana hasta las orejas, tenía una barba rala y se dejaba la perita. Siempre lleno de virutas, tenía un pequeño aserradero, le gustaba trabajar la madera y lo hacía muy bien.
La casa tenía su misterio, porque había una pieza que sólo entraba él y siempre estaba cerrada con llave. En un principio no me llamó la atención pero después que pasaron ciertos hechos empecé a atar cabos y sacar mis propias conclusiones.

Luego de algunas gestiones recibí el nombramiento a fines de Febrero y mi primer sueldo lo cobré en Mayo del mismo año. Gracias a mis padres, algo particular e inyecciones que daba, me pude mantener hasta cobrar.

Por las calles de Conchillas
María Esther Giribone

Ir a índice de Crónica

Ir a índice de Giribone, María Esther

Ir a página inicio

Ir a mapa del sitio