Don Nato

María Esther Giribone

En una tarde de primavera llega a buscarme un muchacho conocido, de la ruta 55, carretera que va a la localidad de Ombués de Lavalle, en un auto grande, muy cómodo, poco sé de automóviles pero debe de haber sido muy gastador de combustible, me mandaban a buscar de la casa de un vecino, de lo don Nato, este señor bastante mayor, que vivía con su mujer y una hija, única, madurita ella, mi impresión y por comentarios de los que la conocían, con algún retardo o inmadurez, nadie lo sabía pero estaba embarazada y lo dió a conocer cuando llegó la hora del nacimiento. Después me enteré que como un mes atrás había ido a Rivera a un curandero, en ese momento estaba muy de moda visitar dicho personaje que vivía en el norte uruguayo, límite con Brasil, era de esa nacionalidad, dicen que operaba con la ropa puesta, y a esta no la cortaba,  como iba la gente, ómnibus llenos, y muchos venían convencidos que los había operado, hasta desde el corazón,  esta muchacha no se a que habría ido, sería para que le quitara el tumor que le crecía en el vientre, pero este, llegado el momento iba a salir. Así que llegamos a un campo y allí pasé a una camioneta de ruedas altas, el camino interior era bastante malo, la vivienda de don Nato estaba retirado de la ruta al lado de un monte de eucaliptos, antes tuvimos que abrir varios portones o tranqueras, como quieran llamarles y en la última nos estaba esperando don Nato, quién nos abre el portón sube con nosotros a la camioneta y nos dice, con una risita muy especial, no se si de nervios o era así, “parece que ya nació y es un monstruito”, se imaginan todo lo que pasó por mi cabeza, ¿que me iba a encontrar?, creo que si me miraba en un espejo debo haber tenido todos los pelos de punta. Llegamos a la vivienda muy humilde, oscura, menos mal que era media tarde, y -¿qué me encuentro? Que efectivamente el parto se había hecho, ya hacía algún rato, en algo que era una cama, sin chata, sin ninguna higiene, era un acraneo, o sea al verlo un monstruito,  había nacido muerto y llevaba horas de no tener vida, corto el cordón y pido algo para ponerlo envuelto en un pedazo de tela, el alumbramiento no se había realizado, o sea no se había desprendido la placenta, como se demoraba mas de lo normal, realizo un examen y me encuentro con el cuello del útero mucho más pequeño de lo normal, decido traer la muchacha a Conchillas para que el médico decida conducta a seguir. La trasladamos en la caja de la camioneta sobre un colchón y yo con el acraneo en una caja de zapatos, a estos fetos les falta la parte ósea y masa encefálica, si nacen con vida es poco lo que viven, realmente impresionan verlos.

En Conchillas la bajamos en casa y llamo al médico, previa higiene, la examina, no puede resolver nada y la traslada a el Hospital de Carmelo, en ambulancia, la acompaña Don Nato, porque la madre queda en la casa, marido no hay y parece que novio oficial tampoco, de eso me entero después, porque en mi afán de consolar a una madre que a perdido su hijo, que generalmente uno se ilusiona tanto durante el embarazo, le decía que si Dios quiere mas adelante tenía otro, y el padre me escuchó y en el comedor de casa le decía a Mario que no le dijera eso que se iba a entusiasmar,  mezclado con esa risita, que me llamó la atención le decía, que el dinero que tenía, que no era poco, “para esta garufita me va alcanzar, en casa tengo más”. La muchacha en la ambulancia  y don Nato no dejaba de conversar, sin ningún apuro. A los días me llaman de  Carmelo que hacían con el feto.

De don Nato hay muchos cuentos, la verdad un caso raro, tenía una máquina de limpiar granos, que solo él la entendía, llegaba a una casa pero para ponerla en funcionamiento estaba un día, él nunca tenía apuro, muy inteligente, reloj sobre todo de pared que no funcionara, él lo lograba poner en marcha, cuando en el campo ni mira de haber teléfono, había inventado una línea a la casa de un vecino por el alambrado y en otro momento quiso volar, así que se fabricó unas alas grandes y hasta plumas les puso y se subió a un galpón, se imaginan, en el aterrizaje  ni las plumas le quedaron.

Este matrimonio como la hija cuando escribo estas líneas, están fallecidos.

Por las calles de Conchillas
María Esther Giribone

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